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Que Significa El Nombre Benicio En La Biblia?

Que Significa El Nombre Benicio En La Biblia
Qué significa Benicio El nombre masculino Benicio es de origen latino y significa literalmente, ‘amigo de cabalgar’.

¿Qué significa el nombre Benicio?

Benicio es nombre de niño. El nombre masculino Benicio es de origen latino y significa literalmente, ‘amigo de cabalgar’. Benicio es un nombre que deriva del latín, de hecho, procede del apellido Benecio.

¿Qué significa el nombre en la Biblia?

v. Invocar, Nombre de Jehová Gen 2:20 puso Adán n a toda bestia y ave de los Gen 11:4 un n, por si fuéremos esparcidos sobre la Gen 17:5 no, más tu n Abram, será tu n Abraham Gen 32:28; Gen 35:10 tu n es Jacob, Israel será tu n Gen 32:29 ¿por qué me preguntas por mi n? Y lo Exo 3:13 si ellos me pregunten: ¿Cuál es su n? Exo 9:16 que mi n sea anunciado en toda la tierra Exo 20:24 lugar donde, esté la memoria de mi n Exo 23:21 oye su voz, porque mi n está en él Exo 33:12 tú dices: Yo te he conocido por tu n Exo 33:19 proclamaré el n de Jehová delante de ti Deu 12:5 para poner allí su n para su habitación Deu 28:58 temiendo este n glorioso y temible Jos 6:27 Jehová con Josué, y su n se divulgó por Jos 7:9 entonces, ¿qué harás tú a tu grande n? Jdg 13:17 ¿cuál es tu n, para que, te honremos? 2Sa 7:13; 1Ki 8:19; 2Ch 6:9 él edificará casa a mi n 1Ki 8:43; 2Ch 6:33 los pueblos, conozcan tu n 1Ch 16:29; Psa 96:8 dad la honra debida a su n 2Ch 7:14 pueblo, sobre el cual mi n es invocado Psa 8:1, 9 cuán glorioso es tu n en toda la tierra Psa 9:10 en ti confiarán los que conocen tu n, por Psa 20:1 oiga, el n del Dios de Jacob te defienda Psa 20:5 y alzaremos pendón en el n de, Dios Psa 23:3 me guiará por sendas, por amor de su n Psa 33:21 porque en su santo n hemos confiado Psa 34:3 a Jehová conmigo, y exaltemos a una su n Psa 61:8 así cantaré tu n para siempre, pagando Psa 72:17 será su n para siempre, dure el sol Psa 83:18 conozcan que tu n es Jehová; tú solo Psa 103:1 Jehová, y bendiga todo mi ser su santo n Psa 111:9 su pacto; santo y temible es su n Psa 115:1 no a nosotros, sino a tu n da gloria, por Pro 10:7 bendita; mas el n de los impíos se pudrirá Pro 22:1 de más estima es el buen n, riquezas Isa 42:8 yo Jehová; éste es mi n; y a otro no daré Isa 43:1 yo te redimí; te puse n, mío eres tú Isa 43:7 todos los llamados de mi n; para gloria Isa 48:9 por amor de mi n diferiré mi ira, y para Isa 52:6 mi pueblo sabrá mi n por esta causa en Isa 55:13 será a Jehová por n, por señal eterna Isa 56:5 n mejor que el de, n perpetuo les daré Isa 62:2 te será puesto un n nuevo, que la boca de Jer 10:6 grande eres tú, y grande tu n en poderío Jer 15:16 tu n se invocó sobre mí, oh Jehová Dios Jer 23:27 hacen que mi pueblo se olvide de mi n con Jer 44:26 mi n no será invocado más en, Egipto Eze 20:9 con todo, a causa de mi n, para que no Eze 36:21 al ver mi santo n profanado por la casa Eze 39:25 y me mostraré celoso por mi santo n Hos 12:5 Jehová es Dios de los, Jehová es su n Amo 6:10 no podemos mencionar el n de Jehová Zec 14:9 aquel día Jehová será uno, y uno su n Mal 1:11 es grande mi n entre las naciones; y en Mal 4:2 a vosotros los que teméis mi n, nacerá Mat 1:23 a luz un hijo, y llamarás su n Emanuel Mat 6:9 Padre nuestro que, santificado sea tu n Mat 7:22 dirán, ¿no profetizamos en tu n, y en Mat 10:22; Mat 24:9; Mar 13:13; Luk 21:17 seréis aborrecidos, por causa de mi n Mat 18:5; Mar 9:37 el que reciba en mi n a un niño Mat 18:20 tres congregados en mi n, allí estoy yo Mat 19:29 haya dejado casas, por mi n, recibirá Mat 21:9; 23:39 Nombre (heb. shêm; gr. ónoma). Los hebreos, como otros pueblos antiguos del Cercano Oriente, daban gran importancia a los nombres personales. Tení­an significados literales, y eran sí­mbolos del carácter y la personalidad de la persona; a veces reflejaban el talante o los sentimientos de quien daba el nombre. Los apellidos hereditarios eran prácticamente inexistentes en tiempos bí­blicos. Cuando era necesario distinguir a 2 personas del mismo nombre, a menudo se añadí­a un adjetivo que identificara al individuo, como en los siguientes ejemplos: Saulo de Tarso, José de Arimatea, Jesús de Nazaret, 847 Elí­as tisbita, Jacobo hijo de Alfeo, Judas hermano de Jacobo, etc. Algunos tení­an uno adicional o alternativo, que se menciona en la Biblia como ‘sobrenombre’ (Act 10:5; cf Mar 3:16, 17). Los de Abrahán, Israel y Josué son ejemplos de nombres adicionales o reemplazantes de los anteriores de las personas indicadas. En cuanto a la forma y la estructura, los nombres hebreos bí­blicos seguí­an un esquema que parece extraño para la mente moderna. Con frecuencia, están formados por 2 o más palabras que podí­an expresar una frase abreviada, como en los siguientes ejemplos: Abidán, ‘mi padre es juez’; Icabod, ‘la gloria se ha apartado’. Ocasionalmente consistí­an de una sola palabra, como en el caso de Débora, ‘abeja’; Barac, ‘relámpago’; Caleb, ‘perro’; Jonás, ‘paloma’; etc. A menudo tienen forma verbal: Saúl, ‘pedido (a Dios)’ o ‘prestado (a Dios)’; Natán, ‘El (es decir, Dios) ha dado’; Baruc, ‘bendecido’; etc. Otros nombres bí­blicos sencillamente reflejan diversos términos de afecto, como Noemí­, ‘mi agrado’; Tabita, ‘gacela’; y Sansón, posiblemente ‘pequeño sol’. Tal vez la clase más popular de nombres entre los israelitas era el que contení­a alguna referencia al Dios verdadero y a menudo expresaba piadosas declaraciones de fe (por ejemplo, Elí­as significa ‘Yahweh es mi Dios’); otros reconocí­an alguna bendición especial recibida del Señor, como el nacimiento de un niño (algunos ejemplos son: Natanael, ‘Dios ha dado’; Berequí­as, ‘Yahweh ha bendecido’; Ezequí­as, ‘Yahweh ha fortalecido’; etc.). Los nombres teofóricos, es decir, los que contienen el de Dios, generalmente se pueden reconocer en la Biblia por los prefijos ja-, je-,Jeho- (transliteraciones de formas abreviadas del nombre divino; véase Jehová); por los prefijos El-* o El-i; por el sufijo -el (transliteraciones de la palabra que significa Dios); y por los sufijos -í­a, -í­as (también formas del nombre divino). En el NT, el nombre Jesús recibe constante énfasis. Sus padres recibieron instrucciones acerca de la elección del nombre (Mat 1:21, 23); sus seguidores recibieron la invitación de orar en su nombre (Joh 16:23, 24); por causa de su sacrificio se le dio un nombre que es sobre todo nombre (Phi 2:9, 10); la salvación se obtiene por medio de su nombre (Act 2:21; 4:12); todo lo que sus seguidores hagan debe ser hecho por medio su nombre (Col 3:17); y los primeros cristianos estuvieron dispuestos a sufrir cualquier humillación por causa de ese nombre (cf Act 5:41). ‘Nombre’ en algunos de éstos y de otros pasajes asume un significado más amplio que el de identificar a un individuo; significa ‘persona’, ‘carácter’, ‘autoridad’, ‘reputación’, etc. (Exo 5:23; 34:5, 6; Deu 7:24; Act 1:15, DHH; Rev 3:4; etc.). Nordeste. Véase Euroclidón. Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico el n. de una persona u objeto se vincula a su realidad. Entre los hebreos, al darle n. a una cosa o la pronunciación del n. puede tomarse posesión de la misma. Así­, Adán adquiere potestad sobre animales y plantas a raí­z de haberles puesto n., Gn 2, 19 ss.; igualmente, un monarca tomaba posesión de una ciudad o un territorio dándole su n., 2 S 12, 28; Am 9, 12. Dar un n. era privilegio de el padre, la madre o un ser superior. Reconocer el n. de Dios implica un acto de fe en El; el n. de Dios es Dios mismo, Lv 4, 11-16, e indica su naturaleza y carácter trascendente a todo sitio terrenal, Dt 12, 5; 2 Cr 20,8. El n. de Dios proporciona refugio y protección, Sal 124, 8; Jer 10, 6. Tener varios n. indicaba importancia, Jb 30, 8. En muchos casos, los nombres propios expresan una relación especial con Dios. Los cambios de n. de determinadas personas muchas veces tení­an la función de caracterizar su misión, Gn 32, 28; 2 R 23, 34. Yahvéh da conocer su nombre al hombre en el A.T. Gn 17, 1; Ex 3, 14; 6, 2, y se dirige a él también con su nombre. Dios en el A.T. se le llama de diferentes formas, manifestando que el n. se considera í­ntimamente ligado a su esencia. Jesús manifiesta que el n. se trata de una nueva forma de actuación salví­fica cuando dice expresamente a sus discí­pulos que se dirijan a Dios con el nombre de Padre. Y un preludio en tal sentido lo encontramos en las palabras que el ángel del Señor dirige a José al ordenarle que ponga al hijo de Marí­a el nombre de Jesús, Yahvéh salva, Mt 1, 21-23. Norte, punto cardinal considerado como el lugar de la divinidad, Ez 1, 4. Cuando Lucifer quiso tomar el lugar de Dios se fue hacia el norte, Is 14, 13. Los sacrificios se realizaban en la parte N. del altar, Lv 1, 11; Sal 41, 2. También el N. era fuente de peligro, Is 14, 31; Jl 1, 14; 4, 6, también sí­mbolo de la tribulación, Jer 1, 14; 4, 6. Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003 Fuente: Diccionario Bíblico Digital En tiempos bí­blicos, el concepto del nombre encerraba un significado que no tiene en la actualidad, donde por lo general es un simple rótulo sin mayor significado. Unicamente una persona con autoridad daba un nombre (Gen 2:19; 2Ki 23:34), y ello significaba que a la persona nombrada se le asignaba una determinada posición, función o relación (Gen 35:18; 2Sa 12:25). El nombre dado a menudo estaba determinado por alguna circunstancia al momento del nacimiento (Gen 19:22); algunas veces el nombre expresaba un deseo o una profecí­a (Isa 8:1-4; Hos 1:4). Cuando una persona daba a otra su propio nombre significaba la unión de ambas en una relación muy cercana, como cuando Dios le dio su nombre a Israel (Deu 28:9-10). Ser bautizado en el nombre de alguien, por consiguiente, significaba pasar a pertenecer a un nuevo dueño (Mat 28:19; Act 8:16; 1Co 1:13, 1Co 1:15). En las Escrituras encontramos la relación más cercana posible entre una persona y su nombre, siendo ambas prácticamente lo mismo, de manera tal que quitar el nombre era hacer desaparecer a la persona (Num 27:4; Deu 7:24). Olvidar el nombre de Dios es apartarse de él (Jer 23:27). Más aun, el nombre mostraba la persona tal cual ella se habí­a revelado; por ejemplo, el nombre del SEí‘OR significaba el Señor en los atributos que él habí­a manifestado: santidad, poder, amor, etc. A menudo, en la Biblia, el nombre significa la presencia de la persona en el carácter revelado (1Ki 18:24). El ser enviado o el hablar en el nombre de alguien significaba ser portador de la autoridad de esa persona (Jer 11:21; 2Co 5:20). En el uso judí­o más tardí­o, el nombre Jehovah no se pronunciaba al leer las Escrituras (comparar Wis 14:21); en cambio se reemplazaba por el término Adonai (mi Señor). Orar en el nombre de Jesús es orar como sus representantes sobre la tierra —en su espí­ritu y con su objetivo— e implica la más í­ntima comunión con Cristo. Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano El poner n. a una persona es facultad del que antecede al recién nacido (sus padres), pero es también una señal que indica jerarquí­a y autoridad de parte del que nomina sobre el nominado. Por eso Dios †œtrajo a Adán† todas las bestias de la tierra †œpara que viese cómo las habí­a de llamar† (Gen 2:19). Los n. que los hebreos poní­an a sus hijos tení­an distintas razones. En algunos casos se trataba de una simple preferencia por la belleza de la palabra. Pero la mayorí­a de las veces los n. atendí­an a deseos, circunstancias, propósitos, profecí­as, etcétera, por parte de los que los asignaban. Esto hace que en muchas ocasiones se encuentren n. que tienen particular significación, especialmente para la historia con la cual están relacionados, pero no siempre es así­. De manera que hay que ser cauteloso, para no forzar el texto poniéndolo a decir cosas que no dice. Con esas precauciones, pueden estudiarse los n. de personas que se usan en la Biblia atendiendo a las siguientes razones: a) Por la circunstancia del nacimiento. A veces el n. tiene connotaciones conmemorativas, por relacionarse la llegada de la criatura con algún acontecimiento (†œ el nombre del uno fue Peleg, porque en sus dí­as fue repartida la tierra† (Gen 10:25).) Como una invocación a Dios. Generalmente este tipo de n. se forma combinando una palabra con otra que alude a Dios ( n. teofóricos): †¢Gamaliel (†œDios es mi recompensa†), †¢Jehedí­as (†œQue Dios se regocije†), etcétera. Otros n. se usaban como una afirmación de una verdad que los padres apreciaban, como †¢Eliab (†œDios es padre†), o †¢Eliada (†œDios sabe†).) Por la expresión de algún deseo hacia el recién nacido. éste pudo ser el caso de †¢Jehiel (†œQue viva, oh Dios† ).) Para señalar alguna profecí­a. (†œPonle por n. Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios† ).) Por alguna particularidad observada en el niño ( †¢Libni (†œblanco†), †¢Hacatán (†œpequeño†), †¢Barzilai (†œfuerte como hierro†), etcétera.) Por un cambio en la condición de la persona (†œY no se llamará más tu n. Abram, sino que será tu n. Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes†, †œNo se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido† ). En tiempos del NT era muy común el uso de sobrenombres (†œSimón, llamado Pedro†, †œ serás llamado Cefas†, †œTomás llamado Dí­dimo† ). Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano ver, DIOS (Nombres) vet, (a) Su importancia. En la época bí­blica se atribuí­a al nombre una considerable importancia. Hay una relación directa entre el nombre y la persona o cosa nombrada; el nombre participa de alguna manera en la esencia que tiene por objeto revelar. Expresa la personalidad hasta tal punto que el conocimiento del nombre de alguien implica conocerlo í­ntimamente e, incluso en cierto sentido, tener poder sobre él. Jacob pregunta el nombre al ángel de Jehová: ‘Declárame ahora tu nombre.’ Su respuesta es: ‘¿Por qué me preguntas por mi nombre?’ (Gn.32:29; cfr. Jue.13:17-18). En el momento de llevar a cabo grandes actos redentores, Dios hace comprender a Moisés que se va a revelar no sólo ya como el Todopoderoso, sino ‘en mi nombre JEHOV큒 (Ex.6:3). Así­, el nombre hace también próxima la presencia de la persona: no se puede resistir al ángel de Jehová, pues el nombre de Dios está en él (Ex.23:21). El santuario donde Dios es adorado es sagrado, pues allí­ hace morar Su nombre (Dt.12:11). Jesús dice al Padre que El habí­a ‘manifestado (su) nombre a los hombres’ (Jn.17:6), es decir, toda Su naturaleza divina. Juan nos habla de Cristo, a fin de que al creer tengamos vida en Su nombre (Jn.20:31). El nombre pronunciado actúa con el mismo poder que la persona (Hch.3:16; 4:10, 12, etc.) y el nombre del Salvador está, por definición, por encima de todo otro nombre (Ef.1:21). (Véase DIOS,,) (b) Sentido y elección del nombre. El nombre de las personas humanas se corresponde con la misma concepción. En la Biblia no se da como en la actualidad, casi al azar (en el caso del nombre propio) o por el solo hecho de la filiación (apellido/s). En lo que sea posible, el nombre debe expresar la naturaleza del que lo lleva, y su elección queda influenciada por circunstancias del nacimiento o por un voto de los padres con respecto al hijo. Se dejaban también guiar por la asonancia general o la consonancia de las sí­labas, lo que permite un acercamiento en el sentido, o una etimologí­a popular consustancial al genio hebreo, aunque algunas veces nos sea sorprendente a nosotros. Veamos algunos nombres: Eva (vida, Gn.3:20), Noé (reposo, Gn.5:29), Isaac (risa, Gn.17:19), Esaú (velloso, Gn.25:25), Edom (rojo, Gn.25:30), Jacob (suplantador, Gn.25:26); los nombres de los hijos de Jacob comportan siempre una significación (Gn.30); se puede ver también Fares (brecha, Gn.38:29), Manasés (olvido, Gn.41:51), Efraí­n (fértil, Gn.41:52), etc. El nombre debí­a ser, si era posible, de buen augurio. Raquel, moribunda debido al parto, llama a su último hijo Ben-Oni (hijo de mi dolor), pero de inmediato Jacob se lo cambia, poniéndole Benjamí­n (hijo de mi diestra, Gn.35:18). Frecuentemente, los nombres comportan un significado religioso y una mención del mismo Señor (‘El’ para Dios, o ‘Jah’ para Jehová o Yahveh). De esta manera tenemos una serie de nombres compuestos, e incluso de nombres que son una corta frase: Natanael (Dios ha dado), Jonatán (Jehová ha dado), Elimelec (Dios es mi rey), Ezequiel (Dios es fuerte), Adoní­as (Jehová es señor) y muchos más. Hay otros nombres que son sencillamente sacados de la naturaleza, o inspirados en imágenes de la vida corriente: Labán (blanco), Lea (vaca salvaje), Raquel (oveja), Tamar (palmera), Débora (abeja), Jonás (paloma), Tabita (gacela), Peninna (perla), Susana (lirio). Hay nombres surgidos de circunstancias históricas: Icabod (sin gloria, 1 S.4:21), Zorobabel (nacido en Babilonia). Es a causa de este constante deseo de dar un sentido real y personal a los nombres que se trata de dar, en los artí­culos de este diccionario, una traducción, etimologí­a o explicación de los nombres, debido a que ello tiene una mayor importancia de lo que pueda parecer a simple vista. El nombre parece que era impuesto al recién nacido por lo general en el octavo dí­a de su vida, al ser circuncidado (cfr. Gn.17:12; 21:3-4; Lc.1:59; 2:21). (c) El cambio del nombre. A causa del sentido sumamente personal unido al nombre, se daba en ocasiones un nombre nuevo a alguien con el fin de señalar la transformación de su carácter, cfr.p. ej.: Abram a Abraham, Sarai a Sara (Gn.17:5-15), Jacob a Israel (Gn.32:27, 28), Noemí­ a Mara (Rt.1:20). En ocasiones el segundo nombre es una traducción del primero: Cefas (aram.) Pedro (gr.), Tomás (aram.) Dí­dimo (‘gemelo’ en gr.), Mesí­as (heb,) Cristo (gr.). Un dí­a todos los creyentes recibiremos un nombre nuevo adecuado a los redimidos del Señor (Ap.3:12). (d) Apellidos. Los apellidos no eran usuales entre los hebreos pero se añadí­a una indicación de su origen: Jesús de Nazaret, José de Arimatea, Marí­a de Magdala, Nahum de EIcos. Podí­a ser también un patroní­mico: Simón hijo de Jonás (Bar-Jonás), Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo. También se podí­a hacer referencia a la profesión: Natán el profeta, José el carpintero, Simón el zelota, Mateo el publicano, Dionisio el areopagita. (e) Nombres romanos. Todo romano tení­a tres nombres: (A) El ‘praenomen’ o nombre propio, designación personal; (b) el ‘nomen’, indicación de la lí­nea o casa; (c) el ‘cognomen’, nombre de familia, o apellido, que figuraba en último lugar. Por ejemplo: el procurador Félix (Hch.23:24) se llamaba en realidad: Marcus (nombre propio) Antonius (de la gens Antonia) Félix (de la familia llamada Félix, ‘feliz’). Frecuentemente se omití­a el nombre propio, y se hablaba de Julio César en lugar de Cayo Julio César, etc. Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado Modo o expresión para designar o identificar a personas, animales, lugares, acciones u objetos. Con todo, el sentido común humano e incluso el sentido religioso de la vida, reclaman que el nombre de una persona, por su dignidad singular, sea digno, respetable y agradable, socialmente representativo. El modo de ‘denominar’ a las personas ha variado con el tiempo y está sujeto a las tradiciones y a los modos de cada cultura o forma religiosa de los diversos pueblos. Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006 Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa En el A.T. el nombre designa la realidad profunda de la persona, expresa la esencia del ser que lo lleve: es la persona misma. A los ocho dí­as del nacimiento se imponí­a el nombre (Mt 1,21.23; Lc 1,31.63), pero puede ser cambiado al recibir una alta misión (Gén 17,5; Mt 16,18). conocer el nombre de Dios es conocer su iaturaleza (Ex 3,13; 23,21; Dt 5,11). El sombre de Dios es el supremo nombre entre todos, como El mismo es el supreno, el único (Zac 4,1). El nombre de Dios as santo (Lev 20,3; Sal 103,1), glorioso y excelso, grande y eminente (Neh 9,5; Sal 72,19; Prov 30,4), formidable y terrible (Dt 28,59; Sal 99,3), omnipotente (Dt 18,19; Jer 11,21; Jn 17,11-12). El nombre de Yahvé, inaccesible y trascendente, es como una sustitución de Yahvé, que acompaña al pueblo (Ex 23,19-21; Job 1,21; Ez 20,44; Am 2,7). El nombre de Dios habita en el templo (Dt 12,5.12; 1 Re 3,2) y en el monte Sión (Is 14,7; Jer 7,12-14; 34,15), porque el nombre es como El mismo. Donde está su nombre, allí­ está El presente (Is 30,27). Dios es ‘el Nombre’ (Lev 24,11-16; Dt 12,5; Jn 12,28). El nombre de Dios debe ser siempre alabado y glorificado y nunca profanado (Is 52,9; Rom 2,24; 10,13). Jesús ha venido en el nombre de Dios (Mt 21,9), es el revelador del nombre del Padre y ha revelado que Dios es Padre (Jn 17,6); todo lo que hace, lo hace en el nombre del Padre; El es, en definitiva, la revelación del Padre, el nombre del Padre: cf. Jn 17,6 y 17,17 con Ap 19,11-13, donde se identifican el Logos y el Nombre. Los cristianos deben orar y pedir en su nombre, es decir, apoyados en su infinito poder (Mt 7,22; 18,20; Mc 9,38; Lc 10,17; Jn 14,13-14; 15,16). Los apóstoles realizan milagros en el nombre de Jesucristo (Mt 7,22; Act 3,6.16; 4,7.12.17.18.30). Jesucristo es el Emmanuel, el Señor, el Cristo, el Hijo de Dios; pero, por encima de todos estos tí­tulos, es el Nombre sobre todo nombre (Flp 2,9). En el nombre de Jesucristo se realiza la remisión universal de los pecados (Lc 24,47; 1 Jn 2,12), y no hay otro nombre debajo de los cielos en el que podamos salvarnos (Act 4,12).E.M.N. FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001 Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret (-> Yahvé, Dios). El hombre bí­blico es alguien que tiene un ‘nombre’, es decir, un valor individual, no sólo ante Dios (dador de todo nombre), sino también ante los otros. En esa lí­nea, el judaismo posterior tiende a presentar a Dios como ‘El Nombre’ (Ha-Shem), es decir, como aquel que no siendo nominable (¡Soy el que soy! ¡No tomarás el Nombre de Dios en vano!: Ex 3,14; 20,7), es fuente y sentido de todos los nombres. (1) Sentido del nombre. El hombre bí­blico constituye una realidad relacional: no está en la lí­nea del autopensamiento solitario (¡pienso luego soy!), sino de la vinculación social; cada uno tiene (es) el nombre que le han dado y con el que se relaciona con los otros. Dentro del Nuevo Testamento, el nombre recibe una importancia especial en el Apocalipsis, (a) El nombre es signo de identidad: en el principio está el nombre de Dios, objeto de blasfemia para los perversos (Ap 6; 16,9) y de veneración (herencia suprema) para los fieles de Jesús (3,12; 14,1). (b) Hay un nombre que es signo de división. En este mundo sólo pueden comprar y vender aquellos que llevan el nombre o marca de la Bestia (Ap 13,17; 14,11; 15,2); los que no llevan el nombre de la Bestia son perseguidos, pero recibirán como herencia el Nombre de Jesús (Ap 3,12; 14,1), de manera que su propio nombre (el de los perseguidos) quedará inscrito para siempre en el Libro de la vida (3,5; cf.13,8; 17,8). (c) El nombre de Dios es signo y principio de victoria. Unicamente pueden triunfar en la gran guerra del mundo los portadores del Nombre de Dios (y/o de Cristo, Palabra de Dios y Rey de reyes: Ap 19,13-16), un Nombre que sólo él conoce (Ap 19,12) y ofrece a sus amigos vencedores (cf.2,17). (2) Antiguo Testamento, nombres de Dios. El nombre del Dios de Israel es Yahvé*, que los israelitas tomaron quizá de los madianitas nómadas. Pero la Biblia recuerda, al lado de ése, otros nombres, entre los cuales podemos recordar los que siguen: (a) El, Elohim. Significa ‘lo divino’, sea de forma singular (El) o plural (Elohim). Posiblemente, en su principio, evoca la majestad o grandeza sagrada del mundo, pero en el contexto bí­blico expresa sin más lo divino, tal como es conocido en Israel y en los pueblos del entorno. Esos nombres permiten que los israelitas dialoguen con otras religiones y culturas: lili es Dios para los cananeos, Allah (de Al-Illah) para los árabes, sean o no musulmanes. Dentro de la tradición israelita, este nombre ha recibido matices y concreciones, vinculadas con las tradiciones y santuarios a los que se ha vinculado el culto de El-Elohim: Así­ se puede hablar del ‘Dios de los padres’ o de los antepasados, de Abrahán, Isaac y Jacob (cf. Ex 3,6; cf. Gn 31,53). En este mismo contexto se puede hablar del Fuerte de Jacob (cf. Gn 49,25; Sal 132,2; Is 60,16) o del Terror de Isaac (Gn 31,42). (b) Baal, Señor. Yahvé ha empezado siendo un Baal* de la Montaña sagrada, Señor de las potencias cósmicas y de los procesos de la vida. Pero más tarde, los judí­os reservan ese nombre Baal (Señor) de forma casi exclusiva a las divinidades cananeas de la fertilidad, concebidas de manera masculino-femenina y vinculadas a los ritos de la fecundidad. El recuerdo de los diversos baales nos sitúa en el contexto donde se cruzan y fecundan las diversas concepciones del Dios cananeo y del Dios israelita, de tal forma que muchas veces es difí­cil distinguir si el texto se está refiriendo a un Baal asimilado a Yahvé o a un Baal contrario. Cf. Baal-Berit: Je 8,33; 9,4; Baal-Zebub: 2 Re 1,3-16; Baal-Safón, etc. (c) Adonai, Kyrios, Señor. Al decir ‘Soy-quien-Soy’ y llamarse Yahvé, Dios indica que su Nombre es Sin-Nombre, de forma que nadie puede manejarle. Es Sin-Nombre pero se revela y libera a los oprimidos. Lógicamente, la tradición judí­a ha querido destacar este misterio indecible de Yahvé y ha preferido dejarlo en silencio, renunciando incluso a escribirlo (poniendo, por ejemplo, Y**E o incluso D**S), de manera que los fieles deben buscar otra palabra (Adonai, Kyrios, Dominus, Señor), para evocar, sin pronunciarlo, su misterio. (3) Nombres judí­os de Dios. Los textos judí­os, a partir de la Misná*, siguen apli cando a Dios los mismos nombres antiguos, pero con la peculiaridad de que tienden a sustituir más rigurosamente el nombre de Yahvé, poniendo en su lugar perí­frasis o cualidades, entre las que se encuentran las siguientes: (a) Maqom. Significa en la Biblia hebrea ‘lugar’ y termina refiriéndose por antonomasia al templo o espacio de Sión donde habita Dios. La Misná vincula a Dios con ese Lugar y por eso interpreta la mesa de Yahvé como mesa del Maqom (Abot 3,3) de manera que los israelitas son hijos del Maqom (Abot 3,14), herederos o portadores del valor y santidad de Sión. Ellos mismos, los israelitas que estudian la Torah, constituyen la verdad del templo; son el santuario o Lugar privilegiado de la presencia de Dios, son el Maqom del que se alimentan y nacen, (b) Sliekiná o Presencia viene de sakan, habitar, en palabra que está relacionada con el Dios que habita en el templo o Tabernáculo. El Dios que se hací­a presente en el Maqom o Templo viene a mostrarse ahora como Presencia; ellos mismos, los judí­os, son Presencia de Dios cuando estudian la Torah (Abot 3,6). (c) Qados, el Santo: ¡Santo, Santo, Santo! Así­ cantaban a Dios los serafines de Is 6,3. Pues bien, lo que antes era un adjetivo se vuelve nombre propio de Dios: cuando un hombre se ocupa de la Torah entra en contacto con el Santo: su meditación y estudio de la Ley cobra así­ la misma densidad que tení­a la palabra de los serafines de Isaí­as, (d) Shem, el Nombre. Se ha vuelto la denominación más usada de Dios en el judaismo moderno. Dios se identifica desde tiempo antiguo con el Nombre, como saben ya los relatos de la teofaní­a del Nombre (Ex 3,13.15), lo mismo que los mandamientos (Ex 20,7). Los cristianos, comprometidos a santificar el Nombre divino (cf. Mt 6,9), lo identifican con Jesús (cf. Flp 2,10). (e) Poder, Grandeza El judaismo, lo mismo que el primitivo cristianismo, conoce también otros apelativos de Dios, entre los que podemos citar: el Poder (Mc 14,62), la Majestad (Heb 1,3; 8,1) y, sobre todo, el Cielo, como muestran las referencias al reino de los cielos, que es reino de Dios, sobre todo en el evangelio de Mateo (cf. Mt 3,2; 5,3.10.19.20; etc.). Cf.T.N.D. METTINGER, Buscando a Dios. Significado y mensaje de los nombres divinos en la Biblia, El Almendro, Córdoba 1994; A. JUKES, Nombres de Dios en la Sagrada Escritura, Clie, Terrasa 1988. PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007 Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra Palabra o frase con la que se designa a una persona o cosa (animal, planta, lugar u objeto) para distinguirla de las demás; también puede referirse a la reputación de la persona o a la propia persona. †œToda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre† a Jehová Dios. (Ef 3:14, 15.) El creó la primera familia humana y permitió que Adán y Eva tuvieran hijos; por lo tanto, los linajes terrestres deben su nombre a Jehová. Es asimismo el Padre de su familia celestial, y tal como llama a todas las incontables estrellas por sus nombres (Sl 147:4), sin duda también dio nombres a los ángeles. (Jue 13:18.) Un ejemplo interesante de cómo se dio nombre a algo completamente nuevo es el del maná milagroso. Cuando los israelitas lo vieron por primera vez, exclamaron: †œ¿Qué es?† (¿Man hu´?). (Ex 16:15.) Al parecer, por esta razón lo llamaron †œmanᆝ, que probablemente significa †œ¿Qué es?†. (Ex 16:31.) Respecto al origen de determinados nombres, su raí­z y significado, los especialistas tienen opiniones muy diversas. Por esta razón el significado de los nombres bí­blicos varí­a de una fuente de información a otra. En esta publicación se ha tomado la propia Biblia como autoridad principal para determinar el significado de los nombres. Un ejemplo es el significado del nombre Babel. En Génesis 11:9 Moisés escribió: †œPor eso se le dio el nombre de Babel, porque allí­ habí­a confundido Jehová el lenguaje de toda la tierra†. En este pasaje Moisés relaciona †œBabel† con la raí­z verbal ba·lál (confundir), lo que indica que el nombre significa †œConfusión†. Los nombres bí­blicos consisten en una sola voz, en frases o hasta en oraciones. Los nombres con más de una sí­laba a menudo tienen una forma abreviada. Cuando la Biblia no especifica el origen de un nombre, se ha procurado determinar su raí­z o elementos que lo integran con la ayuda de diccionarios modernos acreditados. Por ejemplo: para determinar las raí­ces de los nombres hebreos y arameos, se han empleado el Lexicon in Veteris Testamenti Libros (de L. Koehler y W. Baumgartner, Leiden, 1958) y la revisión aún incompleta de dicha obra; y para los nombres griegos se ha empleado principalmente la novena edición de A Greek-English Lexicon (de H.G. Liddell y R. Scott, revisión de H.S. Jones, Oxford, 1968). Luego se han dado a esas raí­ces los significados que se hallan en la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras. Por ejemplo: el nombre Elnatán se compone de las raí­ces ´El (Dios) y na·thán (dar), por lo que significa †œDios Ha Dado†. (Compárese con Gé 28:4, donde na·thán se ha traducido †œha dado†.) Nombres de animales y plantas. Jehová Dios concedió a Adán el privilegio de dar nombre a las criaturas inferiores. (Gé 2:19.) Los nombres que Adán puso probablemente eran descriptivos, como puede percibirse en algunos de los nombres hebreos de animales e incluso de plantas. La voz hebrea para †œasno† (jamóhr), debe provenir de una raí­z que significa †œenrojecer†, con la que se hace referencia al color habitual del pelaje de este animal. El nombre hebreo de la tórtola (tohr o tor) debe imitar el arrullo †œtorrr torrr† que emite la citada ave. Al almendro se le llama †œel que despierta†, al parecer por ser uno de los primeros árboles que florecen. Nombres de lugares y accidentes topográficos. Algunas veces los hombres dieron a los lugares sus propios nombres, los de sus hijos o los de sus antepasados. El asesino Caí­n construyó una ciudad y le puso el nombre de su hijo Enoc. (Gé 4:17.) Nóbah empezó a llamar a la ciudad conquistada de Quenat por su propio nombre. (Nú 32:42.) Después de capturar la ciudad de Lésem, los danitas la llamaron Dan, el nombre de su antepasado. (Jos 19:47; véase también Dt 3:14.) A los lugares comúnmente se les llamaba según los acontecimientos ocurridos en sus alrededores, como en el caso de altares (Ex 17:14-16), pozos (Gé 26:19-22) y manantiales (Jue 15:19). Otros ejemplos son: Babel (Gé 11:9), Jehová-yiré (Gé 22:13, 14), Beer-seba (Gé 26:28-33), Betel (Gé 28:10-19), Galeed (Gé 31:44-47), Sucot (Gé 33:17), Abel-mizraim (Gé 50:11), Masah, Meribá (Ex 17:7), Taberá (Nú 11:3), Quibrot-hataavá (Nú 11:34), Hormá (Nú 21:3), Guilgal (Jos 5:9), la llanura baja de Acor (Jos 7:26) y Baal-perazim (2Sa 5:20). En algunas ocasiones se denominaba a los lugares, montañas y rí­os por sus caracterí­sticas fí­sicas. Las ciudades de Gueba y Guibeah (ambas significan †œColina†) probablemente obtuvieron sus nombres debido a que estaban ubicadas en colinas. La cordillera del Lí­bano (que significa †œ Blanca†) puede haber recibido su nombre debido al color claro de sus laderas y cimas de piedra caliza, o porque sus cumbres están cubiertas de nieve durante la mayor parte del año. En otros casos, al nombre de las ciudades y pueblos se les añadí­an los prefijos †œen† (fuente, o manantial), †œbeer† (pozo) y †œabel† (cauce) cuando estaban situados en la proximidad de tales lugares. Otros nombres se derivaban de caracterí­sticas, como el tamaño, la ocupación y los productos agrí­colas. Algunos ejemplos son: Belén (que significa †œCasa de Pan†), Betsaida (Casa del Cazador ), Gat (Lagar) y Bézer (Lugar Inaccesible). También se empleaban los nombres de animales y plantas, muchos en forma compuesta. Entre estos estaban: Ayalón (que significa †œLugar de la Cierva; Lugar del Ciervo†), En-guedí­ (Fuente del Cabrito), En-eglaim (Fuente de Dos Terneros), Aqrabim (Escorpiones), Baal-tamar (Dueño de la Palmera) y En-Tapúah (Fuente de la Manzana ). †œBet† (casa), †œbaal† (dueño; amo) y †œquiryat† (ciudad) frecuentemente constituí­an la parte inicial de los nombres compuestos. Nombres de personas. Al principio de la historia bí­blica se daba nombre a los hijos al tiempo de nacer, pero los niños hebreos recibí­an el nombre cuando se les circuncidaba, al octavo dí­a de su nacimiento. (Lu 1:59; 2:21.) Por lo general, eran el padre o la madre quienes daban nombre al recién nacido. (Gé 4:25; 5:29; 16:15; 19:37, 38; 29:32.) Una excepción notable, sin embargo, fue el hijo que les nació a Boaz y Rut. Las vecinas de Noemí­, la suegra de Rut, le llamaron Obed (que significa †œSiervo; Sirviente†). (Rut 4:13-17.) En algunas ocasiones los padres recibieron dirección divina en cuanto al nombre que debí­an poner a sus hijos. Entre estos estuvieron: Ismael (Dios Oye ) (Gé 16:11), Isaac (Risa) (Gé 17:19), Salomón (de una raí­z que significa †œpaz†) (1Cr 22:9) y Juan (equivalente español de Jehohanán, que significa †œJehová Ha Mostrado Favor; Jehová Ha Sido Benévolo†) (Lu 1:13). En particular los nombres que se pusieron por dirección divina solí­an tener un significado profético. Por ejemplo, el nombre del hijo de Isaí­as, Maher-salal-has-baz (que significa †œÂ¡Apresúrate, oh Despojo! El Se Ha Apresurado al Saqueo†), indicaba que el rey de Asiria someterí­a a Damasco y a Samaria. (Isa 8:3, 4.) El nombre del hijo de Oseas, Jezreel (Dios Sembrará Semilla ), predecí­a que la casa de Jehú tendrí­a que rendir cuentas. (Os 1:4.) Los nombres de los otros dos hijos de Oseas, Lo-ruhamá ( No Se Le Mostró Misericordia) y Lo-ammí­ (No Mi Pueblo), indicaban que Jehová rechazarí­a a Israel. (Os 1:6-10.) En lo que respecta al nombre del Hijo de Dios, Jesús (Jehová Es Salvación), era en sí­ mismo una indicación profética del papel que desempeñarí­a como el Salvador nombrado por Dios, o el medio de alcanzar la salvación. (Mt 1:21; Lu 2:30.) El nombre que se le daba a un niño con frecuencia reflejaba las circunstancias de su nacimiento o los sentimientos del padre o la madre. (Gé 29:32–30:13, 17-20, 22-24; 35:18; 41:51, 52; Ex 2:22; 1Sa 1:20; 4:20-22.) Eva llamó Caí­n (que significa †œAlgo Producido†) a su primogénito, pues dijo: †œHe producido un hombre con la ayuda de Jehovᆝ. (Gé 4:1.) Eva consideró al hijo que le nació después del asesinato de Abel como un sustituto de este último, por lo que le puso por nombre Set (Nombrado; Puesto; Colocado). (Gé 4:25.) Isaac llamó a su hijo gemelo más joven Jacob (Que Ase el Talón; Suplantador), puesto que al nacer estaba asiendo el talón de su hermano Esaú. (Gé 25:26; compárese con el caso de Pérez, en Gé 38:28, 29.) Algunas veces el nombre hací­a referencia al aspecto del niño cuando nací­a. Al hijo primogénito de Isaac se le llamó Esaú (Velludo) debido a su mucho vello, algo infrecuente en un recién nacido. (Gé 25:25.) Los nombres que se daban a los niños a menudo incluí­an la partí­cula †œEl† (que significa †œDios†) o una abreviatura del nombre Jehová. Tales nombres expresaban la esperanza de los padres, reflejaban su aprecio por habérseles bendecido con descendencia o reconocí­an algún aspecto de Dios. He aquí­ algunos ejemplos: Jehdeyá (posiblemente, Que Jehová Se Sienta Contento), Elnatán (Dios Ha Dado), Jeberekí­as (Jehová Bendice), Jonatán (Jehová Ha Dado), Jehozabad (probablemente, Jehová Ha Dotado), Eldad (posiblemente, Dios Ha Amado), Abdiel (Siervo de Dios), Daniel (Mi Juez Es Dios), Jehozadaq (probablemente, Jehová Pronuncia Justo) y Pelatí­as (Jehová Ha Provisto Escape). †œAb† (padre), †œah† (hermano), †œam† (pueblo), †œbat† (hija) y †œben† (hijo) se empleaban en nombres compuestos, como Abidá (Padre Ha Conocido), Abí­as ( Padre Es Jehová), Ahiézer (Mi Hermano Es un Ayudante), Amihud (Mi Pueblo Es Dignidad), Aminadab (Mi Pueblo Está Dispuesto ), Bat-seba (Hija de Abundancia; posiblemente, Hija el Séptimo ) y Ben-hanán (Hijo del Que Muestra Favor; Hijo del Misericordioso). †œMélec† (rey), †œadon† (señor) y †œbaal† (dueño; amo) también se combinaban con otras palabras para formar nombres compuestos, como Abimélec (Mi Padre Es Rey), Adoní­as (Jehová Es Señor) y Baal-tamar (Dueño de la Palmera). Los nombres comunes de animales y plantas también se usaron para dar nombre a las personas. Algunos de estos son Débora (Abeja), Dorcas o Tabita (Gacela), Jonás (Paloma), Raquel (Oveja), Safán (Damán) y Tamar (Palmera). La repetición de ciertos nombres en las listas genealógicas refleja la costumbre de dar a los hijos el nombre de algún pariente. (Véase 1Cr 6:9-14, 34-36.) Debido a esta costumbre, los parientes y conocidos de Elisabet no querí­an que le pusiera a su hijo el nombre de Juan. (Lu 1:57-61; véase GENEALOGíA,) En el siglo I E.C. no era extraño que los judí­os —en especial los que viví­an fuera de Palestina o en ciudades con una población mixta de judí­os y gentiles— tuvieran un nombre hebreo o arameo y otro latino o griego. Esta puede ser la razón por la que Dorcas se llamaba también Tabita y el apóstol Pablo, Saulo. A veces los nombres llegaron a considerarse un reflejo de la personalidad o tendencias caracterí­sticas de sus portadores. Esaú dijo lo siguiente de su hermano: †œ¿No es por eso por lo que se le llama por nombre Jacob, puesto que me suplantarí­a estas dos veces? ¡Mi primogenitura ya la ha tomado, y, mira, en esta ocasión ha tomado mi bendición!†. (Gé 27:36.) Abigail hizo la siguiente observación con respecto a su esposo: †œPorque, como es su nombre, así­ es él. Nabal es su nombre, y la insensatez está con él†. (1 Sam.25:25.) Como Noemí­ pensaba que su nombre ya no era apropiado en vista de las calamidades que le habí­an sobrevenido, dijo: †œNo me llamen Noemí­, Llámenme Mará, porque el Todopoderoso me ha hecho muy amarga la situación†. (Rut 1:20.) Cambios de nombre o nuevos nombres. En algunas ocasiones se cambiaba el nombre de una persona o se le daba otro nuevo con algún propósito especial. Poco antes de morir, Raquel llamó a su hijo recién nacido Ben-oní­ (que significa †œHijo de Mi Duelo†), pero su desconsolado esposo, Jacob, le puso por nombre Benjamí­n (Hijo de la Diestra). (Gé 35:16-18.) Jehová cambió el nombre de Abrán a Abrahán (Padre de una Muchedumbre ) y el de Sarai (posiblemente, Contenciosa), a Sara (Princesa), ambos nombres nuevos con un significado profético. (Gé 17:5, 6, 15, 16.) Debido a su perseverancia en la lucha con un ángel, se le dijo a Jacob: †œYa no serás llamado por nombre Jacob, sino Israel, porque has contendido con Dios y con hombres de modo que por fin prevaleciste†. (Gé 32:28.) Este cambio de nombre fue una muestra de la bendición de Dios y se confirmó con posterioridad. (Gé 35:10.) Por lo tanto, cuando las Escrituras hablan proféticamente de un †œnombre nuevo†, se refieren a un nombre que represente apropiadamente a su portador. (Isa 62:2; 65:15; Rev 3:12.) También se solí­an dar nuevos nombres a quienes ascendí­an a puestos de gobierno elevados o recibí­an privilegios especiales. Puesto que los que otorgaban estos nombres eran superiores, el cambio de nombre podí­a significar también la sumisión del portador del nuevo nombre a quien se lo habí­a dado. Después de llegar a ser el administrador de alimento de Egipto, a José se le llamó Zafenat-panéah. (Gé 41:44, 45.) El faraón Nekoh le cambió el nombre a Eliaquim cuando le hizo rey vasallo de Judá, y le llamó Jehoiaquim. (2Re 23:34.) De igual manera, cuando Nabucodonosor hizo vasallo a Mataní­as, le cambió el nombre por Sedequí­as. (2Re 24:17.) Daniel y sus tres compañeros hebreos, Hananí­as, Misael y Azarí­as, recibieron nombres babilonios cuando se les seleccionó en Babilonia para una preparación especial. (Da 1:3-7.) Un acontecimiento posterior en la vida de una persona podí­a dar razón para que se le cambiase de nombre. Por ejemplo, a Esaú se le cambió el nombre a Edom (que significa †œRojo†) debido al color del guisado de lentejas por el que vendió su derecho a la primogenitura. (Gé 25:30-34.) Nombres de ángeles. La Biblia solo suministra el nombre personal de dos ángeles: Gabriel (que significa †œUno Fí­sicamente Capacitado de Dios) y Miguel (¿Quién Es Como Dios?). Quizás fue con el fin de no recibir honra y veneración indebidas por lo que en ciertas ocasiones los ángeles no revelaron su nombre a las personas a quienes se aparecieron. (Gé 32:29; Jue 13:17, 18.) ¿Qué implica el conocer el nombre de Dios? La creación material da testimonio de la existencia de Dios, pero no revela cuál es su nombre. (Sl 19:1; Ro 1:20.) Conocer el nombre de Dios significa más que un simple conocimiento de la palabra. (2Cr 6:33.) En realidad, significa conocer a la Persona: sus propósitos, actividades y cualidades según se revelan en su Palabra. (Compárese con 1Re 8:41-43; 9:3, 7; Ne 9:10.) Puede ilustrarse con el caso de Moisés, un hombre a quien Jehová †˜conoció por nombre†™, esto es, conoció í­ntimamente. (Ex 33:12.) Moisés tuvo el privilegio de ver una manifestación de la gloria de Jehová y también †˜oí­r declarado el nombre de Jehovᆙ. (Ex 34:5.) Aquella declaración no fue simplemente una repetición del nombre Jehová, sino una exposición de los atributos y actividades de Dios, en la que se decí­a: †œJehová, Jehová, un Dios misericordioso y benévolo, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa y verdad, que conserva bondad amorosa para miles, que perdona error y transgresión y pecado, pero de ninguna manera dará exención de castigo, que hace venir el castigo por el error de padres sobre hijos y sobre nietos, sobre la tercera generación y sobre la cuarta generación†. (Ex 34:6, 7.) De manera similar, la canción de Moisés que incluye las palabras: †œPorque yo declararé el nombre de Jehovᆝ, cuenta los tratos de Dios con Israel y describe su personalidad. (Dt 32:3-44.) Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, †˜puso el nombre de su Padre de manifiesto†™ a sus discí­pulos. (Jn 17:6, 26.) Aunque ya conocí­an el nombre de Dios y estaban familiarizados con sus actividades, registradas en las Escrituras Hebreas, estos discí­pulos llegaron a conocer a Jehová de un modo mejor y mucho más amplio a través de aquel que está †œen la posición del seno para con el Padre†. (Jn 1:18.) Cristo Jesús representó perfectamente a su Padre, pues hizo las obras de El y habló, no de su propia iniciativa, sino las palabras de su Padre. (Jn 10:37, 38; 12:50; 14:10, 11, 24.) Por eso pudo decir: †œEl que me ha visto a mí­ ha visto al Padre también†. (Jn 14:9.) Estos hechos dejan claro que los únicos que de verdad conocen el nombre de Dios son sus siervos obedientes. (Compárese con 1Jn 4:8; 5:2, 3.) De modo que la promesa de Jehová registrada en el Salmo 91:14 aplica a tales personas: †œLo protegeré porque ha llegado a conocer mi nombre†. El nombre en sí­ mismo no tiene poder mágico; sin embargo, Aquel que posee ese nombre puede dar protección a su pueblo dedicado. De modo que el nombre representa a Dios mismo. Por esta razón el proverbio dice: †œEl nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo y se le da protección†. (Pr 18:10.) Esta es la acción que toman las personas que arrojan su carga sobre Jehová. (Sl 55:22.) De igual modo, amar el nombre (Sl 5:11), celebrarlo con melodí­a (Sl 7:17), invocarlo (Gé 12:8), darle gracias (1Cr 16:35), jurar por él (Dt 6:13), recordarlo (Sl 119:55), temerlo (Sl 61:5), buscarlo (Sl 83:16), confiar en él (Sl 33:21), ensalzarlo (Sl 34:3) y esperar en él (Sl 52:9) es hacer estas cosas con referencia a Jehová mismo. Hablar abusivamente del nombre de Dios es blasfemar contra Dios. (Le 24:11, 15, 16.) Jehová tiene celo por su nombre y no tolera rivalidad o infidelidad en cuestiones de adoración. (Ex 34:14; Eze 5:13.) Se mandó a los israelitas que ni siquiera mencionaran los nombres de otros dioses. (Ex 23:13.) En vista de que en las Escrituras aparecen los nombres de dioses falsos, la prohibición de mencionarlos debe entenderse con respecto a la adoración. El fracaso de Israel como pueblo portador del nombre de Dios al no cumplir con Sus rectos mandatos constituyó una profanación del nombre que representaban. (Eze 43:8; Am 2:7.) El hecho de que Dios tuviese que castigar a los israelitas por su infidelidad dio oportunidad a las naciones circundantes para hablar irrespetuosamente del nombre divino. (Compárese con Sl 74:10, 18; Isa 52:5.) Como esas naciones no entendieron que las calamidades que sufrí­a Israel eran un castigo de Jehová, dedujeron equivocadamente que El era incapaz de proteger a su pueblo. Con el fin de limpiar su nombre de ese oprobio, Jehová intervino para liberar y repatriar a un resto de Israel. (Eze 36:22-24.) Al manifestarse en determinadas ocasiones de un modo muy singular, Jehová hizo que su nombre se recordase, y en los lugares donde tuvieron lugar esas manifestaciones se erigieron altares. (Ex 20:24; compárese con 2Sa 24:16-18; véase JEHOVí.) El nombre del Hijo de Dios. Debido a que Jesús permaneció fiel hasta la misma muerte, su Padre le recompensó con una posición superior y con un †œnombre que está por encima de todo otro nombre†. (Flp 2:5-11.) Todos los que desean la vida deben reconocer lo que este nombre representa (Hch 4:12), esto es, la posición de Jesús como Juez (Jn 5:22), Rey (Rev 19:16), Sumo Sacerdote (Heb 6:20), Rescatador (Mt 20:28) y Agente Principal de la salvación. (Heb 2:10; véase JESUCRISTO.) Cristo Jesús, en calidad de †œRey de reyes y Señor de señores†, también tiene que dirigir a los ejércitos celestiales en una guerra justa. Como ejecutor de la venganza de Dios, exhibirá facultades y cualidades completamente desconocidas para aquellos que peleen contra él. Por esta razón se dice que †œtiene un nombre escrito que nadie conoce sino él mismo†. (Rev 19:11-16.) Varios usos de la palabra †œnombre†. Un determinado nombre puede †œllamarse sobre† una persona, ciudad o edificio. Cuando Jacob adoptó a los hijos de José, dijo: †œY sea llamado sobre ellos mi nombre y el nombre de mis padres, Abrahán e Isaac†. (Gé 48:16; véase también Isa 4:1; 44:5.) El que se llamara el nombre de Jehová sobre los israelitas indicaba que eran su pueblo. (Dt 28:10; 2Cr 7:14; Isa 43:7; 63:19; Da 9:19.) Jehová también puso su nombre sobre Jerusalén y el templo, aceptándolos así­ como el centro legí­timo de su adoración. (2Re 21:4, 7.) Joab prefirió no acabar de tomar Rabá para que no se llamara su nombre sobre esa ciudad, es decir, para que no se le atribuyera a él el crédito de la conquista. (2Sa 12:28.) Por otra parte, el nombre de la persona que morí­a sin descendencia masculina era †œquitado†, según la expresión bí­blica. (Nú 27:4; 2Sa 18:18.) Por eso el matrimonio de levirato prescrito en la ley de Moisés sirvió para conservar el nombre del hombre fallecido. (Dt 25:5, 6.) Por otra parte, la aniquilación de una nación, pueblo o familia significaba la desaparición o eliminación de su nombre. (Dt 7:24; 9:14; Jos 7:9; 1Sa 24:21; Sl 9:5.) Hablar o actuar †˜en el nombre de†™ otra persona significaba hacerlo como representante suyo. (Ex 5:23; Dt 10:8; 18:5, 7, 19-22; 1Sa 17:45; Est 3:12; 8:8, 10.) De modo similar, recibir a una persona en el nombre de alguien indica un reconocimiento de ese alguien. Por lo tanto, †˜recibir a un profeta en nombre de profeta†™ significarí­a recibir a un profeta por el hecho de ser profeta. (Mt 10:41, BJ; CEBIHA; Leal; Redin; RH; NM; Val.) Del mismo modo, bautizar en el †œnombre del Padre y del Hijo y del espí­ritu santo† significa un reconocimiento del Padre, del Hijo y del espí­ritu santo. (Mt 28:19.) Reputación o fama. La palabra †œnombre† se emplea con frecuencia en las Escrituras con el sentido de fama o reputación. (1Cr 14:17, nota.) Ocasionar un mal nombre a alguien significaba acusar falsamente a esa persona y así­ manchar su reputación. (Dt 22:19.) El que a alguien se le †˜deseche su nombre como inicuo†™ significa la pérdida de la buena reputación. (Lu 6:22.) Los hombres empezaron a edificar una torre y una ciudad después del Diluvio para hacerse †œun nombre célebre†, en desafí­o a Jehová. (Gé 11:3, 4.) Por otra parte, Jehová prometió hacer grande el nombre de Abrán si dejaba su paí­s y sus parientes y se mudaba a otra tierra. (Gé 12:1, 2.) Como testimonio del cumplimiento de esa promesa está el hecho de que en la actualidad pocos nombres de tiempos antiguos han llegado a ser tan grandes como el de Abrahán, sobre todo como ejemplo de fe sobresaliente. Millones de personas aún afirman que son los herederos de la bendición abrahámica debido a contarse entre sus descendientes. Jehová también hizo grande el nombre de David al bendecirlo y darle victorias sobre los enemigos de Israel. (1Sa 18:30; 2Sa 7:9.) Cuando la persona nace no tiene ninguna reputación, por lo que su nombre es poco más que una etiqueta. Por esta razón Eclesiastés 7:1 dice: †œMejor es un nombre que el buen aceite, y el dí­a de la muerte que el dí­a en que uno nace†. No es cuando una persona nace, sino que es durante toda su vida cuando su †œnombre† cobra un significado real, en el sentido de identificarlo como alguien que practica justicia o iniquidad. (Pr 22:1.) Debido a la fidelidad de Jesús hasta la muerte, su nombre pasó a ser el único nombre †œdado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos†, y †œha heredado un nombre más admirable† que el de los ángeles. (Hch 4:12; Heb 1:3, 4.) En cambio, Salomón, de quien se esperaba que su nombre fuera †œmás espléndido† que el de David, murió con el nombre de un descarriado de la adoración verdadera. (1Re 1:47; 11:6, 9-11.) †œEl mismí­simo nombre de los inicuos se pudrirᆝ, o llegará a ser un hedor odioso. (Pr 10:7.) Por todo lo antedicho, †œha de escogerse un nombre más bien que riquezas abundantes†. (Pr 22:1.) Nombres escritos en el †œlibro de la vida†. Al parecer, en un sentido figurado, Jehová ha estado escribiendo nombres en el libro de la vida desde la †œfundación del mundo†. (Rev 17:8.) Jesucristo relacionó el tiempo de Abel con la †œfundación del mundo†, lo que indica que en este contexto la palabra †œmundo† se refiere al mundo de la humanidad redimible. Este mundo tuvo su origen cuando nacieron los hijos de Adán y Eva. (Lu 11:48-51.) El nombre de Abel debe haber sido el primero que se registró en ese rollo simbólico. Sin embargo, los nombres que aparecen en el rollo de la vida no son los de personas a las que se ha predestinado a ganarse la aprobación de Dios y la vida, puesto que según las Escrituras los nombres pueden †˜borrarse†™ del †œlibro de la vida†. Por lo tanto, parece ser que el nombre de una persona se escribe en el †œlibro de la vida† cuando llega a ser siervo de Jehová, y solo permaneciendo fiel puede conservar su nombre en este libro. (Rev 3:5; 17:8; compárese con Ex 32:32, 33; Lu 10:20; Flp 4:3; véase también VIDA.) Nombres registrados en el rollo del Cordero. De igual manera, los nombres de las personas que adoran a la simbólica bestia salvaje no se registran en el rollo del Cordero. (Rev 13:8.) La bestia salvaje ha recibido su autoridad, poder y trono del dragón, Satanás el Diablo. Los que adoran a la bestia salvaje son, por lo tanto, parte de la †˜descendencia de la serpiente†™. (Rev 13:2; compárese con Jn 8:44; Rev 12:9.) Antes de que les nacieran hijos a Adán y Eva, Jehová Dios anunció que habrí­a enemistad entre la †˜descendencia de la mujer†™ y la †˜descendencia de la serpiente†™. (Gé 3:15.) Así­, ya se determinó desde la fundación del mundo que ningún adorador de la bestia salvaje tendrí­a su nombre escrito en el rollo del Cordero. Solo tendrí­an ese privilegio personas que fueran †˜sagradas†™ desde el punto de vista de Dios. (Rev 21:27.) En vista de que este rollo pertenece al Cordero, es lógico concluir que los nombres registrados en él corresponden a las personas que Dios le ha dado. (Rev 13:8; Jn 17:9, 24.) Por eso es significativo que la siguiente referencia al Cordero en el libro de Revelación lo presente de pie en el monte Sión, con 144.000 personas compradas de entre la humanidad. (Rev 14:1-5.) Fuente: Diccionario de la Biblia shem (µve, 8034), ‘nombre; reputación; memoria; renombre’. Hay cognados de este vocablo en acádico, ugarí­tico, fenicio, arameo y arábigo. El vocablo aparece unas 864 veces a través del Antiguo Testamento hebreo. No siempre es el caso que los ‘nombres’ personales revelaban la esencia de un individuo. Ciertos nombres asimilan palabras de otras lenguas o términos muy antiguos cuyo significado se desconocí­a. Por cierto, nombres como ‘perro’ (Caleb) y ‘abeja’ (Débora) no tení­an nada que ver con la personalidad de sus dueños. Tal vez algunos nombres indicaban alguna caracterí­stica sobresaliente del que lo llevaba. En otros casos, un ‘nombre’ conmemora un hecho o sentimiento que experimentaron los padres en torno al nacimiento del niño o cuando le pusieron el nombre. Otros nombres dicen algo acerca de quien lo recibe que sirve para identificarlo. Este sentido del nombre como identificación aparece en Gen 2:19 (uno de los primeros casos en la Biblia): ‘Todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre’. Por otro lado, los nombres por los que Dios se autorrevela ( Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento El nombre, lejos de ser una designación convencional, expresa para los antiguos el papel de un ser en el universo. Dios da cima a la creación poniendo nombre a todas las criaturas, dí­a, noche, cielo, tierra, mar (Gén 1,3-10), designando a cada uno de los astros por su nombre (Is 40,26) o encargando a Adán dar nombre a cada uno de los animales (Gén 2,20). Los hombres, a su vez, propenderán a dar un nombre significativo a los lugares a que se asocia _ un acontecimiento importante, aunque sea a costa de una etimologí­a extraña, como Babel (Gén 11,9).1. Los nombres de los hombres. El nombre dado en el nacimiento expresa ordinariamente la actividad o el destino del que lo lleva: Jacob es el suplantador (Gén 27,36), Nabal lleva un nombre apropiado, pues es un loco (1Sa 25,25). El nombre puede también evocar las circunstancias del nacimiento o el porvenir entrevisto por los padres: Raquel al morir llama a su hijo ‘hijo de mi dolor’, pero Jacob lo llama Benjamí­n, ‘hijo de mi diestra’ (Gén 35,18). A veces es una especie de oráculo, que desea al niño el apoyo del Dios de Israel: Isaí­as (YeIa`-Yahu), ‘¡Al que Dios salve!’ En todo caso el nombre dice el potencial social de un hombre, hasta el punto de que ‘nombre’ puede significar también ‘renombre’ (Núm 16,2), y estar sin nombre es ser un hombre sin valor (Job 30,8). En cambio, tener varios nombres puede significar la importancia de un hombre que tiene diferentes funciones que desempeñar, como Salomón, llamado también ‘amado de Dios’ (2Sa 12,25). Si el nombre es la persona misma, actuar sobre el nombre es tener influjo en el ser mismo. Así­ un empadronamiento puede parecer significar una esclavización de las personas (cf.2Sa 24). Cambiar a alguien el nombre es imponerle una nueva personalidad, dar a entender que ha quedado convertido en vasallo (2Re 23, 34; 24,17). Así­ Dios cambia el nombre de Abraham (Gén 17,5), de Saray (17,15) o de Jacob (32,29), para indicar que toma posesión de su vida. Igualmente, los nuevos nombres dados por Dios a Jerusalén perdonada, ciudad-justicia, ciudad-fiel (Is 1,26), ciudad-Yahveh (60,14), deseada (62, 12), mi-placer (62,4) expresan la nueva vida de una ciudad, en la que los corazones son regenerados por la nueva alianza.2. Los nombres de Dios. Así­ pues, en todos los pueblos importaba mucho el nombre de la divinidad; y mientras los babilonios llegaban hasta a dar circuenta nombres a Marduk, su dios supremo, para consagrar su victoria en el momento de la creación, los cananeos mantení­an oculto el nombre de sus divinidades bajo el término genérico de Baal, ‘señor, dueño’ (de tal o tal lugar). Entre los israelitas, *Dios mismo se digna nombrarse. Anteriormente el Dios de Moisés era conocido únicamente como el Dios de los mayores, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El ángel que luchó con Jacob, interrogado, se niega a decir su nombre (Gén 32,30); al padre de Sansónsólo se le comunica un epí­teto de este nombre : ‘maravilloso’ (Jue 13.18). Así­ también en los tiempos patriarcales se designó al Dios de Israel con abjetivos como s’adday (el de la montaña) o con expresiones como ‘terror de Isaac’ o ‘fuerte de Jacob’. Pero un dí­a, en el Horeb, reveló Dios mismo su nombre a Moisés. La fórmula empleada se comprende a veces como una negativa análoga a la que dio el ángel a Jacob para no revelársele: ‘Yo soy el que soy’, ‘Yo soy lo que soy’ (Ex 3,13-16; 6,3). Pero el texto sagrado quiso dar a esta fórmula un sentido positivo. En efecto, según el contexto’, este nombre debe acreditar cerca del pueblo la misión de Moisés; ‘Yo-soy me enví­a a vosotros’, dirá Moisés, y el pueblo irá a adorar a ‘El-es’ (o ‘el hace ser’) en la montaña santa. De todos modos, este nombre significa que Dios está *presente en medio de su pueblo: él es Yahveh.3. Invocar el nombre de Dios. Si Dios reveló su nombre, fue para que se le *adorase bajo este verdadero nombre, el único auténtico (cf. Ex 3,15). Será por tanto la divisa de reunión de las tribus durante la conquista y después de ella (Jue 7,20). Es el nombre del único Dios verdadero, dirán más tardes los profetas: ‘Antes de mí­ ningún Dios fue formado, ni lo habrá después de mí­. Yo, yo soy Yahveh’ (Is 43,10s). Es, pues, el único nombre que estará autorizado en los labios de Israel (Ex 23,13), el único invocado en Jerusalén cuando David haya hecho de la ciudad la capital religiosa, pues ‘Yahveh es celoso de su nombre’ (Ex 34,14). ‘Invocar el nombre de Yahveh’ es propiamente dar *culto a Dios, orarle: se grita su nombre (Is 12,4), se le llama (Sal 28,1 ; cf. Is 41,25), se hace llamamiento a él (Sal 99,6). Pero si Dios confió así­ su nombre propio a Israel, éste, en cambio, no debe ‘pronunciar en vano el nombre de Yahveh’ (Ex 20,7; Dt 5,11): en efecto, no está a su disposición, de modo que abuse de él y acabe por *tentar a Dios: esto no serí­a ya servir a Dios, sino servirse de él para sus propios fines.4. El nombre es Dios mismo. Dios se identifica de tal manera con su nombre que hablando de él se designa a sí­ mismo. Este nombre es amado (Sal 5,12), alabado (Sal 7,18), santificado (Is 29,23). Nombre temeroso (Dt 28,58), eterno (Sal 135,13). ‘Por su gran nombre’ (Jos 7,9), a causa de su nombre (Ez 20,9) obra en favor de Israel; esto quiere decir: por su *gloria, para ser reconocido como grande y santo. Para marcar mejor la trascendencia del Dios inaccesible y misterioso, basta el nombre para designar a Dios. Así­ como para evitar una localización indigna de Dios, el *templo es el lugar donde Dios ‘ha hecho habitar su nombre’ (Dt 12,5), allí­ se va a su presencia (Ex 34, 23), a este templo que ‘lleva su nombre’ (Jer 7, 10.14). Es el nombre que, de lejos, va a pasar a las naciones por la criba de la destrucción (Is 30,27s). Finalmente, en un texto tardí­o (Lev 24,11-16), ‘el nombre’ designa a Yahveh sin más precisiones, como lo hará más tarde el lenguaje rabí­nico. En efecto, por un respeto más y más acentuado, el judaí­smo tenderá a no osar ya pronunciar el nombre revelado en el Horeb. En la lectura será reemplazado por Dios (Elohí­m) o más frecuentemente Adonai, ‘mi Se-60r’. Así­, los judí­os que traduzcan los ‘libros sagrados del hebreo al griego no transcribirán nunca el nombre de Yahveh, sino lo expresarán por kyrios, *señor. Al paso que el nombre de Yahveh, bajo la forma de Yau u otras, pasa a un uso mágico o profano, el nombre de Señor recibirí­a su consagración en el NT. NT.1. El nombre del Padre. A la revelación que hizo Dios de su nombre en el AT corresponde en el NT la revelación por la que Jesús da a conocer a sus discí­pulos el nombre de su *Padre (Jn 17,6.26). Por la forma como él mismo se manifiesta como el *Hijo revela que el nombre que expresa más profundamente el ser de *Dios es el de Padre, cuyo Hijo es Jesús (Mt 11,25ss), cuya paternidad también se extiende a todos los que creen en su Hijo (Jn 20,17). Jesús pide al Padre que glorifique su nombre (Jn 12,28) e invita a sus discí­pulos a pedirle que lo *santifique (Mt 6,9 p), cosa que Dios hará manifestando su *gloria y su *poder (Rom 9,17; cf. Le 1,49), y glorificando a su Hijo (Jn 17,1.5.23,$). Los cristianos tienen el deber de *alabar el nombre de Dios (Heb 13,15) y de cuidar que su conducta no lo haga blasfemar (Rom 2,24; 2Tim 6,1).2. El nombre de Jesús. Los discí­pulos, recurriendo al nombre de Jesús, *curan a los enfermos (Act 3,6; 9,34), expulsan a los demonios (Mc 9, 38; 16,17; Lc 10,17; Act 16,18; 19,13), realizando toda clase de *milagros (Mt 7,22; Act 4,30). *Jesús aparece así­ tal como su nombre lo indica: el que salva (Mt 1,21-25) devolviendo la salud a los enfermos (Act 3,16), pero también y sobre todo procurando la salvación eterna a los que creen en él (Act 4,7-12; 5,31; 13,23).3. El nombre del Señor. Dios, resucitando a Jesús y haciéndolo sentar a su *diestra, le dio el nombre que está por encima de todo nombre (Flp 2,9; Ef 1,20s), un nombre nuevo (Ap 3,12), que no es distinto del de Dios (14,1; 22,3s) y participa en su misterio (19,12). Este nombre inefable halla, no obstante, su traducción en la apelación de *Señor, que conviene a Jesús resucitado con el mismo tí­tulo que a Dios (FIp 2, 10s = Is 45,23; Ap 19,13.16 = Dt 10,17), y en la designación de Hijo, que en este sentido no comparte con ninguna criatura (Heb 1,3ss; 5,5; cf. Act 13,33; Rom 1,4, según Sal 2,7). Los primeros cristianos no vacilan en referir a Jesús una, de las apelaciones más caracterí­sticas del judaí­smo para hablar de Dios: se declara a los apóstoles sumamente gozosos de haber sido ‘juzgados dignos de sufrir por el nombre’ (Act 5,41); se cita a misioneros que ‘se pusieron en camino por el nombre’ (3Jn 7). a) La fe cristiana consiste en ‘creer que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos’, en ‘*confesar que Jesús es *Señor’, en ‘invocar el nombre del Señor’ : estas tres expresiones son prácticamente equivalentes (Rom 10,9-13). Los primeros cristianos se designan naturalmente como ‘los que invocan el nombre del Señor’ (Act 9,14.21; ICor 1,2; 2Tim 2,22; cf. Act 2,21 = Jl 3,5), significando así­ que reconocen a Jesús por Señor (Act 2,36). La profesión de fe se impone particularmente en el momento del *bautismo, que se confiere en nombre del Señor Jesús (Act 8, 16; 19,5; ICor 6,11), o también en nombre de Cristo (Gál 3,27), de Cristo Jesús (Rom 6,3). El neófito invoca el nombre del Señor (Act 22,f6), el nombre del Señor se invoca sobre él (Sant 2,7); se halla así­ bajo el poder de aquél cuyo señorí­o reconoce. En Jn, el objeto propio de la fe cristiana no es tanto el nombre del Señor cuanto el del *Hijo: para poseer la vida importa creer en el nombre del Hijo único de Dios (Jn 3, 17s; cf.1,12; 2,23; 20,30s; Un 3, 23; 5,5.10.13), es decir, adherirse a la persona de Jesús reconociendo que es el Hijo de Dios, que ((Hijo de Dios’ es el nombre que expresa su verdadero ser. b) La predicación apostólica tiene por objeto publicar el nombre de Jesucristo (Lc 24,46s; Act 4,17s; 5, 28.40; 8,12; 10,43). Los predicadores tendrán que sufrir por este nombre (Mc 13,13 p), lo cual debe ser para ellos causa de gozo (Mt 5,11 p; Jn 15,21; 1 Pe 4,13-16). El Apocalipsis va dirigido a cristianos que sufren por este nombre (Ap 2,3), pero se adhieren a él firmemente (2,13) y no lo reniegan (3,8). El ministerio del nombre de Jesús incumbe especialmente a Pablo, que lo ha recibido como una carga (Act 9,15) y una causa de sufrimientos (9,16); sin embargo, desempeña su misión con intrepidez y *orgullo (9,20.22.27s), pues ha consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo (15,26) y está pronto a morir por él (21,13). c) La vida cristiana está totalmente impregnada por la fe: los cristianos se reúnen en nombre de Jesús (Mt 18,20), acogen a los que se presentan en su nombre (Mc.9,37 p), aunque guardándose de los impostores (Mc 13,6 p); dan también gracias a Dios en nombre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 5,20; Col 3,17), conduciéndose de tal manera que el nombre de Jesucristo sea glorificado (2 Tes 1,11s). En la oración se dirigen al Padre en nombre de su Hijo (Jn 14,13-16; 15,16; 16,23s, 26s).4. Otros nombres. Cada ser lleva el nombre que corresponde al papel que le ha sida asignado. Cuando su misión es divina, su nombre viene del cielo, como el de *Juan (Lc 1,13.63). Aun dado por los hombres, el nombre es signo de una guí­a por parte de Dios: Zacarí­as (1,5.72: ‘Dios se ha acordado’), Isabel (1,5.73: ‘el juramento que él habí­a jurado’), *Marí­a (1,27.46.52: ‘magnificada, ensalzada’). Al dar Jesús a Simón el nombre de *Pedro, muestra el papel que le confí­a y la nueva personalidad que crea en él (Mt 16,18). El buen *pastor conoce a cada una de sus ovejas por su nombre (Jn 10, 3). Los nombres de los elegidos están inscritos en el cielo (Lc 10,20), en el *libro de la vida (FIp 4,5; Ap 3,5; 13,8; 17,8). Entrando en la gloria recibirán un nombre *nuevo e inefable (Ap 2,17; participando de la existencia de Dios llevarán el nombre del Padre y el de su Hijo (3,12; 14, 1); Dios los llamará sus *hijos (Mt 5,9), pues lo serán en realidad (1Jn 3,1). -> Dios – Gloria – Vocación. LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001 Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas Cuando la Escritura usa el término «nombre» para Dios, generalmente sigue el uso que se hace de la palabra en relación con los hombres. «Dios condesciende con nosotros a fin de que nosotros ascendamos a él» (Agustín). El paralelo no es total, sin embargo, debido a la diferencia que hay entre el hombre pecaminoso e imperfecto y el Dios santo y perfecto (Lc.1:49). Una persona puede, por ejemplo, llamarse «el Sr. Rey Libre» aunque no sea ni rey ni libre, mientras que nuestro Señor es completa y verdaderamente todo lo que su nombre denota, por ejemplo, Jesús, esto es, Salvador. En general, el uso bíblico del nombre para Dios puede dividirse en tres categorías, aun cuando quedan algunos casos que requieren una clasificación más especial. Primero, la palabra nombre se usa para referirse a Dios mismo. De esta forma, «todo aquel que invocare el nombre del Señor» (Hch.2:21) significa invocar a Dios mismo. Lo mismo se puede decir de tales expresiones como «confiar en su nombre» (Mt.12:21); «blasfemar su nombre» (Ap.13:6). Doblar la rodilla «al nombre de Jesús» significa hacerlo frente a Jesús mismo (Fil.2:10). Segundo, el término «nombre» con la preposición en o epi y los dativos significa «en el poder de» o «por la autoridad de». Echar fuera demonios en tō onomati Iēsou significa echar fuera demonios por el poder o la autoridad de Jesús (Mr.9:38). Lo mismo se puede decir de expresiones como: «ser bautizado epi tō onomati Iēsou Christou (Hch.2:38) o recibir a un pequeño epi tō onomati mou (Mt.18:6). Tercero, el término «nombre» con la preposición eis y el acusativo denota «en unión a», así, por ejemplo, uno que es bautizado para unirse («hacia el interior de») al nombre del Dios Trino tiene comunión con él (Mt.28:19; 1 Co.1:13, 15); o bien significa simplemente «en»: «Creer en su nombre» (Jn.1:12). BIBLIOGRAFÍA Arndt; W.L. Walker en ISBE,

See also:  Que Es La Carne Halal?

Theodore Muller

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia Harrison, E.F., Bromiley, G.W., & Henry, C.F.H. (2006). Diccionario de Teología (424). Grand Rapids, MI: Libros Desafío. Fuente: Diccionario de Teología La Biblia no es extraña a la costumbre, hoy virtualmente normativa, de dar nombres sencillamente porque a los padres les gusta.

¿Qué otro motivo puede haber cuando a una niña se le da el nombre Débora (que significa ‘abeja’, Jue.4.4) o Ester (heb. h a ḏassâ, ‘mirto’)? Aun en casos en que el nombre evoca un sentimiento altisonante, moralista, o religioso, sería ir en contra de las evidencias suponer sin lugar a dudas que el nombre fue puesto teniendo en mente dicho pensamiento, y no el que los padres querían satisfacer una preferencia por el nombre en sí frente a cualquier otro.

Es posible, por ejemplo, tejer una triste fantasía en torno al nombre Ahicam (‘mi hermano se ha levantado’) suponiendo un trágico motivo de aflicción anterior en la familia, que se considera rectificado por el posterior nacimiento de otro hijo, pero Ahicam es un nombre que suena bien y a falta de pruebas en contrario es muy posible que haya sido elegido por esa simple razón.

No obstante, si bien es cierto que podemos ser demasiado imaginativos en nuestro tratamiento de los nombres, y de la costumbre de asignar nombres en la Biblia, no cabe duda de que hay, en general, un fondo conceptual que con frecuencia tenía plena vigencia en el acto de otorgar un nombre y que, aun cuando aparentemente no tuviera parte (o por lo menos no tuviera parte conocida por nosotros) en el acto original de imponerlo, con todo, posteriormente el mismo adquiría validez en la vida de la persona que lo ostentaba.

Así, por ejemplo, mientras que Isaías eligió deliberadamente los nombres de sus dos hijos con el fin de que evidenciaran ciertos aspectos de la palabra de Dios ante su pueblo (Is.7.4; 8.1–4), en el caso de su propio nombre (‘Yahvéh salva’), como tendríamos que decirlo nosotros, ‘por coincidencia’, no se podría haber hecho una mejor elección.

El punto de vista de la Biblia acerca de los nombres, y de la costumbre de conferirlos, resultaría menoscabado si se dijera que se trataba de mera coincidencia o accidente de la elección paterna: la relación que ve entre el nombre y la persona es demasiado íntima y también demasiado dinámica para que así fuese.I.

Asignación significativa de nombres Las evidencias que se encuentran dispersas en toda la Biblia indicarían claramente que no es coincidencia que el gran profeta de la salvación tenga un nombre teofórico relacionado con el tema de la salvación. Verían la providencia directiva de Dios en la determinación por anticipado de todo el curso de la vida; probablemente verían, más típicamente, la incorporación en el nombre de una palabra de parte de Dios que consecuentemente moldearía a su recipiente de modo que su vida expresase lo que la palabra declaraba.

Este es, por lo menos, el punto de vista dinámico en cuanto a los nombres y su aplicación que se detecta en toda la Biblia, y que difiere tan dramáticamente de nuestro punto de vista estático en cuanto al nombre como rótulo diferenciador. Las siete categorías siguientes cubren la mayoría de las situaciones dinámicas en relación con el acto de asignar nombres: a.

El nombre referido a posición, De la mujer que acababa de serle presentada, el hombre dijo que se la llamaría ‘Varona’ (o ‘mujer’), acordándole así posición coigual con su marido (o mejor, su contraparte): él es ˒ı̂š ; ella ˒iššâ, En general en la Biblia el otorgamiento de un nombre es función del que tiene autoridad: la imposición del nombre ‘Hombre’ (o ‘varón’) a la pareja por su Creador (Gn.5.2, cf.

  1. °bj y °vrv2 ), el acto del hombre de ponerle nombre a los animales en su capacidad de señor de la creación (Gn.2.19s), la asignación de nombres a los hijos por sus padres (por la madre en 28 y por el padre en 18 ocasiones), el acto de cambiarle el nombre a un rey vencido (2 R.23.34), etc.
  2. Pero en Gn 2.23 el ‘hombre’ reconoce a su pareja, igual y complementaria, la que, con él, comparte el dominio que Dios les ha dado sobre el mundo (Gn.1.28ss).b.

El nombre referido a la ocasión, El nacimiento de su primogénito es para Eva el momento significativo del cumplimiento de la promesa de la simiente victoriosa; por lo tanto, ‘junto con Yahvéh’, como lo expresó ella (Gn.4.1)—él, cumpliendo su promesa, ella dando a luz un hijo—’obtuvo la posesión’ (verbo qānâ ) de un niño al que por consiguiente llamó ‘Caín’ ( qayin ).c.

El nombre referido el acontecimiento, Algunas veces los nombres se refieren a toda una situación: p. ej. Babel (Gn.11.9) o Peleg (Gn.10.25). Estos dos nombres tienen la misma cualidad, pero en el caso más plenamente documentado de Babel podemos ver mejor lo que el caso comprendía: el nombre era en efecto palabra de Dios.

Los hombres ya habían descubierto en sí mismos una tendencia a separarse o dispersarse (11.4) y se propusieron, con ayuda de sus adelantos tecnológicos (v.3), ser sus propios salvadores en este sentido. El edicto divino se pronuncia contra la confianza que evidencia el hombre en cuanto a su propia capacidad para salvarse, y la palabra que impone judicialmente a la raza humana la incapacidad que ella temía (v.8) se incorpora sucintamente a la trama de las cosas terrenas en el topónimo ‘Babel’ (‘confusión’), que ha de consutuir en adelante el genio malo del relato bíblico hasta el final (cf., p.

  1. Ej., Is.13.1; 21.1–10; 24.10; Ap.18.2; etc.; * Babilonia ).d.
  2. El nombre referido a la circunstancia,
  3. Isaac recibió su nombre como consecuencia de la risa de sus padres (Gn.17.17; 18.12; 21.3–7); Samuel, como consecuencia de las oraciones de su madre (1 S.1.20); Moisés, como consecuencia del acto de su madre-princesa de sacarlo de las aguas (Ex.2.10); Icabod, como consecuencia de la pérdida del arca, considerada significativa del retiro del favor divino (1 S.4.21); Jacob, como consecuencia de la posición de los mellizos al nacer (Gn.25.26).

En muchos de estos casos la Biblia proporciona los elementos para probar que tales ‘accidentes’ eran realmente simbólicos: la victoria en el mar Rojo convierte a Moisés preeminentemente en el hombre que salió de las aguas; la historia de Samuel es precisamente la historia del hombre que sabía que la oración es contestada, y así.

En otras palabras, hay un vínculo sostenido entre la idea de otorgar un nombre y el dinamismo de la todopoderosa palabra de Dios para realizar aquello que el nombre declara.e. El nombre referido a la transformación o modificación, Algunos nombres se otorgaban para demostrar que algo nuevo había ocurrido en la vida de la persona, que se había completado un capítulo y comenzaba uno nuevo.

Si bien este acto de dar un nombre nuevo generalmente tiene carácter positivo y promisorio, esta categoría se inicia con la triste acción de cambiarle el nombre a ˒iššâ (Gn.2.23) por el de Eva (Gn.3.20), por lo que el nombre que expresaba coigualdad de posición y complementariedad de relación se convirtió en nombre de función; el primer nombre expresaba lo que el marido veía en su mujer (y lo alegraba), el segundo expresaba el destino a que él la sometería, imponiéndole dominación a cambio de sus deseos (Gn.3.16).

Pero a la misma categoría corresponde el cambio de Abram por Abraham, lo cual evidencia el comienzo del nuevo hombre con nuevos poderes: el Abram sin hijos (cuyo nombre ‘padre elevado’ no era más que una broma pesada) se convierte en Abraham, el que, si bien no significa gramaticalmente ‘padre de muchas naciones’ tiene suficiente asonancia con las palabras que (más extensamente) expresan dicha idea.

Muchos nombres con significado funcionan sobre una base similar de asonancia. Así, también, en un mismo día Benoni se convirtió en Benjamín (Gn.35.18), el nombre referido a circunstancias de dolor y pérdida, convirtiéndose así en nombre referido a posición, ‘hijo de la mano derecha’.

  • El otorgamiento dominical del nombre Pedro (Jn.1.42) tiene el mismo significado, cf.
  • Mt.16.18; como es también el caso del cambio, (presumiblemente) elegido por él mismo, de Saulo a Pablo (Hch.13.9).f.
  • El nombre referido a lo predictivo/admonitorio,
  • Los dos hijos de Isaac ocupan lugar preeminente en esta categoría.

Es significativo de la seguridad del profeta acerca de la palabra de Dios expresada por medio de él el que estuviese dispuesto a incorporarla en sus hijos, que de este modo se constituyeron, en su propia época, en ‘el verbo hecho carne’, el más grande de los oráculos actuados (* Profecía ) del AT.

Cf. Is.7.3; 8.1–4, 18. Véase tamb.2 R.24.17, donde el nombre Sedequías incorpora el elemento de la justicia ( ṣedeq, ‘justicia’) que de este modo el faraón aconseja al nuevo rey que practique. La acción del Señor de llamar a Jacobo y a Juan ‘Boanerges’ constituía igualmente una advertencia contra el elemento indeseable de la fogosidad en su celo (Mr.3.17; cf.

Cuál es el significado del nombre BENICIO

Lc.9.54), y aquí también el nombre resultó ser palabra efectiva de parte de Dios.g. El nombre precatorio y teofórico, Nombres tales como Nabal ( nāḇl, ‘insensato’) (1 S.25.25) sólo pueden haber sido dados sobre la base de la oración de una madre—’No permitas que se vuelva insensato’—, oración para la que podría proporcionarse un fondo convincente sin esforzar demasiado la imaginación.

  • Es posible que muchos nombres teofóricos tuvieran este mismo elemento de oración, o, cuando menos, la mayoría de los que se basan en un tiempo imperfecto del verbo: así Ezequiel (‘¡Que Dios fortalezca!’); Isaías (‘¡Que Yah salve!’).
  • Incluso aquellos que en traducción directa hacen una afirmación (p. ej.

Joacaz, ‘Yahvéh ha asido’) son probablemente producto de la aspiración paterna piadosa (que no siempre se realiza), como posiblemente lo evidencia el triste caso de Nabal (1 S.25), o el caso del rey Acaz, cuyo nombre probablemente sea abreviatura de ‘Joacaz’: está plenamente de acuerdo con la historia de ese rey políticamente astuto, pero espiritualmente inepto, el criterio de que eliminó deliberadamente el elemento teofórico de su nombre.

  • La asignación del nombre del Señor Jesucristo no se ajusta a ninguna de las categorías anteriores.
  • En su relación con las profecías veterotestamentarias (Mt.1.23 con Is.7.14; Lc.1.31–33 con Is.9.6s) Jesús es un nombre referido a posición, que declara que el recipiente es Dios, nacido de una virgen, y el rey prometido del linaje de David.

Es significativo que la primera persona que se nombra en el NT recibe (no un nombre de predicción sino) un nombre de cumplimiento: los propósitos de Dios están evolucionando hacia su cumplimiento total. El propio nombre de Jesús es un nombre predictivo que apun ta hacia lo que él mismo ha de hacer, y esto mismo resulta significativo por cuanto los nombres predictivos del AT apuntaban hacia lo que Yahvéh había de hacer y se ubicaban, en relación con dicho acto, como heraldos o indicadores externos.

  1. Pero Jesús es él mismo el cumplimiento de lo que su nombre declara. II.
  2. El nombre de Dios Todas las pruebas que contribuyen a demostrar que en el nivel humano un nombre es algo significativo y, más aun, potente, que no sólo rotula sino que moldea a su receptor, encuentra su punto focal en el concepto del ‘nombre de Dios’ (* Dios, Nombres de ) que yace en el centro de la Biblia.

Un ‘nombre divino’ no es, desde luego, una noción distintivamente bíblica. Entre los griegos de la antigüedad, por ejemplo, Hesíodo trató de llegar a un conocimiento más profundo de los dioses por medio del estudio de sus nombres, ejercicio que, mutatis mutandis, bien podría considerarse central para la teología bíblica.

Hay un sentido real en el que la Biblia se apoya en la revelación del nombre divino. En el AT los patriarcas conocían a su Dios por sus títulos (p. ej. Gn.14.22; 16.13; 17.1), entre los que se encontraba el hasta ese momento no explicado ‘Yahvéh’. La significación de Moisés y el éxodo está en que, en ese momento, lo que hasta entonces no había sido más que un rótulo, se revela no como título, por exaltado que fuese, sino como nombre personal.

La revelación encerrada en el nombre se dio a conocer y se confirmó en los acontecimientos del éxodo, la redención del pueblo de Dios, la pascua, y el mar Rojo. En el NT el acontecimiento equilibrador fue el ministerio y la obra redentora de Jesús: el ‘nombre’ definitivo de Dios como santa Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, que coincidía con el inicio del ministerio público de Jesús, cuando en su bautismo comenzó deliberadamente a ser contado con los transgresores (cf.

Mr.1.9–11). Juan ve la significación de esto en su deliberada asociación de Jesús con el Cordero de Dios en ocasión de su bautismo (Jn.1.29ss). Esta comparación debiera advertir contra la identificación del Dios del AT (‘Yahvéh’) con la revelación neotestamentaria de Dios Padre. Yahvéh es más bien la santa Trinidad de incógnito.

En su forma el nombre divino Yahvéh es, o bien un simple indicativo, o un indicativo causativo del verbo ‘ser/estar’, con el significado de ‘él está (vivo, presente, activo)’ o ‘hace existir’, y la fórmula en que se da a conocer el nombre (Ex.3.14, Yo soy el que soy ) significa ya sea ‘yo revelo mi presencia activa como y cuando quiero’, o ‘hago acontecer lo que elijo que acontezca’.

En el marco de Ex.3–20 esto se refiere tanto a los acontecimientos del éxodo como aquellos en los que Yahvéh está presente activamente (y que deliberadamente ha hecho que acontezcan), como también a la interpretación teológica que precede (Ex.3.1–4.17; 5.22–6.8) de aquellos acontecimientos garantizados a Moisés.

Yahvéh es, así, el Dios de la revelación y de la historia y en particular se revela como el Dios que salva a su pueblo (de conformidad con la promesa del pacto) y que derriba a los que se oponen a su palabra. Por abundante que sea este conocimiento revelado de Dios, con todo, en el nombre divino hay un claro elemento de reserva.

La fórmula Yo soy el que soy en sí misma no expresa más que el hecho de que Dios conoce su propia naturaleza: es una fórmula que habla de la soberanía de Dios en la revelación de sí mismo. Si hay algo que deba darse a conocer, es él quien tiene que hacerlo; Dios dará a conocer únicamente aquello que le plazca dar a conocer.

Cf. Gn.32.29; Jue.13.17. Esto no debe relacionarse de ningún modo con los conceptos de la magia. En el mundo pagano circundante se suponía que el conocimiento del nombre de un Dios confería algún poder sobre dicho dios: extensión lógica (como que buena parte de la religión falsa consiste en una elaboración retórica lógica en torno a una verdad) de la idea de que la asignación de nombre es la acción de un ser superior.

  1. Yahvéh no ocultó la revelación de sí mismo por temor a que el hombre adquiriese poder sobre él.
  2. Más bien la revelación de sí mismo pertenece a un programa de privilegio que ha ideado para su pueblo, por el que la relación un tanto ‘externa’ expresada en los títulos se convierte en una relación altamente personal con un Dios que le ha dado a su pueblo la libertad de llamarlo por su nombre, y lo que en ese momento se mantiene oculto se debe solamente al hecho de que el momento de la revelación suprema está todavía por delante.

Sin embargo, lo que ya se conoce no es una falsedad que luego habrá que dejar a un lado, ni una verdad parcial (por cuanto este es mi nombre para siempre, Ex.3.15) que espera ser completada, sino un modo de expresar la verdad total que todavía habrá de lograr expresión mayor y más plena.

El ‘nombre’ de Dios está en la base de la revelación progresiva. Pero si bien el nombre no confiere ‘poder’ en ningún sentido mágico (cf. Hch.19.13ss), el conocimiento del nombre coloca a las personas en una relación enteramente nueva con Dios. Ingresan en una relación de intimidad o proximidad, porque ese es el significado de la frase ‘conocer por el nombre’ (cf.

Ex.33.12, 18–19; Jn.17.6). La iniciación de la relación así descrita corresponde al lado divino: colectiva e individualmente sobre el pueblo de Dios se ‘invoca’ su nombre (cf.2 Cr.7.14; Is.43.7; Jer.14.9; 15.16; Am.9.12). Más todavía, el motivo que está por detrás de la iniciativa divina se describe con frecuencia diciendo que el Señor actúa ‘por amor (o ‘a causa’) de su nombre’ (cf.

Esp. Ez.20.9, 14, 22, 44) por medio de obras con las cuales ‘(se hizo) nombre grande’ (p. ej.2 S.7.23; Neh.9.10). El nombre resulta ser de esta manera un modo sumario de declarar lo que Dios es para otros, permitiéndoles conocer su nombre (dándoles acceso a su comunión). Hay cinco aspectos de esta situación básica lo suficientemente autenticados en las Escrituras como para justificar una breve relación sobre cada uno de ellos, aun cuando no todos se encuentran igualmente diseminados por la Biblia.a,

El expresar el lado humano de la experiencia de Dios como la de ‘creer en el nombre’ (p. ej. Jn.3.18; 1 Jn.3.23), e.d. entregarse personalmente al Señor Jesús revelado como tal en la esencia de su Palabra y obra, es algo que los escritos joaninos se ocupan de destacar particularmente.b,

Los que constituyen el pueblo de Dios son ‘guardados’ en su nombre (p. ej. Jn.17.11), retomándose en este caso la figura veterotestamentaria distintiva que destaca el nombre como una torre fuerte (p. ej. Pr.18.10), a la que pueden acudir en busca de seguridad, y también el nombre dado como el nombre del marido a su mujer, con el que se le garantiza provisión y protección (cf.

la idea de ‘invocar’ el nombre sobre la persona, mencionada más arriba). Cuando se dice que los cristianos son ‘justificados en el nombre’ (1 Co.6.11) la inferencia es la misma: el nombre, representativo de la naturaleza inmutable de Jesús y como síntesis de todo lo que él es y ha hecho, constituye la base de la posesión segura de todas las bendiciones que el mismo encierra.c,

  • La presencia de Dios en medio de su pueblo está asegurada mediante el recurso de ‘poner su nombre para su habitación’ entre ellos. Cf.
  • Dt.12.5, 11, 21; 14.23s; 16.2, 6; 2 S.7.13; etc.
  • A veces se ha insistido insensatamente en que hay una distinción, si no una brecha, entre una ‘teología del nombre’ y una ‘teología de la gloria’ en el AT, pero se trata de dos modos de expresar la misma cosa: p.

ej. cuando Moisés quiso ver la gloria de Yahvéh, encontró que la gloria tenía que ser verbalizada por medio del nombre (Ex.33.18–34.8). No hay ningún sentido en que se pueda decir que el Deuteronomista remplaza una tosca noción de la gloria residente por una refinada noción del nombre residente: más bien se trata de que la ‘gloria’ tiende a expresar el ‘sentido’ de la presencia real de Dios, incluyendo muchos elementos que son justamente inefables e inaccesibles; el ‘nombre’ expresa por qué esto es así, verbaliza lo numinoso, por cuanto en ninguna parte el Dios de la Biblia se vale de sacramentos mudos, sino siempre de declaraciones inteligibles.d,

  • El nombre de Dios se describe como su ‘nombre santo’ con más frecuencia que todas las otras adjetivaciones tomadas juntas.
  • Fue este sentido de lo sagrado del nombre lo que finalmente condujo a la obtusa negativa a usar ‘Yahvéh’, lo cual ha llevado a una gran pérdida del sentido del nombre divino en algunas traducciones de la Biblia (p.

ej. °vp, °nbe ). La ‘santidad’ del nombre, empero, no impide su uso sino su abuso: esta es la razón por la cual la revelación del nombre divino no debe confundirse nunca con pensamiento alguno de un ‘poder frente a lo divino’ de carácter mágico. Lejos de poder usar el nombre para controlar a Dios, es el nombre el que controla al hombre, tanto en el culto hacia Dios (p.

Ej. Lv.18.21), como en el servicio para con los hombres (p. ej. Ro.1.5). El ‘nombre’ es, por lo tanto, el motivo del servicio; es también el mensaje (p. ej. Hch.9.15) y el medio de poder (p. ej. Hch.3.16; 4.12).e, En toda la Biblia el nombre de Dios constituye el fundamento de la oración: p. ej. Sal.25.11; Jn.16.23–24.

En forma característica el NT asocia el bautismo con el nombre, ya sea de la santa Trinidad (Mt.28.19) o del Señor Jesús (p. ej. Hch.2.38): la distinción está en que el primero recalca la realidad total de la naturaleza y los propósitos divinos, y la totalidad de la bendición destinada al recipiente, mientras que el segundo destaca el medio efectivo de llegar a disfrutar de dichos bienes por la sola mediación de Jesús.

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¿Cuál es el uso bíblico del nombre?

v. Invocar, Nombre de Jehová Gen 2:20 puso Adán n a toda bestia y ave de los Gen 11:4 un n, por si fuéremos esparcidos sobre la Gen 17:5 no, más tu n Abram, será tu n Abraham Gen 32:28; Gen 35:10 tu n es Jacob, Israel será tu n Gen 32:29 ¿por qué me preguntas por mi n? Y lo Exo 3:13 si ellos me pregunten: ¿Cuál es su n? Exo 9:16 que mi n sea anunciado en toda la tierra Exo 20:24 lugar donde, esté la memoria de mi n Exo 23:21 oye su voz, porque mi n está en él Exo 33:12 tú dices: Yo te he conocido por tu n Exo 33:19 proclamaré el n de Jehová delante de ti Deu 12:5 para poner allí su n para su habitación Deu 28:58 temiendo este n glorioso y temible Jos 6:27 Jehová con Josué, y su n se divulgó por Jos 7:9 entonces, ¿qué harás tú a tu grande n? Jdg 13:17 ¿cuál es tu n, para que, te honremos? 2Sa 7:13; 1Ki 8:19; 2Ch 6:9 él edificará casa a mi n 1Ki 8:43; 2Ch 6:33 los pueblos, conozcan tu n 1Ch 16:29; Psa 96:8 dad la honra debida a su n 2Ch 7:14 pueblo, sobre el cual mi n es invocado Psa 8:1, 9 cuán glorioso es tu n en toda la tierra Psa 9:10 en ti confiarán los que conocen tu n, por Psa 20:1 oiga, el n del Dios de Jacob te defienda Psa 20:5 y alzaremos pendón en el n de, Dios Psa 23:3 me guiará por sendas, por amor de su n Psa 33:21 porque en su santo n hemos confiado Psa 34:3 a Jehová conmigo, y exaltemos a una su n Psa 61:8 así cantaré tu n para siempre, pagando Psa 72:17 será su n para siempre, dure el sol Psa 83:18 conozcan que tu n es Jehová; tú solo Psa 103:1 Jehová, y bendiga todo mi ser su santo n Psa 111:9 su pacto; santo y temible es su n Psa 115:1 no a nosotros, sino a tu n da gloria, por Pro 10:7 bendita; mas el n de los impíos se pudrirá Pro 22:1 de más estima es el buen n, riquezas Isa 42:8 yo Jehová; éste es mi n; y a otro no daré Isa 43:1 yo te redimí; te puse n, mío eres tú Isa 43:7 todos los llamados de mi n; para gloria Isa 48:9 por amor de mi n diferiré mi ira, y para Isa 52:6 mi pueblo sabrá mi n por esta causa en Isa 55:13 será a Jehová por n, por señal eterna Isa 56:5 n mejor que el de, n perpetuo les daré Isa 62:2 te será puesto un n nuevo, que la boca de Jer 10:6 grande eres tú, y grande tu n en poderío Jer 15:16 tu n se invocó sobre mí, oh Jehová Dios Jer 23:27 hacen que mi pueblo se olvide de mi n con Jer 44:26 mi n no será invocado más en, Egipto Eze 20:9 con todo, a causa de mi n, para que no Eze 36:21 al ver mi santo n profanado por la casa Eze 39:25 y me mostraré celoso por mi santo n Hos 12:5 Jehová es Dios de los, Jehová es su n Amo 6:10 no podemos mencionar el n de Jehová Zec 14:9 aquel día Jehová será uno, y uno su n Mal 1:11 es grande mi n entre las naciones; y en Mal 4:2 a vosotros los que teméis mi n, nacerá Mat 1:23 a luz un hijo, y llamarás su n Emanuel Mat 6:9 Padre nuestro que, santificado sea tu n Mat 7:22 dirán, ¿no profetizamos en tu n, y en Mat 10:22; Mat 24:9; Mar 13:13; Luk 21:17 seréis aborrecidos, por causa de mi n Mat 18:5; Mar 9:37 el que reciba en mi n a un niño Mat 18:20 tres congregados en mi n, allí estoy yo Mat 19:29 haya dejado casas, por mi n, recibirá Mat 21:9; 23:39 Nombre (heb. shêm; gr. ónoma). Los hebreos, como otros pueblos antiguos del Cercano Oriente, daban gran importancia a los nombres personales. Tení­an significados literales, y eran sí­mbolos del carácter y la personalidad de la persona; a veces reflejaban el talante o los sentimientos de quien daba el nombre. Los apellidos hereditarios eran prácticamente inexistentes en tiempos bí­blicos. Cuando era necesario distinguir a 2 personas del mismo nombre, a menudo se añadí­a un adjetivo que identificara al individuo, como en los siguientes ejemplos: Saulo de Tarso, José de Arimatea, Jesús de Nazaret, 847 Elí­as tisbita, Jacobo hijo de Alfeo, Judas hermano de Jacobo, etc. Algunos tení­an uno adicional o alternativo, que se menciona en la Biblia como ‘sobrenombre’ (Act 10:5; cf Mar 3:16, 17). Los de Abrahán, Israel y Josué son ejemplos de nombres adicionales o reemplazantes de los anteriores de las personas indicadas. En cuanto a la forma y la estructura, los nombres hebreos bí­blicos seguí­an un esquema que parece extraño para la mente moderna. Con frecuencia, están formados por 2 o más palabras que podí­an expresar una frase abreviada, como en los siguientes ejemplos: Abidán, ‘mi padre es juez’; Icabod, ‘la gloria se ha apartado’. Ocasionalmente consistí­an de una sola palabra, como en el caso de Débora, ‘abeja’; Barac, ‘relámpago’; Caleb, ‘perro’; Jonás, ‘paloma’; etc. A menudo tienen forma verbal: Saúl, ‘pedido (a Dios)’ o ‘prestado (a Dios)’; Natán, ‘El (es decir, Dios) ha dado’; Baruc, ‘bendecido’; etc. Otros nombres bí­blicos sencillamente reflejan diversos términos de afecto, como Noemí­, ‘mi agrado’; Tabita, ‘gacela’; y Sansón, posiblemente ‘pequeño sol’. Tal vez la clase más popular de nombres entre los israelitas era el que contení­a alguna referencia al Dios verdadero y a menudo expresaba piadosas declaraciones de fe (por ejemplo, Elí­as significa ‘Yahweh es mi Dios’); otros reconocí­an alguna bendición especial recibida del Señor, como el nacimiento de un niño (algunos ejemplos son: Natanael, ‘Dios ha dado’; Berequí­as, ‘Yahweh ha bendecido’; Ezequí­as, ‘Yahweh ha fortalecido’; etc.). Los nombres teofóricos, es decir, los que contienen el de Dios, generalmente se pueden reconocer en la Biblia por los prefijos ja-, je-,Jeho- (transliteraciones de formas abreviadas del nombre divino; véase Jehová); por los prefijos El-* o El-i; por el sufijo -el (transliteraciones de la palabra que significa Dios); y por los sufijos -í­a, -í­as (también formas del nombre divino). En el NT, el nombre Jesús recibe constante énfasis. Sus padres recibieron instrucciones acerca de la elección del nombre (Mat 1:21, 23); sus seguidores recibieron la invitación de orar en su nombre (Joh 16:23, 24); por causa de su sacrificio se le dio un nombre que es sobre todo nombre (Phi 2:9, 10); la salvación se obtiene por medio de su nombre (Act 2:21; 4:12); todo lo que sus seguidores hagan debe ser hecho por medio su nombre (Col 3:17); y los primeros cristianos estuvieron dispuestos a sufrir cualquier humillación por causa de ese nombre (cf Act 5:41). ‘Nombre’ en algunos de éstos y de otros pasajes asume un significado más amplio que el de identificar a un individuo; significa ‘persona’, ‘carácter’, ‘autoridad’, ‘reputación’, etc. (Exo 5:23; 34:5, 6; Deu 7:24; Act 1:15, DHH; Rev 3:4; etc.). Nordeste. Véase Euroclidón. Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico el n. de una persona u objeto se vincula a su realidad. Entre los hebreos, al darle n. a una cosa o la pronunciación del n. puede tomarse posesión de la misma. Así­, Adán adquiere potestad sobre animales y plantas a raí­z de haberles puesto n., Gn 2, 19 ss.; igualmente, un monarca tomaba posesión de una ciudad o un territorio dándole su n., 2 S 12, 28; Am 9, 12. Dar un n. era privilegio de el padre, la madre o un ser superior. Reconocer el n. de Dios implica un acto de fe en El; el n. de Dios es Dios mismo, Lv 4, 11-16, e indica su naturaleza y carácter trascendente a todo sitio terrenal, Dt 12, 5; 2 Cr 20,8. El n. de Dios proporciona refugio y protección, Sal 124, 8; Jer 10, 6. Tener varios n. indicaba importancia, Jb 30, 8. En muchos casos, los nombres propios expresan una relación especial con Dios. Los cambios de n. de determinadas personas muchas veces tení­an la función de caracterizar su misión, Gn 32, 28; 2 R 23, 34. Yahvéh da conocer su nombre al hombre en el A.T. Gn 17, 1; Ex 3, 14; 6, 2, y se dirige a él también con su nombre. Dios en el A.T. se le llama de diferentes formas, manifestando que el n. se considera í­ntimamente ligado a su esencia. Jesús manifiesta que el n. se trata de una nueva forma de actuación salví­fica cuando dice expresamente a sus discí­pulos que se dirijan a Dios con el nombre de Padre. Y un preludio en tal sentido lo encontramos en las palabras que el ángel del Señor dirige a José al ordenarle que ponga al hijo de Marí­a el nombre de Jesús, Yahvéh salva, Mt 1, 21-23. Norte, punto cardinal considerado como el lugar de la divinidad, Ez 1, 4. Cuando Lucifer quiso tomar el lugar de Dios se fue hacia el norte, Is 14, 13. Los sacrificios se realizaban en la parte N. del altar, Lv 1, 11; Sal 41, 2. También el N. era fuente de peligro, Is 14, 31; Jl 1, 14; 4, 6, también sí­mbolo de la tribulación, Jer 1, 14; 4, 6. Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003 Fuente: Diccionario Bíblico Digital En tiempos bí­blicos, el concepto del nombre encerraba un significado que no tiene en la actualidad, donde por lo general es un simple rótulo sin mayor significado. Unicamente una persona con autoridad daba un nombre (Gen 2:19; 2Ki 23:34), y ello significaba que a la persona nombrada se le asignaba una determinada posición, función o relación (Gen 35:18; 2Sa 12:25). El nombre dado a menudo estaba determinado por alguna circunstancia al momento del nacimiento (Gen 19:22); algunas veces el nombre expresaba un deseo o una profecí­a (Isa 8:1-4; Hos 1:4). Cuando una persona daba a otra su propio nombre significaba la unión de ambas en una relación muy cercana, como cuando Dios le dio su nombre a Israel (Deu 28:9-10). Ser bautizado en el nombre de alguien, por consiguiente, significaba pasar a pertenecer a un nuevo dueño (Mat 28:19; Act 8:16; 1Co 1:13, 1Co 1:15). En las Escrituras encontramos la relación más cercana posible entre una persona y su nombre, siendo ambas prácticamente lo mismo, de manera tal que quitar el nombre era hacer desaparecer a la persona (Num 27:4; Deu 7:24). Olvidar el nombre de Dios es apartarse de él (Jer 23:27). Más aun, el nombre mostraba la persona tal cual ella se habí­a revelado; por ejemplo, el nombre del SEí‘OR significaba el Señor en los atributos que él habí­a manifestado: santidad, poder, amor, etc. A menudo, en la Biblia, el nombre significa la presencia de la persona en el carácter revelado (1Ki 18:24). El ser enviado o el hablar en el nombre de alguien significaba ser portador de la autoridad de esa persona (Jer 11:21; 2Co 5:20). En el uso judí­o más tardí­o, el nombre Jehovah no se pronunciaba al leer las Escrituras (comparar Wis 14:21); en cambio se reemplazaba por el término Adonai (mi Señor). Orar en el nombre de Jesús es orar como sus representantes sobre la tierra —en su espí­ritu y con su objetivo— e implica la más í­ntima comunión con Cristo. Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano El poner n. a una persona es facultad del que antecede al recién nacido (sus padres), pero es también una señal que indica jerarquí­a y autoridad de parte del que nomina sobre el nominado. Por eso Dios †œtrajo a Adán† todas las bestias de la tierra †œpara que viese cómo las habí­a de llamar† (Gen 2:19). Los n. que los hebreos poní­an a sus hijos tení­an distintas razones. En algunos casos se trataba de una simple preferencia por la belleza de la palabra. Pero la mayorí­a de las veces los n. atendí­an a deseos, circunstancias, propósitos, profecí­as, etcétera, por parte de los que los asignaban. Esto hace que en muchas ocasiones se encuentren n. que tienen particular significación, especialmente para la historia con la cual están relacionados, pero no siempre es así­. De manera que hay que ser cauteloso, para no forzar el texto poniéndolo a decir cosas que no dice. Con esas precauciones, pueden estudiarse los n. de personas que se usan en la Biblia atendiendo a las siguientes razones: a) Por la circunstancia del nacimiento. A veces el n. tiene connotaciones conmemorativas, por relacionarse la llegada de la criatura con algún acontecimiento (†œ el nombre del uno fue Peleg, porque en sus dí­as fue repartida la tierra† (Gen 10:25).) Como una invocación a Dios. Generalmente este tipo de n. se forma combinando una palabra con otra que alude a Dios ( n. teofóricos): †¢Gamaliel (†œDios es mi recompensa†), †¢Jehedí­as (†œQue Dios se regocije†), etcétera. Otros n. se usaban como una afirmación de una verdad que los padres apreciaban, como †¢Eliab (†œDios es padre†), o †¢Eliada (†œDios sabe†).) Por la expresión de algún deseo hacia el recién nacido. éste pudo ser el caso de †¢Jehiel (†œQue viva, oh Dios† ).) Para señalar alguna profecí­a. (†œPonle por n. Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios† ).) Por alguna particularidad observada en el niño ( †¢Libni (†œblanco†), †¢Hacatán (†œpequeño†), †¢Barzilai (†œfuerte como hierro†), etcétera.) Por un cambio en la condición de la persona (†œY no se llamará más tu n. Abram, sino que será tu n. Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes†, †œNo se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido† ). En tiempos del NT era muy común el uso de sobrenombres (†œSimón, llamado Pedro†, †œ serás llamado Cefas†, †œTomás llamado Dí­dimo† ). Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano ver, DIOS (Nombres) vet, (a) Su importancia. En la época bí­blica se atribuí­a al nombre una considerable importancia. Hay una relación directa entre el nombre y la persona o cosa nombrada; el nombre participa de alguna manera en la esencia que tiene por objeto revelar. Expresa la personalidad hasta tal punto que el conocimiento del nombre de alguien implica conocerlo í­ntimamente e, incluso en cierto sentido, tener poder sobre él. Jacob pregunta el nombre al ángel de Jehová: ‘Declárame ahora tu nombre.’ Su respuesta es: ‘¿Por qué me preguntas por mi nombre?’ (Gn.32:29; cfr. Jue.13:17-18). En el momento de llevar a cabo grandes actos redentores, Dios hace comprender a Moisés que se va a revelar no sólo ya como el Todopoderoso, sino ‘en mi nombre JEHOV큒 (Ex.6:3). Así­, el nombre hace también próxima la presencia de la persona: no se puede resistir al ángel de Jehová, pues el nombre de Dios está en él (Ex.23:21). El santuario donde Dios es adorado es sagrado, pues allí­ hace morar Su nombre (Dt.12:11). Jesús dice al Padre que El habí­a ‘manifestado (su) nombre a los hombres’ (Jn.17:6), es decir, toda Su naturaleza divina. Juan nos habla de Cristo, a fin de que al creer tengamos vida en Su nombre (Jn.20:31). El nombre pronunciado actúa con el mismo poder que la persona (Hch.3:16; 4:10, 12, etc.) y el nombre del Salvador está, por definición, por encima de todo otro nombre (Ef.1:21). (Véase DIOS,,) (b) Sentido y elección del nombre. El nombre de las personas humanas se corresponde con la misma concepción. En la Biblia no se da como en la actualidad, casi al azar (en el caso del nombre propio) o por el solo hecho de la filiación (apellido/s). En lo que sea posible, el nombre debe expresar la naturaleza del que lo lleva, y su elección queda influenciada por circunstancias del nacimiento o por un voto de los padres con respecto al hijo. Se dejaban también guiar por la asonancia general o la consonancia de las sí­labas, lo que permite un acercamiento en el sentido, o una etimologí­a popular consustancial al genio hebreo, aunque algunas veces nos sea sorprendente a nosotros. Veamos algunos nombres: Eva (vida, Gn.3:20), Noé (reposo, Gn.5:29), Isaac (risa, Gn.17:19), Esaú (velloso, Gn.25:25), Edom (rojo, Gn.25:30), Jacob (suplantador, Gn.25:26); los nombres de los hijos de Jacob comportan siempre una significación (Gn.30); se puede ver también Fares (brecha, Gn.38:29), Manasés (olvido, Gn.41:51), Efraí­n (fértil, Gn.41:52), etc. El nombre debí­a ser, si era posible, de buen augurio. Raquel, moribunda debido al parto, llama a su último hijo Ben-Oni (hijo de mi dolor), pero de inmediato Jacob se lo cambia, poniéndole Benjamí­n (hijo de mi diestra, Gn.35:18). Frecuentemente, los nombres comportan un significado religioso y una mención del mismo Señor (‘El’ para Dios, o ‘Jah’ para Jehová o Yahveh). De esta manera tenemos una serie de nombres compuestos, e incluso de nombres que son una corta frase: Natanael (Dios ha dado), Jonatán (Jehová ha dado), Elimelec (Dios es mi rey), Ezequiel (Dios es fuerte), Adoní­as (Jehová es señor) y muchos más. Hay otros nombres que son sencillamente sacados de la naturaleza, o inspirados en imágenes de la vida corriente: Labán (blanco), Lea (vaca salvaje), Raquel (oveja), Tamar (palmera), Débora (abeja), Jonás (paloma), Tabita (gacela), Peninna (perla), Susana (lirio). Hay nombres surgidos de circunstancias históricas: Icabod (sin gloria, 1 S.4:21), Zorobabel (nacido en Babilonia). Es a causa de este constante deseo de dar un sentido real y personal a los nombres que se trata de dar, en los artí­culos de este diccionario, una traducción, etimologí­a o explicación de los nombres, debido a que ello tiene una mayor importancia de lo que pueda parecer a simple vista. El nombre parece que era impuesto al recién nacido por lo general en el octavo dí­a de su vida, al ser circuncidado (cfr. Gn.17:12; 21:3-4; Lc.1:59; 2:21). (c) El cambio del nombre. A causa del sentido sumamente personal unido al nombre, se daba en ocasiones un nombre nuevo a alguien con el fin de señalar la transformación de su carácter, cfr.p. ej.: Abram a Abraham, Sarai a Sara (Gn.17:5-15), Jacob a Israel (Gn.32:27, 28), Noemí­ a Mara (Rt.1:20). En ocasiones el segundo nombre es una traducción del primero: Cefas (aram.) Pedro (gr.), Tomás (aram.) Dí­dimo (‘gemelo’ en gr.), Mesí­as (heb,) Cristo (gr.). Un dí­a todos los creyentes recibiremos un nombre nuevo adecuado a los redimidos del Señor (Ap.3:12). (d) Apellidos. Los apellidos no eran usuales entre los hebreos pero se añadí­a una indicación de su origen: Jesús de Nazaret, José de Arimatea, Marí­a de Magdala, Nahum de EIcos. Podí­a ser también un patroní­mico: Simón hijo de Jonás (Bar-Jonás), Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo. También se podí­a hacer referencia a la profesión: Natán el profeta, José el carpintero, Simón el zelota, Mateo el publicano, Dionisio el areopagita. (e) Nombres romanos. Todo romano tení­a tres nombres: (A) El ‘praenomen’ o nombre propio, designación personal; (b) el ‘nomen’, indicación de la lí­nea o casa; (c) el ‘cognomen’, nombre de familia, o apellido, que figuraba en último lugar. Por ejemplo: el procurador Félix (Hch.23:24) se llamaba en realidad: Marcus (nombre propio) Antonius (de la gens Antonia) Félix (de la familia llamada Félix, ‘feliz’). Frecuentemente se omití­a el nombre propio, y se hablaba de Julio César en lugar de Cayo Julio César, etc. Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado Modo o expresión para designar o identificar a personas, animales, lugares, acciones u objetos. Con todo, el sentido común humano e incluso el sentido religioso de la vida, reclaman que el nombre de una persona, por su dignidad singular, sea digno, respetable y agradable, socialmente representativo. El modo de ‘denominar’ a las personas ha variado con el tiempo y está sujeto a las tradiciones y a los modos de cada cultura o forma religiosa de los diversos pueblos. Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006 Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa En el A.T. el nombre designa la realidad profunda de la persona, expresa la esencia del ser que lo lleve: es la persona misma. A los ocho dí­as del nacimiento se imponí­a el nombre (Mt 1,21.23; Lc 1,31.63), pero puede ser cambiado al recibir una alta misión (Gén 17,5; Mt 16,18). conocer el nombre de Dios es conocer su iaturaleza (Ex 3,13; 23,21; Dt 5,11). El sombre de Dios es el supremo nombre entre todos, como El mismo es el supreno, el único (Zac 4,1). El nombre de Dios as santo (Lev 20,3; Sal 103,1), glorioso y excelso, grande y eminente (Neh 9,5; Sal 72,19; Prov 30,4), formidable y terrible (Dt 28,59; Sal 99,3), omnipotente (Dt 18,19; Jer 11,21; Jn 17,11-12). El nombre de Yahvé, inaccesible y trascendente, es como una sustitución de Yahvé, que acompaña al pueblo (Ex 23,19-21; Job 1,21; Ez 20,44; Am 2,7). El nombre de Dios habita en el templo (Dt 12,5.12; 1 Re 3,2) y en el monte Sión (Is 14,7; Jer 7,12-14; 34,15), porque el nombre es como El mismo. Donde está su nombre, allí­ está El presente (Is 30,27). Dios es ‘el Nombre’ (Lev 24,11-16; Dt 12,5; Jn 12,28). El nombre de Dios debe ser siempre alabado y glorificado y nunca profanado (Is 52,9; Rom 2,24; 10,13). Jesús ha venido en el nombre de Dios (Mt 21,9), es el revelador del nombre del Padre y ha revelado que Dios es Padre (Jn 17,6); todo lo que hace, lo hace en el nombre del Padre; El es, en definitiva, la revelación del Padre, el nombre del Padre: cf. Jn 17,6 y 17,17 con Ap 19,11-13, donde se identifican el Logos y el Nombre. Los cristianos deben orar y pedir en su nombre, es decir, apoyados en su infinito poder (Mt 7,22; 18,20; Mc 9,38; Lc 10,17; Jn 14,13-14; 15,16). Los apóstoles realizan milagros en el nombre de Jesucristo (Mt 7,22; Act 3,6.16; 4,7.12.17.18.30). Jesucristo es el Emmanuel, el Señor, el Cristo, el Hijo de Dios; pero, por encima de todos estos tí­tulos, es el Nombre sobre todo nombre (Flp 2,9). En el nombre de Jesucristo se realiza la remisión universal de los pecados (Lc 24,47; 1 Jn 2,12), y no hay otro nombre debajo de los cielos en el que podamos salvarnos (Act 4,12).E.M.N. FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001 Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret (-> Yahvé, Dios). El hombre bí­blico es alguien que tiene un ‘nombre’, es decir, un valor individual, no sólo ante Dios (dador de todo nombre), sino también ante los otros. En esa lí­nea, el judaismo posterior tiende a presentar a Dios como ‘El Nombre’ (Ha-Shem), es decir, como aquel que no siendo nominable (¡Soy el que soy! ¡No tomarás el Nombre de Dios en vano!: Ex 3,14; 20,7), es fuente y sentido de todos los nombres. (1) Sentido del nombre. El hombre bí­blico constituye una realidad relacional: no está en la lí­nea del autopensamiento solitario (¡pienso luego soy!), sino de la vinculación social; cada uno tiene (es) el nombre que le han dado y con el que se relaciona con los otros. Dentro del Nuevo Testamento, el nombre recibe una importancia especial en el Apocalipsis, (a) El nombre es signo de identidad: en el principio está el nombre de Dios, objeto de blasfemia para los perversos (Ap 6; 16,9) y de veneración (herencia suprema) para los fieles de Jesús (3,12; 14,1). (b) Hay un nombre que es signo de división. En este mundo sólo pueden comprar y vender aquellos que llevan el nombre o marca de la Bestia (Ap 13,17; 14,11; 15,2); los que no llevan el nombre de la Bestia son perseguidos, pero recibirán como herencia el Nombre de Jesús (Ap 3,12; 14,1), de manera que su propio nombre (el de los perseguidos) quedará inscrito para siempre en el Libro de la vida (3,5; cf.13,8; 17,8). (c) El nombre de Dios es signo y principio de victoria. Unicamente pueden triunfar en la gran guerra del mundo los portadores del Nombre de Dios (y/o de Cristo, Palabra de Dios y Rey de reyes: Ap 19,13-16), un Nombre que sólo él conoce (Ap 19,12) y ofrece a sus amigos vencedores (cf.2,17). (2) Antiguo Testamento, nombres de Dios. El nombre del Dios de Israel es Yahvé*, que los israelitas tomaron quizá de los madianitas nómadas. Pero la Biblia recuerda, al lado de ése, otros nombres, entre los cuales podemos recordar los que siguen: (a) El, Elohim. Significa ‘lo divino’, sea de forma singular (El) o plural (Elohim). Posiblemente, en su principio, evoca la majestad o grandeza sagrada del mundo, pero en el contexto bí­blico expresa sin más lo divino, tal como es conocido en Israel y en los pueblos del entorno. Esos nombres permiten que los israelitas dialoguen con otras religiones y culturas: lili es Dios para los cananeos, Allah (de Al-Illah) para los árabes, sean o no musulmanes. Dentro de la tradición israelita, este nombre ha recibido matices y concreciones, vinculadas con las tradiciones y santuarios a los que se ha vinculado el culto de El-Elohim: Así­ se puede hablar del ‘Dios de los padres’ o de los antepasados, de Abrahán, Isaac y Jacob (cf. Ex 3,6; cf. Gn 31,53). En este mismo contexto se puede hablar del Fuerte de Jacob (cf. Gn 49,25; Sal 132,2; Is 60,16) o del Terror de Isaac (Gn 31,42). (b) Baal, Señor. Yahvé ha empezado siendo un Baal* de la Montaña sagrada, Señor de las potencias cósmicas y de los procesos de la vida. Pero más tarde, los judí­os reservan ese nombre Baal (Señor) de forma casi exclusiva a las divinidades cananeas de la fertilidad, concebidas de manera masculino-femenina y vinculadas a los ritos de la fecundidad. El recuerdo de los diversos baales nos sitúa en el contexto donde se cruzan y fecundan las diversas concepciones del Dios cananeo y del Dios israelita, de tal forma que muchas veces es difí­cil distinguir si el texto se está refiriendo a un Baal asimilado a Yahvé o a un Baal contrario. Cf. Baal-Berit: Je 8,33; 9,4; Baal-Zebub: 2 Re 1,3-16; Baal-Safón, etc. (c) Adonai, Kyrios, Señor. Al decir ‘Soy-quien-Soy’ y llamarse Yahvé, Dios indica que su Nombre es Sin-Nombre, de forma que nadie puede manejarle. Es Sin-Nombre pero se revela y libera a los oprimidos. Lógicamente, la tradición judí­a ha querido destacar este misterio indecible de Yahvé y ha preferido dejarlo en silencio, renunciando incluso a escribirlo (poniendo, por ejemplo, Y**E o incluso D**S), de manera que los fieles deben buscar otra palabra (Adonai, Kyrios, Dominus, Señor), para evocar, sin pronunciarlo, su misterio. (3) Nombres judí­os de Dios. Los textos judí­os, a partir de la Misná*, siguen apli cando a Dios los mismos nombres antiguos, pero con la peculiaridad de que tienden a sustituir más rigurosamente el nombre de Yahvé, poniendo en su lugar perí­frasis o cualidades, entre las que se encuentran las siguientes: (a) Maqom. Significa en la Biblia hebrea ‘lugar’ y termina refiriéndose por antonomasia al templo o espacio de Sión donde habita Dios. La Misná vincula a Dios con ese Lugar y por eso interpreta la mesa de Yahvé como mesa del Maqom (Abot 3,3) de manera que los israelitas son hijos del Maqom (Abot 3,14), herederos o portadores del valor y santidad de Sión. Ellos mismos, los israelitas que estudian la Torah, constituyen la verdad del templo; son el santuario o Lugar privilegiado de la presencia de Dios, son el Maqom del que se alimentan y nacen, (b) Sliekiná o Presencia viene de sakan, habitar, en palabra que está relacionada con el Dios que habita en el templo o Tabernáculo. El Dios que se hací­a presente en el Maqom o Templo viene a mostrarse ahora como Presencia; ellos mismos, los judí­os, son Presencia de Dios cuando estudian la Torah (Abot 3,6). (c) Qados, el Santo: ¡Santo, Santo, Santo! Así­ cantaban a Dios los serafines de Is 6,3. Pues bien, lo que antes era un adjetivo se vuelve nombre propio de Dios: cuando un hombre se ocupa de la Torah entra en contacto con el Santo: su meditación y estudio de la Ley cobra así­ la misma densidad que tení­a la palabra de los serafines de Isaí­as, (d) Shem, el Nombre. Se ha vuelto la denominación más usada de Dios en el judaismo moderno. Dios se identifica desde tiempo antiguo con el Nombre, como saben ya los relatos de la teofaní­a del Nombre (Ex 3,13.15), lo mismo que los mandamientos (Ex 20,7). Los cristianos, comprometidos a santificar el Nombre divino (cf. Mt 6,9), lo identifican con Jesús (cf. Flp 2,10). (e) Poder, Grandeza El judaismo, lo mismo que el primitivo cristianismo, conoce también otros apelativos de Dios, entre los que podemos citar: el Poder (Mc 14,62), la Majestad (Heb 1,3; 8,1) y, sobre todo, el Cielo, como muestran las referencias al reino de los cielos, que es reino de Dios, sobre todo en el evangelio de Mateo (cf. Mt 3,2; 5,3.10.19.20; etc.). Cf.T.N.D. METTINGER, Buscando a Dios. Significado y mensaje de los nombres divinos en la Biblia, El Almendro, Córdoba 1994; A. JUKES, Nombres de Dios en la Sagrada Escritura, Clie, Terrasa 1988. PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007 Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra Palabra o frase con la que se designa a una persona o cosa (animal, planta, lugar u objeto) para distinguirla de las demás; también puede referirse a la reputación de la persona o a la propia persona. †œToda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre† a Jehová Dios. (Ef 3:14, 15.) El creó la primera familia humana y permitió que Adán y Eva tuvieran hijos; por lo tanto, los linajes terrestres deben su nombre a Jehová. Es asimismo el Padre de su familia celestial, y tal como llama a todas las incontables estrellas por sus nombres (Sl 147:4), sin duda también dio nombres a los ángeles. (Jue 13:18.) Un ejemplo interesante de cómo se dio nombre a algo completamente nuevo es el del maná milagroso. Cuando los israelitas lo vieron por primera vez, exclamaron: †œ¿Qué es?† (¿Man hu´?). (Ex 16:15.) Al parecer, por esta razón lo llamaron †œmanᆝ, que probablemente significa †œ¿Qué es?†. (Ex 16:31.) Respecto al origen de determinados nombres, su raí­z y significado, los especialistas tienen opiniones muy diversas. Por esta razón el significado de los nombres bí­blicos varí­a de una fuente de información a otra. En esta publicación se ha tomado la propia Biblia como autoridad principal para determinar el significado de los nombres. Un ejemplo es el significado del nombre Babel. En Génesis 11:9 Moisés escribió: †œPor eso se le dio el nombre de Babel, porque allí­ habí­a confundido Jehová el lenguaje de toda la tierra†. En este pasaje Moisés relaciona †œBabel† con la raí­z verbal ba·lál (confundir), lo que indica que el nombre significa †œConfusión†. Los nombres bí­blicos consisten en una sola voz, en frases o hasta en oraciones. Los nombres con más de una sí­laba a menudo tienen una forma abreviada. Cuando la Biblia no especifica el origen de un nombre, se ha procurado determinar su raí­z o elementos que lo integran con la ayuda de diccionarios modernos acreditados. Por ejemplo: para determinar las raí­ces de los nombres hebreos y arameos, se han empleado el Lexicon in Veteris Testamenti Libros (de L. Koehler y W. Baumgartner, Leiden, 1958) y la revisión aún incompleta de dicha obra; y para los nombres griegos se ha empleado principalmente la novena edición de A Greek-English Lexicon (de H.G. Liddell y R. Scott, revisión de H.S. Jones, Oxford, 1968). Luego se han dado a esas raí­ces los significados que se hallan en la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras. Por ejemplo: el nombre Elnatán se compone de las raí­ces ´El (Dios) y na·thán (dar), por lo que significa †œDios Ha Dado†. (Compárese con Gé 28:4, donde na·thán se ha traducido †œha dado†.) Nombres de animales y plantas. Jehová Dios concedió a Adán el privilegio de dar nombre a las criaturas inferiores. (Gé 2:19.) Los nombres que Adán puso probablemente eran descriptivos, como puede percibirse en algunos de los nombres hebreos de animales e incluso de plantas. La voz hebrea para †œasno† (jamóhr), debe provenir de una raí­z que significa †œenrojecer†, con la que se hace referencia al color habitual del pelaje de este animal. El nombre hebreo de la tórtola (tohr o tor) debe imitar el arrullo †œtorrr torrr† que emite la citada ave. Al almendro se le llama †œel que despierta†, al parecer por ser uno de los primeros árboles que florecen. Nombres de lugares y accidentes topográficos. Algunas veces los hombres dieron a los lugares sus propios nombres, los de sus hijos o los de sus antepasados. El asesino Caí­n construyó una ciudad y le puso el nombre de su hijo Enoc. (Gé 4:17.) Nóbah empezó a llamar a la ciudad conquistada de Quenat por su propio nombre. (Nú 32:42.) Después de capturar la ciudad de Lésem, los danitas la llamaron Dan, el nombre de su antepasado. (Jos 19:47; véase también Dt 3:14.) A los lugares comúnmente se les llamaba según los acontecimientos ocurridos en sus alrededores, como en el caso de altares (Ex 17:14-16), pozos (Gé 26:19-22) y manantiales (Jue 15:19). Otros ejemplos son: Babel (Gé 11:9), Jehová-yiré (Gé 22:13, 14), Beer-seba (Gé 26:28-33), Betel (Gé 28:10-19), Galeed (Gé 31:44-47), Sucot (Gé 33:17), Abel-mizraim (Gé 50:11), Masah, Meribá (Ex 17:7), Taberá (Nú 11:3), Quibrot-hataavá (Nú 11:34), Hormá (Nú 21:3), Guilgal (Jos 5:9), la llanura baja de Acor (Jos 7:26) y Baal-perazim (2Sa 5:20). En algunas ocasiones se denominaba a los lugares, montañas y rí­os por sus caracterí­sticas fí­sicas. Las ciudades de Gueba y Guibeah (ambas significan †œColina†) probablemente obtuvieron sus nombres debido a que estaban ubicadas en colinas. La cordillera del Lí­bano (que significa †œ Blanca†) puede haber recibido su nombre debido al color claro de sus laderas y cimas de piedra caliza, o porque sus cumbres están cubiertas de nieve durante la mayor parte del año. En otros casos, al nombre de las ciudades y pueblos se les añadí­an los prefijos †œen† (fuente, o manantial), †œbeer† (pozo) y †œabel† (cauce) cuando estaban situados en la proximidad de tales lugares. Otros nombres se derivaban de caracterí­sticas, como el tamaño, la ocupación y los productos agrí­colas. Algunos ejemplos son: Belén (que significa †œCasa de Pan†), Betsaida (Casa del Cazador ), Gat (Lagar) y Bézer (Lugar Inaccesible). También se empleaban los nombres de animales y plantas, muchos en forma compuesta. Entre estos estaban: Ayalón (que significa †œLugar de la Cierva; Lugar del Ciervo†), En-guedí­ (Fuente del Cabrito), En-eglaim (Fuente de Dos Terneros), Aqrabim (Escorpiones), Baal-tamar (Dueño de la Palmera) y En-Tapúah (Fuente de la Manzana ). †œBet† (casa), †œbaal† (dueño; amo) y †œquiryat† (ciudad) frecuentemente constituí­an la parte inicial de los nombres compuestos. Nombres de personas. Al principio de la historia bí­blica se daba nombre a los hijos al tiempo de nacer, pero los niños hebreos recibí­an el nombre cuando se les circuncidaba, al octavo dí­a de su nacimiento. (Lu 1:59; 2:21.) Por lo general, eran el padre o la madre quienes daban nombre al recién nacido. (Gé 4:25; 5:29; 16:15; 19:37, 38; 29:32.) Una excepción notable, sin embargo, fue el hijo que les nació a Boaz y Rut. Las vecinas de Noemí­, la suegra de Rut, le llamaron Obed (que significa †œSiervo; Sirviente†). (Rut 4:13-17.) En algunas ocasiones los padres recibieron dirección divina en cuanto al nombre que debí­an poner a sus hijos. Entre estos estuvieron: Ismael (Dios Oye ) (Gé 16:11), Isaac (Risa) (Gé 17:19), Salomón (de una raí­z que significa †œpaz†) (1Cr 22:9) y Juan (equivalente español de Jehohanán, que significa †œJehová Ha Mostrado Favor; Jehová Ha Sido Benévolo†) (Lu 1:13). En particular los nombres que se pusieron por dirección divina solí­an tener un significado profético. Por ejemplo, el nombre del hijo de Isaí­as, Maher-salal-has-baz (que significa †œÂ¡Apresúrate, oh Despojo! El Se Ha Apresurado al Saqueo†), indicaba que el rey de Asiria someterí­a a Damasco y a Samaria. (Isa 8:3, 4.) El nombre del hijo de Oseas, Jezreel (Dios Sembrará Semilla ), predecí­a que la casa de Jehú tendrí­a que rendir cuentas. (Os 1:4.) Los nombres de los otros dos hijos de Oseas, Lo-ruhamá ( No Se Le Mostró Misericordia) y Lo-ammí­ (No Mi Pueblo), indicaban que Jehová rechazarí­a a Israel. (Os 1:6-10.) En lo que respecta al nombre del Hijo de Dios, Jesús (Jehová Es Salvación), era en sí­ mismo una indicación profética del papel que desempeñarí­a como el Salvador nombrado por Dios, o el medio de alcanzar la salvación. (Mt 1:21; Lu 2:30.) El nombre que se le daba a un niño con frecuencia reflejaba las circunstancias de su nacimiento o los sentimientos del padre o la madre. (Gé 29:32–30:13, 17-20, 22-24; 35:18; 41:51, 52; Ex 2:22; 1Sa 1:20; 4:20-22.) Eva llamó Caí­n (que significa †œAlgo Producido†) a su primogénito, pues dijo: †œHe producido un hombre con la ayuda de Jehovᆝ. (Gé 4:1.) Eva consideró al hijo que le nació después del asesinato de Abel como un sustituto de este último, por lo que le puso por nombre Set (Nombrado; Puesto; Colocado). (Gé 4:25.) Isaac llamó a su hijo gemelo más joven Jacob (Que Ase el Talón; Suplantador), puesto que al nacer estaba asiendo el talón de su hermano Esaú. (Gé 25:26; compárese con el caso de Pérez, en Gé 38:28, 29.) Algunas veces el nombre hací­a referencia al aspecto del niño cuando nací­a. Al hijo primogénito de Isaac se le llamó Esaú (Velludo) debido a su mucho vello, algo infrecuente en un recién nacido. (Gé 25:25.) Los nombres que se daban a los niños a menudo incluí­an la partí­cula †œEl† (que significa †œDios†) o una abreviatura del nombre Jehová. Tales nombres expresaban la esperanza de los padres, reflejaban su aprecio por habérseles bendecido con descendencia o reconocí­an algún aspecto de Dios. He aquí­ algunos ejemplos: Jehdeyá (posiblemente, Que Jehová Se Sienta Contento), Elnatán (Dios Ha Dado), Jeberekí­as (Jehová Bendice), Jonatán (Jehová Ha Dado), Jehozabad (probablemente, Jehová Ha Dotado), Eldad (posiblemente, Dios Ha Amado), Abdiel (Siervo de Dios), Daniel (Mi Juez Es Dios), Jehozadaq (probablemente, Jehová Pronuncia Justo) y Pelatí­as (Jehová Ha Provisto Escape). †œAb† (padre), †œah† (hermano), †œam† (pueblo), †œbat† (hija) y †œben† (hijo) se empleaban en nombres compuestos, como Abidá (Padre Ha Conocido), Abí­as ( Padre Es Jehová), Ahiézer (Mi Hermano Es un Ayudante), Amihud (Mi Pueblo Es Dignidad), Aminadab (Mi Pueblo Está Dispuesto ), Bat-seba (Hija de Abundancia; posiblemente, Hija el Séptimo ) y Ben-hanán (Hijo del Que Muestra Favor; Hijo del Misericordioso). †œMélec† (rey), †œadon† (señor) y †œbaal† (dueño; amo) también se combinaban con otras palabras para formar nombres compuestos, como Abimélec (Mi Padre Es Rey), Adoní­as (Jehová Es Señor) y Baal-tamar (Dueño de la Palmera). Los nombres comunes de animales y plantas también se usaron para dar nombre a las personas. Algunos de estos son Débora (Abeja), Dorcas o Tabita (Gacela), Jonás (Paloma), Raquel (Oveja), Safán (Damán) y Tamar (Palmera). La repetición de ciertos nombres en las listas genealógicas refleja la costumbre de dar a los hijos el nombre de algún pariente. (Véase 1Cr 6:9-14, 34-36.) Debido a esta costumbre, los parientes y conocidos de Elisabet no querí­an que le pusiera a su hijo el nombre de Juan. (Lu 1:57-61; véase GENEALOGíA,) En el siglo I E.C. no era extraño que los judí­os —en especial los que viví­an fuera de Palestina o en ciudades con una población mixta de judí­os y gentiles— tuvieran un nombre hebreo o arameo y otro latino o griego. Esta puede ser la razón por la que Dorcas se llamaba también Tabita y el apóstol Pablo, Saulo. A veces los nombres llegaron a considerarse un reflejo de la personalidad o tendencias caracterí­sticas de sus portadores. Esaú dijo lo siguiente de su hermano: †œ¿No es por eso por lo que se le llama por nombre Jacob, puesto que me suplantarí­a estas dos veces? ¡Mi primogenitura ya la ha tomado, y, mira, en esta ocasión ha tomado mi bendición!†. (Gé 27:36.) Abigail hizo la siguiente observación con respecto a su esposo: †œPorque, como es su nombre, así­ es él. Nabal es su nombre, y la insensatez está con él†. (1 Sam.25:25.) Como Noemí­ pensaba que su nombre ya no era apropiado en vista de las calamidades que le habí­an sobrevenido, dijo: †œNo me llamen Noemí­, Llámenme Mará, porque el Todopoderoso me ha hecho muy amarga la situación†. (Rut 1:20.) Cambios de nombre o nuevos nombres. En algunas ocasiones se cambiaba el nombre de una persona o se le daba otro nuevo con algún propósito especial. Poco antes de morir, Raquel llamó a su hijo recién nacido Ben-oní­ (que significa †œHijo de Mi Duelo†), pero su desconsolado esposo, Jacob, le puso por nombre Benjamí­n (Hijo de la Diestra). (Gé 35:16-18.) Jehová cambió el nombre de Abrán a Abrahán (Padre de una Muchedumbre ) y el de Sarai (posiblemente, Contenciosa), a Sara (Princesa), ambos nombres nuevos con un significado profético. (Gé 17:5, 6, 15, 16.) Debido a su perseverancia en la lucha con un ángel, se le dijo a Jacob: †œYa no serás llamado por nombre Jacob, sino Israel, porque has contendido con Dios y con hombres de modo que por fin prevaleciste†. (Gé 32:28.) Este cambio de nombre fue una muestra de la bendición de Dios y se confirmó con posterioridad. (Gé 35:10.) Por lo tanto, cuando las Escrituras hablan proféticamente de un †œnombre nuevo†, se refieren a un nombre que represente apropiadamente a su portador. (Isa 62:2; 65:15; Rev 3:12.) También se solí­an dar nuevos nombres a quienes ascendí­an a puestos de gobierno elevados o recibí­an privilegios especiales. Puesto que los que otorgaban estos nombres eran superiores, el cambio de nombre podí­a significar también la sumisión del portador del nuevo nombre a quien se lo habí­a dado. Después de llegar a ser el administrador de alimento de Egipto, a José se le llamó Zafenat-panéah. (Gé 41:44, 45.) El faraón Nekoh le cambió el nombre a Eliaquim cuando le hizo rey vasallo de Judá, y le llamó Jehoiaquim. (2Re 23:34.) De igual manera, cuando Nabucodonosor hizo vasallo a Mataní­as, le cambió el nombre por Sedequí­as. (2Re 24:17.) Daniel y sus tres compañeros hebreos, Hananí­as, Misael y Azarí­as, recibieron nombres babilonios cuando se les seleccionó en Babilonia para una preparación especial. (Da 1:3-7.) Un acontecimiento posterior en la vida de una persona podí­a dar razón para que se le cambiase de nombre. Por ejemplo, a Esaú se le cambió el nombre a Edom (que significa †œRojo†) debido al color del guisado de lentejas por el que vendió su derecho a la primogenitura. (Gé 25:30-34.) Nombres de ángeles. La Biblia solo suministra el nombre personal de dos ángeles: Gabriel (que significa †œUno Fí­sicamente Capacitado de Dios) y Miguel (¿Quién Es Como Dios?). Quizás fue con el fin de no recibir honra y veneración indebidas por lo que en ciertas ocasiones los ángeles no revelaron su nombre a las personas a quienes se aparecieron. (Gé 32:29; Jue 13:17, 18.) ¿Qué implica el conocer el nombre de Dios? La creación material da testimonio de la existencia de Dios, pero no revela cuál es su nombre. (Sl 19:1; Ro 1:20.) Conocer el nombre de Dios significa más que un simple conocimiento de la palabra. (2Cr 6:33.) En realidad, significa conocer a la Persona: sus propósitos, actividades y cualidades según se revelan en su Palabra. (Compárese con 1Re 8:41-43; 9:3, 7; Ne 9:10.) Puede ilustrarse con el caso de Moisés, un hombre a quien Jehová †˜conoció por nombre†™, esto es, conoció í­ntimamente. (Ex 33:12.) Moisés tuvo el privilegio de ver una manifestación de la gloria de Jehová y también †˜oí­r declarado el nombre de Jehovᆙ. (Ex 34:5.) Aquella declaración no fue simplemente una repetición del nombre Jehová, sino una exposición de los atributos y actividades de Dios, en la que se decí­a: †œJehová, Jehová, un Dios misericordioso y benévolo, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa y verdad, que conserva bondad amorosa para miles, que perdona error y transgresión y pecado, pero de ninguna manera dará exención de castigo, que hace venir el castigo por el error de padres sobre hijos y sobre nietos, sobre la tercera generación y sobre la cuarta generación†. (Ex 34:6, 7.) De manera similar, la canción de Moisés que incluye las palabras: †œPorque yo declararé el nombre de Jehovᆝ, cuenta los tratos de Dios con Israel y describe su personalidad. (Dt 32:3-44.) Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, †˜puso el nombre de su Padre de manifiesto†™ a sus discí­pulos. (Jn 17:6, 26.) Aunque ya conocí­an el nombre de Dios y estaban familiarizados con sus actividades, registradas en las Escrituras Hebreas, estos discí­pulos llegaron a conocer a Jehová de un modo mejor y mucho más amplio a través de aquel que está †œen la posición del seno para con el Padre†. (Jn 1:18.) Cristo Jesús representó perfectamente a su Padre, pues hizo las obras de El y habló, no de su propia iniciativa, sino las palabras de su Padre. (Jn 10:37, 38; 12:50; 14:10, 11, 24.) Por eso pudo decir: †œEl que me ha visto a mí­ ha visto al Padre también†. (Jn 14:9.) Estos hechos dejan claro que los únicos que de verdad conocen el nombre de Dios son sus siervos obedientes. (Compárese con 1Jn 4:8; 5:2, 3.) De modo que la promesa de Jehová registrada en el Salmo 91:14 aplica a tales personas: †œLo protegeré porque ha llegado a conocer mi nombre†. El nombre en sí­ mismo no tiene poder mágico; sin embargo, Aquel que posee ese nombre puede dar protección a su pueblo dedicado. De modo que el nombre representa a Dios mismo. Por esta razón el proverbio dice: †œEl nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo y se le da protección†. (Pr 18:10.) Esta es la acción que toman las personas que arrojan su carga sobre Jehová. (Sl 55:22.) De igual modo, amar el nombre (Sl 5:11), celebrarlo con melodí­a (Sl 7:17), invocarlo (Gé 12:8), darle gracias (1Cr 16:35), jurar por él (Dt 6:13), recordarlo (Sl 119:55), temerlo (Sl 61:5), buscarlo (Sl 83:16), confiar en él (Sl 33:21), ensalzarlo (Sl 34:3) y esperar en él (Sl 52:9) es hacer estas cosas con referencia a Jehová mismo. Hablar abusivamente del nombre de Dios es blasfemar contra Dios. (Le 24:11, 15, 16.) Jehová tiene celo por su nombre y no tolera rivalidad o infidelidad en cuestiones de adoración. (Ex 34:14; Eze 5:13.) Se mandó a los israelitas que ni siquiera mencionaran los nombres de otros dioses. (Ex 23:13.) En vista de que en las Escrituras aparecen los nombres de dioses falsos, la prohibición de mencionarlos debe entenderse con respecto a la adoración. El fracaso de Israel como pueblo portador del nombre de Dios al no cumplir con Sus rectos mandatos constituyó una profanación del nombre que representaban. (Eze 43:8; Am 2:7.) El hecho de que Dios tuviese que castigar a los israelitas por su infidelidad dio oportunidad a las naciones circundantes para hablar irrespetuosamente del nombre divino. (Compárese con Sl 74:10, 18; Isa 52:5.) Como esas naciones no entendieron que las calamidades que sufrí­a Israel eran un castigo de Jehová, dedujeron equivocadamente que El era incapaz de proteger a su pueblo. Con el fin de limpiar su nombre de ese oprobio, Jehová intervino para liberar y repatriar a un resto de Israel. (Eze 36:22-24.) Al manifestarse en determinadas ocasiones de un modo muy singular, Jehová hizo que su nombre se recordase, y en los lugares donde tuvieron lugar esas manifestaciones se erigieron altares. (Ex 20:24; compárese con 2Sa 24:16-18; véase JEHOVí.) El nombre del Hijo de Dios. Debido a que Jesús permaneció fiel hasta la misma muerte, su Padre le recompensó con una posición superior y con un †œnombre que está por encima de todo otro nombre†. (Flp 2:5-11.) Todos los que desean la vida deben reconocer lo que este nombre representa (Hch 4:12), esto es, la posición de Jesús como Juez (Jn 5:22), Rey (Rev 19:16), Sumo Sacerdote (Heb 6:20), Rescatador (Mt 20:28) y Agente Principal de la salvación. (Heb 2:10; véase JESUCRISTO.) Cristo Jesús, en calidad de †œRey de reyes y Señor de señores†, también tiene que dirigir a los ejércitos celestiales en una guerra justa. Como ejecutor de la venganza de Dios, exhibirá facultades y cualidades completamente desconocidas para aquellos que peleen contra él. Por esta razón se dice que †œtiene un nombre escrito que nadie conoce sino él mismo†. (Rev 19:11-16.) Varios usos de la palabra †œnombre†. Un determinado nombre puede †œllamarse sobre† una persona, ciudad o edificio. Cuando Jacob adoptó a los hijos de José, dijo: †œY sea llamado sobre ellos mi nombre y el nombre de mis padres, Abrahán e Isaac†. (Gé 48:16; véase también Isa 4:1; 44:5.) El que se llamara el nombre de Jehová sobre los israelitas indicaba que eran su pueblo. (Dt 28:10; 2Cr 7:14; Isa 43:7; 63:19; Da 9:19.) Jehová también puso su nombre sobre Jerusalén y el templo, aceptándolos así­ como el centro legí­timo de su adoración. (2Re 21:4, 7.) Joab prefirió no acabar de tomar Rabá para que no se llamara su nombre sobre esa ciudad, es decir, para que no se le atribuyera a él el crédito de la conquista. (2Sa 12:28.) Por otra parte, el nombre de la persona que morí­a sin descendencia masculina era †œquitado†, según la expresión bí­blica. (Nú 27:4; 2Sa 18:18.) Por eso el matrimonio de levirato prescrito en la ley de Moisés sirvió para conservar el nombre del hombre fallecido. (Dt 25:5, 6.) Por otra parte, la aniquilación de una nación, pueblo o familia significaba la desaparición o eliminación de su nombre. (Dt 7:24; 9:14; Jos 7:9; 1Sa 24:21; Sl 9:5.) Hablar o actuar †˜en el nombre de†™ otra persona significaba hacerlo como representante suyo. (Ex 5:23; Dt 10:8; 18:5, 7, 19-22; 1Sa 17:45; Est 3:12; 8:8, 10.) De modo similar, recibir a una persona en el nombre de alguien indica un reconocimiento de ese alguien. Por lo tanto, †˜recibir a un profeta en nombre de profeta†™ significarí­a recibir a un profeta por el hecho de ser profeta. (Mt 10:41, BJ; CEBIHA; Leal; Redin; RH; NM; Val.) Del mismo modo, bautizar en el †œnombre del Padre y del Hijo y del espí­ritu santo† significa un reconocimiento del Padre, del Hijo y del espí­ritu santo. (Mt 28:19.) Reputación o fama. La palabra †œnombre† se emplea con frecuencia en las Escrituras con el sentido de fama o reputación. (1Cr 14:17, nota.) Ocasionar un mal nombre a alguien significaba acusar falsamente a esa persona y así­ manchar su reputación. (Dt 22:19.) El que a alguien se le †˜deseche su nombre como inicuo†™ significa la pérdida de la buena reputación. (Lu 6:22.) Los hombres empezaron a edificar una torre y una ciudad después del Diluvio para hacerse †œun nombre célebre†, en desafí­o a Jehová. (Gé 11:3, 4.) Por otra parte, Jehová prometió hacer grande el nombre de Abrán si dejaba su paí­s y sus parientes y se mudaba a otra tierra. (Gé 12:1, 2.) Como testimonio del cumplimiento de esa promesa está el hecho de que en la actualidad pocos nombres de tiempos antiguos han llegado a ser tan grandes como el de Abrahán, sobre todo como ejemplo de fe sobresaliente. Millones de personas aún afirman que son los herederos de la bendición abrahámica debido a contarse entre sus descendientes. Jehová también hizo grande el nombre de David al bendecirlo y darle victorias sobre los enemigos de Israel. (1Sa 18:30; 2Sa 7:9.) Cuando la persona nace no tiene ninguna reputación, por lo que su nombre es poco más que una etiqueta. Por esta razón Eclesiastés 7:1 dice: †œMejor es un nombre que el buen aceite, y el dí­a de la muerte que el dí­a en que uno nace†. No es cuando una persona nace, sino que es durante toda su vida cuando su †œnombre† cobra un significado real, en el sentido de identificarlo como alguien que practica justicia o iniquidad. (Pr 22:1.) Debido a la fidelidad de Jesús hasta la muerte, su nombre pasó a ser el único nombre †œdado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos†, y †œha heredado un nombre más admirable† que el de los ángeles. (Hch 4:12; Heb 1:3, 4.) En cambio, Salomón, de quien se esperaba que su nombre fuera †œmás espléndido† que el de David, murió con el nombre de un descarriado de la adoración verdadera. (1Re 1:47; 11:6, 9-11.) †œEl mismí­simo nombre de los inicuos se pudrirᆝ, o llegará a ser un hedor odioso. (Pr 10:7.) Por todo lo antedicho, †œha de escogerse un nombre más bien que riquezas abundantes†. (Pr 22:1.) Nombres escritos en el †œlibro de la vida†. Al parecer, en un sentido figurado, Jehová ha estado escribiendo nombres en el libro de la vida desde la †œfundación del mundo†. (Rev 17:8.) Jesucristo relacionó el tiempo de Abel con la †œfundación del mundo†, lo que indica que en este contexto la palabra †œmundo† se refiere al mundo de la humanidad redimible. Este mundo tuvo su origen cuando nacieron los hijos de Adán y Eva. (Lu 11:48-51.) El nombre de Abel debe haber sido el primero que se registró en ese rollo simbólico. Sin embargo, los nombres que aparecen en el rollo de la vida no son los de personas a las que se ha predestinado a ganarse la aprobación de Dios y la vida, puesto que según las Escrituras los nombres pueden †˜borrarse†™ del †œlibro de la vida†. Por lo tanto, parece ser que el nombre de una persona se escribe en el †œlibro de la vida† cuando llega a ser siervo de Jehová, y solo permaneciendo fiel puede conservar su nombre en este libro. (Rev 3:5; 17:8; compárese con Ex 32:32, 33; Lu 10:20; Flp 4:3; véase también VIDA.) Nombres registrados en el rollo del Cordero. De igual manera, los nombres de las personas que adoran a la simbólica bestia salvaje no se registran en el rollo del Cordero. (Rev 13:8.) La bestia salvaje ha recibido su autoridad, poder y trono del dragón, Satanás el Diablo. Los que adoran a la bestia salvaje son, por lo tanto, parte de la †˜descendencia de la serpiente†™. (Rev 13:2; compárese con Jn 8:44; Rev 12:9.) Antes de que les nacieran hijos a Adán y Eva, Jehová Dios anunció que habrí­a enemistad entre la †˜descendencia de la mujer†™ y la †˜descendencia de la serpiente†™. (Gé 3:15.) Así­, ya se determinó desde la fundación del mundo que ningún adorador de la bestia salvaje tendrí­a su nombre escrito en el rollo del Cordero. Solo tendrí­an ese privilegio personas que fueran †˜sagradas†™ desde el punto de vista de Dios. (Rev 21:27.) En vista de que este rollo pertenece al Cordero, es lógico concluir que los nombres registrados en él corresponden a las personas que Dios le ha dado. (Rev 13:8; Jn 17:9, 24.) Por eso es significativo que la siguiente referencia al Cordero en el libro de Revelación lo presente de pie en el monte Sión, con 144.000 personas compradas de entre la humanidad. (Rev 14:1-5.) Fuente: Diccionario de la Biblia shem (µve, 8034), ‘nombre; reputación; memoria; renombre’. Hay cognados de este vocablo en acádico, ugarí­tico, fenicio, arameo y arábigo. El vocablo aparece unas 864 veces a través del Antiguo Testamento hebreo. No siempre es el caso que los ‘nombres’ personales revelaban la esencia de un individuo. Ciertos nombres asimilan palabras de otras lenguas o términos muy antiguos cuyo significado se desconocí­a. Por cierto, nombres como ‘perro’ (Caleb) y ‘abeja’ (Débora) no tení­an nada que ver con la personalidad de sus dueños. Tal vez algunos nombres indicaban alguna caracterí­stica sobresaliente del que lo llevaba. En otros casos, un ‘nombre’ conmemora un hecho o sentimiento que experimentaron los padres en torno al nacimiento del niño o cuando le pusieron el nombre. Otros nombres dicen algo acerca de quien lo recibe que sirve para identificarlo. Este sentido del nombre como identificación aparece en Gen 2:19 (uno de los primeros casos en la Biblia): ‘Todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre’. Por otro lado, los nombres por los que Dios se autorrevela ( Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento El nombre, lejos de ser una designación convencional, expresa para los antiguos el papel de un ser en el universo. Dios da cima a la creación poniendo nombre a todas las criaturas, dí­a, noche, cielo, tierra, mar (Gén 1,3-10), designando a cada uno de los astros por su nombre (Is 40,26) o encargando a Adán dar nombre a cada uno de los animales (Gén 2,20). Los hombres, a su vez, propenderán a dar un nombre significativo a los lugares a que se asocia _ un acontecimiento importante, aunque sea a costa de una etimologí­a extraña, como Babel (Gén 11,9).1. Los nombres de los hombres. El nombre dado en el nacimiento expresa ordinariamente la actividad o el destino del que lo lleva: Jacob es el suplantador (Gén 27,36), Nabal lleva un nombre apropiado, pues es un loco (1Sa 25,25). El nombre puede también evocar las circunstancias del nacimiento o el porvenir entrevisto por los padres: Raquel al morir llama a su hijo ‘hijo de mi dolor’, pero Jacob lo llama Benjamí­n, ‘hijo de mi diestra’ (Gén 35,18). A veces es una especie de oráculo, que desea al niño el apoyo del Dios de Israel: Isaí­as (YeIa`-Yahu), ‘¡Al que Dios salve!’ En todo caso el nombre dice el potencial social de un hombre, hasta el punto de que ‘nombre’ puede significar también ‘renombre’ (Núm 16,2), y estar sin nombre es ser un hombre sin valor (Job 30,8). En cambio, tener varios nombres puede significar la importancia de un hombre que tiene diferentes funciones que desempeñar, como Salomón, llamado también ‘amado de Dios’ (2Sa 12,25). Si el nombre es la persona misma, actuar sobre el nombre es tener influjo en el ser mismo. Así­ un empadronamiento puede parecer significar una esclavización de las personas (cf.2Sa 24). Cambiar a alguien el nombre es imponerle una nueva personalidad, dar a entender que ha quedado convertido en vasallo (2Re 23, 34; 24,17). Así­ Dios cambia el nombre de Abraham (Gén 17,5), de Saray (17,15) o de Jacob (32,29), para indicar que toma posesión de su vida. Igualmente, los nuevos nombres dados por Dios a Jerusalén perdonada, ciudad-justicia, ciudad-fiel (Is 1,26), ciudad-Yahveh (60,14), deseada (62, 12), mi-placer (62,4) expresan la nueva vida de una ciudad, en la que los corazones son regenerados por la nueva alianza.2. Los nombres de Dios. Así­ pues, en todos los pueblos importaba mucho el nombre de la divinidad; y mientras los babilonios llegaban hasta a dar circuenta nombres a Marduk, su dios supremo, para consagrar su victoria en el momento de la creación, los cananeos mantení­an oculto el nombre de sus divinidades bajo el término genérico de Baal, ‘señor, dueño’ (de tal o tal lugar). Entre los israelitas, *Dios mismo se digna nombrarse. Anteriormente el Dios de Moisés era conocido únicamente como el Dios de los mayores, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El ángel que luchó con Jacob, interrogado, se niega a decir su nombre (Gén 32,30); al padre de Sansónsólo se le comunica un epí­teto de este nombre : ‘maravilloso’ (Jue 13.18). Así­ también en los tiempos patriarcales se designó al Dios de Israel con abjetivos como s’adday (el de la montaña) o con expresiones como ‘terror de Isaac’ o ‘fuerte de Jacob’. Pero un dí­a, en el Horeb, reveló Dios mismo su nombre a Moisés. La fórmula empleada se comprende a veces como una negativa análoga a la que dio el ángel a Jacob para no revelársele: ‘Yo soy el que soy’, ‘Yo soy lo que soy’ (Ex 3,13-16; 6,3). Pero el texto sagrado quiso dar a esta fórmula un sentido positivo. En efecto, según el contexto’, este nombre debe acreditar cerca del pueblo la misión de Moisés; ‘Yo-soy me enví­a a vosotros’, dirá Moisés, y el pueblo irá a adorar a ‘El-es’ (o ‘el hace ser’) en la montaña santa. De todos modos, este nombre significa que Dios está *presente en medio de su pueblo: él es Yahveh.3. Invocar el nombre de Dios. Si Dios reveló su nombre, fue para que se le *adorase bajo este verdadero nombre, el único auténtico (cf. Ex 3,15). Será por tanto la divisa de reunión de las tribus durante la conquista y después de ella (Jue 7,20). Es el nombre del único Dios verdadero, dirán más tardes los profetas: ‘Antes de mí­ ningún Dios fue formado, ni lo habrá después de mí­. Yo, yo soy Yahveh’ (Is 43,10s). Es, pues, el único nombre que estará autorizado en los labios de Israel (Ex 23,13), el único invocado en Jerusalén cuando David haya hecho de la ciudad la capital religiosa, pues ‘Yahveh es celoso de su nombre’ (Ex 34,14). ‘Invocar el nombre de Yahveh’ es propiamente dar *culto a Dios, orarle: se grita su nombre (Is 12,4), se le llama (Sal 28,1 ; cf. Is 41,25), se hace llamamiento a él (Sal 99,6). Pero si Dios confió así­ su nombre propio a Israel, éste, en cambio, no debe ‘pronunciar en vano el nombre de Yahveh’ (Ex 20,7; Dt 5,11): en efecto, no está a su disposición, de modo que abuse de él y acabe por *tentar a Dios: esto no serí­a ya servir a Dios, sino servirse de él para sus propios fines.4. El nombre es Dios mismo. Dios se identifica de tal manera con su nombre que hablando de él se designa a sí­ mismo. Este nombre es amado (Sal 5,12), alabado (Sal 7,18), santificado (Is 29,23). Nombre temeroso (Dt 28,58), eterno (Sal 135,13). ‘Por su gran nombre’ (Jos 7,9), a causa de su nombre (Ez 20,9) obra en favor de Israel; esto quiere decir: por su *gloria, para ser reconocido como grande y santo. Para marcar mejor la trascendencia del Dios inaccesible y misterioso, basta el nombre para designar a Dios. Así­ como para evitar una localización indigna de Dios, el *templo es el lugar donde Dios ‘ha hecho habitar su nombre’ (Dt 12,5), allí­ se va a su presencia (Ex 34, 23), a este templo que ‘lleva su nombre’ (Jer 7, 10.14). Es el nombre que, de lejos, va a pasar a las naciones por la criba de la destrucción (Is 30,27s). Finalmente, en un texto tardí­o (Lev 24,11-16), ‘el nombre’ designa a Yahveh sin más precisiones, como lo hará más tarde el lenguaje rabí­nico. En efecto, por un respeto más y más acentuado, el judaí­smo tenderá a no osar ya pronunciar el nombre revelado en el Horeb. En la lectura será reemplazado por Dios (Elohí­m) o más frecuentemente Adonai, ‘mi Se-60r’. Así­, los judí­os que traduzcan los ‘libros sagrados del hebreo al griego no transcribirán nunca el nombre de Yahveh, sino lo expresarán por kyrios, *señor. Al paso que el nombre de Yahveh, bajo la forma de Yau u otras, pasa a un uso mágico o profano, el nombre de Señor recibirí­a su consagración en el NT. NT.1. El nombre del Padre. A la revelación que hizo Dios de su nombre en el AT corresponde en el NT la revelación por la que Jesús da a conocer a sus discí­pulos el nombre de su *Padre (Jn 17,6.26). Por la forma como él mismo se manifiesta como el *Hijo revela que el nombre que expresa más profundamente el ser de *Dios es el de Padre, cuyo Hijo es Jesús (Mt 11,25ss), cuya paternidad también se extiende a todos los que creen en su Hijo (Jn 20,17). Jesús pide al Padre que glorifique su nombre (Jn 12,28) e invita a sus discí­pulos a pedirle que lo *santifique (Mt 6,9 p), cosa que Dios hará manifestando su *gloria y su *poder (Rom 9,17; cf. Le 1,49), y glorificando a su Hijo (Jn 17,1.5.23,$). Los cristianos tienen el deber de *alabar el nombre de Dios (Heb 13,15) y de cuidar que su conducta no lo haga blasfemar (Rom 2,24; 2Tim 6,1).2. El nombre de Jesús. Los discí­pulos, recurriendo al nombre de Jesús, *curan a los enfermos (Act 3,6; 9,34), expulsan a los demonios (Mc 9, 38; 16,17; Lc 10,17; Act 16,18; 19,13), realizando toda clase de *milagros (Mt 7,22; Act 4,30). *Jesús aparece así­ tal como su nombre lo indica: el que salva (Mt 1,21-25) devolviendo la salud a los enfermos (Act 3,16), pero también y sobre todo procurando la salvación eterna a los que creen en él (Act 4,7-12; 5,31; 13,23).3. El nombre del Señor. Dios, resucitando a Jesús y haciéndolo sentar a su *diestra, le dio el nombre que está por encima de todo nombre (Flp 2,9; Ef 1,20s), un nombre nuevo (Ap 3,12), que no es distinto del de Dios (14,1; 22,3s) y participa en su misterio (19,12). Este nombre inefable halla, no obstante, su traducción en la apelación de *Señor, que conviene a Jesús resucitado con el mismo tí­tulo que a Dios (FIp 2, 10s = Is 45,23; Ap 19,13.16 = Dt 10,17), y en la designación de Hijo, que en este sentido no comparte con ninguna criatura (Heb 1,3ss; 5,5; cf. Act 13,33; Rom 1,4, según Sal 2,7). Los primeros cristianos no vacilan en referir a Jesús una, de las apelaciones más caracterí­sticas del judaí­smo para hablar de Dios: se declara a los apóstoles sumamente gozosos de haber sido ‘juzgados dignos de sufrir por el nombre’ (Act 5,41); se cita a misioneros que ‘se pusieron en camino por el nombre’ (3Jn 7). a) La fe cristiana consiste en ‘creer que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos’, en ‘*confesar que Jesús es *Señor’, en ‘invocar el nombre del Señor’ : estas tres expresiones son prácticamente equivalentes (Rom 10,9-13). Los primeros cristianos se designan naturalmente como ‘los que invocan el nombre del Señor’ (Act 9,14.21; ICor 1,2; 2Tim 2,22; cf. Act 2,21 = Jl 3,5), significando así­ que reconocen a Jesús por Señor (Act 2,36). La profesión de fe se impone particularmente en el momento del *bautismo, que se confiere en nombre del Señor Jesús (Act 8, 16; 19,5; ICor 6,11), o también en nombre de Cristo (Gál 3,27), de Cristo Jesús (Rom 6,3). El neófito invoca el nombre del Señor (Act 22,f6), el nombre del Señor se invoca sobre él (Sant 2,7); se halla así­ bajo el poder de aquél cuyo señorí­o reconoce. En Jn, el objeto propio de la fe cristiana no es tanto el nombre del Señor cuanto el del *Hijo: para poseer la vida importa creer en el nombre del Hijo único de Dios (Jn 3, 17s; cf.1,12; 2,23; 20,30s; Un 3, 23; 5,5.10.13), es decir, adherirse a la persona de Jesús reconociendo que es el Hijo de Dios, que ((Hijo de Dios’ es el nombre que expresa su verdadero ser. b) La predicación apostólica tiene por objeto publicar el nombre de Jesucristo (Lc 24,46s; Act 4,17s; 5, 28.40; 8,12; 10,43). Los predicadores tendrán que sufrir por este nombre (Mc 13,13 p), lo cual debe ser para ellos causa de gozo (Mt 5,11 p; Jn 15,21; 1 Pe 4,13-16). El Apocalipsis va dirigido a cristianos que sufren por este nombre (Ap 2,3), pero se adhieren a él firmemente (2,13) y no lo reniegan (3,8). El ministerio del nombre de Jesús incumbe especialmente a Pablo, que lo ha recibido como una carga (Act 9,15) y una causa de sufrimientos (9,16); sin embargo, desempeña su misión con intrepidez y *orgullo (9,20.22.27s), pues ha consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo (15,26) y está pronto a morir por él (21,13). c) La vida cristiana está totalmente impregnada por la fe: los cristianos se reúnen en nombre de Jesús (Mt 18,20), acogen a los que se presentan en su nombre (Mc.9,37 p), aunque guardándose de los impostores (Mc 13,6 p); dan también gracias a Dios en nombre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 5,20; Col 3,17), conduciéndose de tal manera que el nombre de Jesucristo sea glorificado (2 Tes 1,11s). En la oración se dirigen al Padre en nombre de su Hijo (Jn 14,13-16; 15,16; 16,23s, 26s).4. Otros nombres. Cada ser lleva el nombre que corresponde al papel que le ha sida asignado. Cuando su misión es divina, su nombre viene del cielo, como el de *Juan (Lc 1,13.63). Aun dado por los hombres, el nombre es signo de una guí­a por parte de Dios: Zacarí­as (1,5.72: ‘Dios se ha acordado’), Isabel (1,5.73: ‘el juramento que él habí­a jurado’), *Marí­a (1,27.46.52: ‘magnificada, ensalzada’). Al dar Jesús a Simón el nombre de *Pedro, muestra el papel que le confí­a y la nueva personalidad que crea en él (Mt 16,18). El buen *pastor conoce a cada una de sus ovejas por su nombre (Jn 10, 3). Los nombres de los elegidos están inscritos en el cielo (Lc 10,20), en el *libro de la vida (FIp 4,5; Ap 3,5; 13,8; 17,8). Entrando en la gloria recibirán un nombre *nuevo e inefable (Ap 2,17; participando de la existencia de Dios llevarán el nombre del Padre y el de su Hijo (3,12; 14, 1); Dios los llamará sus *hijos (Mt 5,9), pues lo serán en realidad (1Jn 3,1). -> Dios – Gloria – Vocación. LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001 Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas Cuando la Escritura usa el término «nombre» para Dios, generalmente sigue el uso que se hace de la palabra en relación con los hombres. «Dios condesciende con nosotros a fin de que nosotros ascendamos a él» (Agustín). El paralelo no es total, sin embargo, debido a la diferencia que hay entre el hombre pecaminoso e imperfecto y el Dios santo y perfecto (Lc.1:49). Una persona puede, por ejemplo, llamarse «el Sr. Rey Libre» aunque no sea ni rey ni libre, mientras que nuestro Señor es completa y verdaderamente todo lo que su nombre denota, por ejemplo, Jesús, esto es, Salvador. En general, el uso bíblico del nombre para Dios puede dividirse en tres categorías, aun cuando quedan algunos casos que requieren una clasificación más especial. Primero, la palabra nombre se usa para referirse a Dios mismo. De esta forma, «todo aquel que invocare el nombre del Señor» (Hch.2:21) significa invocar a Dios mismo. Lo mismo se puede decir de tales expresiones como «confiar en su nombre» (Mt.12:21); «blasfemar su nombre» (Ap.13:6). Doblar la rodilla «al nombre de Jesús» significa hacerlo frente a Jesús mismo (Fil.2:10). Segundo, el término «nombre» con la preposición en o epi y los dativos significa «en el poder de» o «por la autoridad de». Echar fuera demonios en tō onomati Iēsou significa echar fuera demonios por el poder o la autoridad de Jesús (Mr.9:38). Lo mismo se puede decir de expresiones como: «ser bautizado epi tō onomati Iēsou Christou (Hch.2:38) o recibir a un pequeño epi tō onomati mou (Mt.18:6). Tercero, el término «nombre» con la preposición eis y el acusativo denota «en unión a», así, por ejemplo, uno que es bautizado para unirse («hacia el interior de») al nombre del Dios Trino tiene comunión con él (Mt.28:19; 1 Co.1:13, 15); o bien significa simplemente «en»: «Creer en su nombre» (Jn.1:12). BIBLIOGRAFÍA Arndt; W.L. Walker en ISBE,

See also:  Como Tomar Una Decisión Correcta Según La Biblia?

Theodore Muller

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia Harrison, E.F., Bromiley, G.W., & Henry, C.F.H. (2006). Diccionario de Teología (424). Grand Rapids, MI: Libros Desafío. Fuente: Diccionario de Teología La Biblia no es extraña a la costumbre, hoy virtualmente normativa, de dar nombres sencillamente porque a los padres les gusta.

¿Qué otro motivo puede haber cuando a una niña se le da el nombre Débora (que significa ‘abeja’, Jue.4.4) o Ester (heb. h a ḏassâ, ‘mirto’)? Aun en casos en que el nombre evoca un sentimiento altisonante, moralista, o religioso, sería ir en contra de las evidencias suponer sin lugar a dudas que el nombre fue puesto teniendo en mente dicho pensamiento, y no el que los padres querían satisfacer una preferencia por el nombre en sí frente a cualquier otro.

Es posible, por ejemplo, tejer una triste fantasía en torno al nombre Ahicam (‘mi hermano se ha levantado’) suponiendo un trágico motivo de aflicción anterior en la familia, que se considera rectificado por el posterior nacimiento de otro hijo, pero Ahicam es un nombre que suena bien y a falta de pruebas en contrario es muy posible que haya sido elegido por esa simple razón.

No obstante, si bien es cierto que podemos ser demasiado imaginativos en nuestro tratamiento de los nombres, y de la costumbre de asignar nombres en la Biblia, no cabe duda de que hay, en general, un fondo conceptual que con frecuencia tenía plena vigencia en el acto de otorgar un nombre y que, aun cuando aparentemente no tuviera parte (o por lo menos no tuviera parte conocida por nosotros) en el acto original de imponerlo, con todo, posteriormente el mismo adquiría validez en la vida de la persona que lo ostentaba.

Así, por ejemplo, mientras que Isaías eligió deliberadamente los nombres de sus dos hijos con el fin de que evidenciaran ciertos aspectos de la palabra de Dios ante su pueblo (Is.7.4; 8.1–4), en el caso de su propio nombre (‘Yahvéh salva’), como tendríamos que decirlo nosotros, ‘por coincidencia’, no se podría haber hecho una mejor elección.

El punto de vista de la Biblia acerca de los nombres, y de la costumbre de conferirlos, resultaría menoscabado si se dijera que se trataba de mera coincidencia o accidente de la elección paterna: la relación que ve entre el nombre y la persona es demasiado íntima y también demasiado dinámica para que así fuese.I.

Asignación significativa de nombres Las evidencias que se encuentran dispersas en toda la Biblia indicarían claramente que no es coincidencia que el gran profeta de la salvación tenga un nombre teofórico relacionado con el tema de la salvación. Verían la providencia directiva de Dios en la determinación por anticipado de todo el curso de la vida; probablemente verían, más típicamente, la incorporación en el nombre de una palabra de parte de Dios que consecuentemente moldearía a su recipiente de modo que su vida expresase lo que la palabra declaraba.

  1. Este es, por lo menos, el punto de vista dinámico en cuanto a los nombres y su aplicación que se detecta en toda la Biblia, y que difiere tan dramáticamente de nuestro punto de vista estático en cuanto al nombre como rótulo diferenciador.
  2. Las siete categorías siguientes cubren la mayoría de las situaciones dinámicas en relación con el acto de asignar nombres: a.

El nombre referido a posición, De la mujer que acababa de serle presentada, el hombre dijo que se la llamaría ‘Varona’ (o ‘mujer’), acordándole así posición coigual con su marido (o mejor, su contraparte): él es ˒ı̂š ; ella ˒iššâ, En general en la Biblia el otorgamiento de un nombre es función del que tiene autoridad: la imposición del nombre ‘Hombre’ (o ‘varón’) a la pareja por su Creador (Gn.5.2, cf.

  1. °bj y °vrv2 ), el acto del hombre de ponerle nombre a los animales en su capacidad de señor de la creación (Gn.2.19s), la asignación de nombres a los hijos por sus padres (por la madre en 28 y por el padre en 18 ocasiones), el acto de cambiarle el nombre a un rey vencido (2 R.23.34), etc.
  2. Pero en Gn 2.23 el ‘hombre’ reconoce a su pareja, igual y complementaria, la que, con él, comparte el dominio que Dios les ha dado sobre el mundo (Gn.1.28ss).b.

El nombre referido a la ocasión, El nacimiento de su primogénito es para Eva el momento significativo del cumplimiento de la promesa de la simiente victoriosa; por lo tanto, ‘junto con Yahvéh’, como lo expresó ella (Gn.4.1)—él, cumpliendo su promesa, ella dando a luz un hijo—’obtuvo la posesión’ (verbo qānâ ) de un niño al que por consiguiente llamó ‘Caín’ ( qayin ).c.

El nombre referido el acontecimiento, Algunas veces los nombres se refieren a toda una situación: p. ej. Babel (Gn.11.9) o Peleg (Gn.10.25). Estos dos nombres tienen la misma cualidad, pero en el caso más plenamente documentado de Babel podemos ver mejor lo que el caso comprendía: el nombre era en efecto palabra de Dios.

Los hombres ya habían descubierto en sí mismos una tendencia a separarse o dispersarse (11.4) y se propusieron, con ayuda de sus adelantos tecnológicos (v.3), ser sus propios salvadores en este sentido. El edicto divino se pronuncia contra la confianza que evidencia el hombre en cuanto a su propia capacidad para salvarse, y la palabra que impone judicialmente a la raza humana la incapacidad que ella temía (v.8) se incorpora sucintamente a la trama de las cosas terrenas en el topónimo ‘Babel’ (‘confusión’), que ha de consutuir en adelante el genio malo del relato bíblico hasta el final (cf., p.

  1. Ej., Is.13.1; 21.1–10; 24.10; Ap.18.2; etc.; * Babilonia ).d.
  2. El nombre referido a la circunstancia,
  3. Isaac recibió su nombre como consecuencia de la risa de sus padres (Gn.17.17; 18.12; 21.3–7); Samuel, como consecuencia de las oraciones de su madre (1 S.1.20); Moisés, como consecuencia del acto de su madre-princesa de sacarlo de las aguas (Ex.2.10); Icabod, como consecuencia de la pérdida del arca, considerada significativa del retiro del favor divino (1 S.4.21); Jacob, como consecuencia de la posición de los mellizos al nacer (Gn.25.26).

En muchos de estos casos la Biblia proporciona los elementos para probar que tales ‘accidentes’ eran realmente simbólicos: la victoria en el mar Rojo convierte a Moisés preeminentemente en el hombre que salió de las aguas; la historia de Samuel es precisamente la historia del hombre que sabía que la oración es contestada, y así.

En otras palabras, hay un vínculo sostenido entre la idea de otorgar un nombre y el dinamismo de la todopoderosa palabra de Dios para realizar aquello que el nombre declara.e. El nombre referido a la transformación o modificación, Algunos nombres se otorgaban para demostrar que algo nuevo había ocurrido en la vida de la persona, que se había completado un capítulo y comenzaba uno nuevo.

Si bien este acto de dar un nombre nuevo generalmente tiene carácter positivo y promisorio, esta categoría se inicia con la triste acción de cambiarle el nombre a ˒iššâ (Gn.2.23) por el de Eva (Gn.3.20), por lo que el nombre que expresaba coigualdad de posición y complementariedad de relación se convirtió en nombre de función; el primer nombre expresaba lo que el marido veía en su mujer (y lo alegraba), el segundo expresaba el destino a que él la sometería, imponiéndole dominación a cambio de sus deseos (Gn.3.16).

Pero a la misma categoría corresponde el cambio de Abram por Abraham, lo cual evidencia el comienzo del nuevo hombre con nuevos poderes: el Abram sin hijos (cuyo nombre ‘padre elevado’ no era más que una broma pesada) se convierte en Abraham, el que, si bien no significa gramaticalmente ‘padre de muchas naciones’ tiene suficiente asonancia con las palabras que (más extensamente) expresan dicha idea.

Muchos nombres con significado funcionan sobre una base similar de asonancia. Así, también, en un mismo día Benoni se convirtió en Benjamín (Gn.35.18), el nombre referido a circunstancias de dolor y pérdida, convirtiéndose así en nombre referido a posición, ‘hijo de la mano derecha’.

El otorgamiento dominical del nombre Pedro (Jn.1.42) tiene el mismo significado, cf. Mt.16.18; como es también el caso del cambio, (presumiblemente) elegido por él mismo, de Saulo a Pablo (Hch.13.9).f. El nombre referido a lo predictivo/admonitorio, Los dos hijos de Isaac ocupan lugar preeminente en esta categoría.

Es significativo de la seguridad del profeta acerca de la palabra de Dios expresada por medio de él el que estuviese dispuesto a incorporarla en sus hijos, que de este modo se constituyeron, en su propia época, en ‘el verbo hecho carne’, el más grande de los oráculos actuados (* Profecía ) del AT.

Cf. Is.7.3; 8.1–4, 18. Véase tamb.2 R.24.17, donde el nombre Sedequías incorpora el elemento de la justicia ( ṣedeq, ‘justicia’) que de este modo el faraón aconseja al nuevo rey que practique. La acción del Señor de llamar a Jacobo y a Juan ‘Boanerges’ constituía igualmente una advertencia contra el elemento indeseable de la fogosidad en su celo (Mr.3.17; cf.

Cuál es el significado del nombre BENICIO

Lc.9.54), y aquí también el nombre resultó ser palabra efectiva de parte de Dios.g. El nombre precatorio y teofórico, Nombres tales como Nabal ( nāḇl, ‘insensato’) (1 S.25.25) sólo pueden haber sido dados sobre la base de la oración de una madre—’No permitas que se vuelva insensato’—, oración para la que podría proporcionarse un fondo convincente sin esforzar demasiado la imaginación.

Es posible que muchos nombres teofóricos tuvieran este mismo elemento de oración, o, cuando menos, la mayoría de los que se basan en un tiempo imperfecto del verbo: así Ezequiel (‘¡Que Dios fortalezca!’); Isaías (‘¡Que Yah salve!’). Incluso aquellos que en traducción directa hacen una afirmación (p. ej.

Joacaz, ‘Yahvéh ha asido’) son probablemente producto de la aspiración paterna piadosa (que no siempre se realiza), como posiblemente lo evidencia el triste caso de Nabal (1 S.25), o el caso del rey Acaz, cuyo nombre probablemente sea abreviatura de ‘Joacaz’: está plenamente de acuerdo con la historia de ese rey políticamente astuto, pero espiritualmente inepto, el criterio de que eliminó deliberadamente el elemento teofórico de su nombre.

  • La asignación del nombre del Señor Jesucristo no se ajusta a ninguna de las categorías anteriores.
  • En su relación con las profecías veterotestamentarias (Mt.1.23 con Is.7.14; Lc.1.31–33 con Is.9.6s) Jesús es un nombre referido a posición, que declara que el recipiente es Dios, nacido de una virgen, y el rey prometido del linaje de David.

Es significativo que la primera persona que se nombra en el NT recibe (no un nombre de predicción sino) un nombre de cumplimiento: los propósitos de Dios están evolucionando hacia su cumplimiento total. El propio nombre de Jesús es un nombre predictivo que apun ta hacia lo que él mismo ha de hacer, y esto mismo resulta significativo por cuanto los nombres predictivos del AT apuntaban hacia lo que Yahvéh había de hacer y se ubicaban, en relación con dicho acto, como heraldos o indicadores externos.

Pero Jesús es él mismo el cumplimiento de lo que su nombre declara. II. El nombre de Dios Todas las pruebas que contribuyen a demostrar que en el nivel humano un nombre es algo significativo y, más aun, potente, que no sólo rotula sino que moldea a su receptor, encuentra su punto focal en el concepto del ‘nombre de Dios’ (* Dios, Nombres de ) que yace en el centro de la Biblia.

Un ‘nombre divino’ no es, desde luego, una noción distintivamente bíblica. Entre los griegos de la antigüedad, por ejemplo, Hesíodo trató de llegar a un conocimiento más profundo de los dioses por medio del estudio de sus nombres, ejercicio que, mutatis mutandis, bien podría considerarse central para la teología bíblica.

Hay un sentido real en el que la Biblia se apoya en la revelación del nombre divino. En el AT los patriarcas conocían a su Dios por sus títulos (p. ej. Gn.14.22; 16.13; 17.1), entre los que se encontraba el hasta ese momento no explicado ‘Yahvéh’. La significación de Moisés y el éxodo está en que, en ese momento, lo que hasta entonces no había sido más que un rótulo, se revela no como título, por exaltado que fuese, sino como nombre personal.

La revelación encerrada en el nombre se dio a conocer y se confirmó en los acontecimientos del éxodo, la redención del pueblo de Dios, la pascua, y el mar Rojo. En el NT el acontecimiento equilibrador fue el ministerio y la obra redentora de Jesús: el ‘nombre’ definitivo de Dios como santa Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, que coincidía con el inicio del ministerio público de Jesús, cuando en su bautismo comenzó deliberadamente a ser contado con los transgresores (cf.

  1. Mr.1.9–11).
  2. Juan ve la significación de esto en su deliberada asociación de Jesús con el Cordero de Dios en ocasión de su bautismo (Jn.1.29ss).
  3. Esta comparación debiera advertir contra la identificación del Dios del AT (‘Yahvéh’) con la revelación neotestamentaria de Dios Padre.
  4. Yahvéh es más bien la santa Trinidad de incógnito.

En su forma el nombre divino Yahvéh es, o bien un simple indicativo, o un indicativo causativo del verbo ‘ser/estar’, con el significado de ‘él está (vivo, presente, activo)’ o ‘hace existir’, y la fórmula en que se da a conocer el nombre (Ex.3.14, Yo soy el que soy ) significa ya sea ‘yo revelo mi presencia activa como y cuando quiero’, o ‘hago acontecer lo que elijo que acontezca’.

En el marco de Ex.3–20 esto se refiere tanto a los acontecimientos del éxodo como aquellos en los que Yahvéh está presente activamente (y que deliberadamente ha hecho que acontezcan), como también a la interpretación teológica que precede (Ex.3.1–4.17; 5.22–6.8) de aquellos acontecimientos garantizados a Moisés.

Yahvéh es, así, el Dios de la revelación y de la historia y en particular se revela como el Dios que salva a su pueblo (de conformidad con la promesa del pacto) y que derriba a los que se oponen a su palabra. Por abundante que sea este conocimiento revelado de Dios, con todo, en el nombre divino hay un claro elemento de reserva.

  1. La fórmula Yo soy el que soy en sí misma no expresa más que el hecho de que Dios conoce su propia naturaleza: es una fórmula que habla de la soberanía de Dios en la revelación de sí mismo.
  2. Si hay algo que deba darse a conocer, es él quien tiene que hacerlo; Dios dará a conocer únicamente aquello que le plazca dar a conocer.

Cf. Gn.32.29; Jue.13.17. Esto no debe relacionarse de ningún modo con los conceptos de la magia. En el mundo pagano circundante se suponía que el conocimiento del nombre de un Dios confería algún poder sobre dicho dios: extensión lógica (como que buena parte de la religión falsa consiste en una elaboración retórica lógica en torno a una verdad) de la idea de que la asignación de nombre es la acción de un ser superior.

  • Yahvéh no ocultó la revelación de sí mismo por temor a que el hombre adquiriese poder sobre él.
  • Más bien la revelación de sí mismo pertenece a un programa de privilegio que ha ideado para su pueblo, por el que la relación un tanto ‘externa’ expresada en los títulos se convierte en una relación altamente personal con un Dios que le ha dado a su pueblo la libertad de llamarlo por su nombre, y lo que en ese momento se mantiene oculto se debe solamente al hecho de que el momento de la revelación suprema está todavía por delante.

Sin embargo, lo que ya se conoce no es una falsedad que luego habrá que dejar a un lado, ni una verdad parcial (por cuanto este es mi nombre para siempre, Ex.3.15) que espera ser completada, sino un modo de expresar la verdad total que todavía habrá de lograr expresión mayor y más plena.

  • El ‘nombre’ de Dios está en la base de la revelación progresiva.
  • Pero si bien el nombre no confiere ‘poder’ en ningún sentido mágico (cf.
  • Hch.19.13ss), el conocimiento del nombre coloca a las personas en una relación enteramente nueva con Dios.
  • Ingresan en una relación de intimidad o proximidad, porque ese es el significado de la frase ‘conocer por el nombre’ (cf.

Ex.33.12, 18–19; Jn.17.6). La iniciación de la relación así descrita corresponde al lado divino: colectiva e individualmente sobre el pueblo de Dios se ‘invoca’ su nombre (cf.2 Cr.7.14; Is.43.7; Jer.14.9; 15.16; Am.9.12). Más todavía, el motivo que está por detrás de la iniciativa divina se describe con frecuencia diciendo que el Señor actúa ‘por amor (o ‘a causa’) de su nombre’ (cf.

  • Esp. Ez.20.9, 14, 22, 44) por medio de obras con las cuales ‘(se hizo) nombre grande’ (p.
  • Ej.2 S.7.23; Neh.9.10).
  • El nombre resulta ser de esta manera un modo sumario de declarar lo que Dios es para otros, permitiéndoles conocer su nombre (dándoles acceso a su comunión).
  • Hay cinco aspectos de esta situación básica lo suficientemente autenticados en las Escrituras como para justificar una breve relación sobre cada uno de ellos, aun cuando no todos se encuentran igualmente diseminados por la Biblia.a,

El expresar el lado humano de la experiencia de Dios como la de ‘creer en el nombre’ (p. ej. Jn.3.18; 1 Jn.3.23), e.d. entregarse personalmente al Señor Jesús revelado como tal en la esencia de su Palabra y obra, es algo que los escritos joaninos se ocupan de destacar particularmente.b,

  • Los que constituyen el pueblo de Dios son ‘guardados’ en su nombre (p. ej.
  • Jn.17.11), retomándose en este caso la figura veterotestamentaria distintiva que destaca el nombre como una torre fuerte (p. ej.
  • Pr.18.10), a la que pueden acudir en busca de seguridad, y también el nombre dado como el nombre del marido a su mujer, con el que se le garantiza provisión y protección (cf.

la idea de ‘invocar’ el nombre sobre la persona, mencionada más arriba). Cuando se dice que los cristianos son ‘justificados en el nombre’ (1 Co.6.11) la inferencia es la misma: el nombre, representativo de la naturaleza inmutable de Jesús y como síntesis de todo lo que él es y ha hecho, constituye la base de la posesión segura de todas las bendiciones que el mismo encierra.c,

  1. La presencia de Dios en medio de su pueblo está asegurada mediante el recurso de ‘poner su nombre para su habitación’ entre ellos. Cf.
  2. Dt.12.5, 11, 21; 14.23s; 16.2, 6; 2 S.7.13; etc.
  3. A veces se ha insistido insensatamente en que hay una distinción, si no una brecha, entre una ‘teología del nombre’ y una ‘teología de la gloria’ en el AT, pero se trata de dos modos de expresar la misma cosa: p.

ej. cuando Moisés quiso ver la gloria de Yahvéh, encontró que la gloria tenía que ser verbalizada por medio del nombre (Ex.33.18–34.8). No hay ningún sentido en que se pueda decir que el Deuteronomista remplaza una tosca noción de la gloria residente por una refinada noción del nombre residente: más bien se trata de que la ‘gloria’ tiende a expresar el ‘sentido’ de la presencia real de Dios, incluyendo muchos elementos que son justamente inefables e inaccesibles; el ‘nombre’ expresa por qué esto es así, verbaliza lo numinoso, por cuanto en ninguna parte el Dios de la Biblia se vale de sacramentos mudos, sino siempre de declaraciones inteligibles.d,

  • El nombre de Dios se describe como su ‘nombre santo’ con más frecuencia que todas las otras adjetivaciones tomadas juntas.
  • Fue este sentido de lo sagrado del nombre lo que finalmente condujo a la obtusa negativa a usar ‘Yahvéh’, lo cual ha llevado a una gran pérdida del sentido del nombre divino en algunas traducciones de la Biblia (p.

ej. °vp, °nbe ). La ‘santidad’ del nombre, empero, no impide su uso sino su abuso: esta es la razón por la cual la revelación del nombre divino no debe confundirse nunca con pensamiento alguno de un ‘poder frente a lo divino’ de carácter mágico. Lejos de poder usar el nombre para controlar a Dios, es el nombre el que controla al hombre, tanto en el culto hacia Dios (p.

  1. Ej. Lv.18.21), como en el servicio para con los hombres (p. ej. Ro.1.5).
  2. El ‘nombre’ es, por lo tanto, el motivo del servicio; es también el mensaje (p. ej.
  3. Hch.9.15) y el medio de poder (p. ej.
  4. Hch.3.16; 4.12).e,
  5. En toda la Biblia el nombre de Dios constituye el fundamento de la oración: p. ej.
  6. Sal.25.11; Jn.16.23–24.

En forma característica el NT asocia el bautismo con el nombre, ya sea de la santa Trinidad (Mt.28.19) o del Señor Jesús (p. ej. Hch.2.38): la distinción está en que el primero recalca la realidad total de la naturaleza y los propósitos divinos, y la totalidad de la bendición destinada al recipiente, mientras que el segundo destaca el medio efectivo de llegar a disfrutar de dichos bienes por la sola mediación de Jesús.

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Manley, The Book of the Law, 1957, pp.33, 122ss; H. Bietenhard, F.F. Bruce, NIDNTT 2, pp.648–656.  J.A.M.  Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas. Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

¿Cuál es la importancia del nombre en la época bíblica?

v. Invocar, Nombre de Jehová Gen 2:20 puso Adán n a toda bestia y ave de los Gen 11:4 un n, por si fuéremos esparcidos sobre la Gen 17:5 no, más tu n Abram, será tu n Abraham Gen 32:28; Gen 35:10 tu n es Jacob, Israel será tu n Gen 32:29 ¿por qué me preguntas por mi n? Y lo Exo 3:13 si ellos me pregunten: ¿Cuál es su n? Exo 9:16 que mi n sea anunciado en toda la tierra Exo 20:24 lugar donde, esté la memoria de mi n Exo 23:21 oye su voz, porque mi n está en él Exo 33:12 tú dices: Yo te he conocido por tu n Exo 33:19 proclamaré el n de Jehová delante de ti Deu 12:5 para poner allí su n para su habitación Deu 28:58 temiendo este n glorioso y temible Jos 6:27 Jehová con Josué, y su n se divulgó por Jos 7:9 entonces, ¿qué harás tú a tu grande n? Jdg 13:17 ¿cuál es tu n, para que, te honremos? 2Sa 7:13; 1Ki 8:19; 2Ch 6:9 él edificará casa a mi n 1Ki 8:43; 2Ch 6:33 los pueblos, conozcan tu n 1Ch 16:29; Psa 96:8 dad la honra debida a su n 2Ch 7:14 pueblo, sobre el cual mi n es invocado Psa 8:1, 9 cuán glorioso es tu n en toda la tierra Psa 9:10 en ti confiarán los que conocen tu n, por Psa 20:1 oiga, el n del Dios de Jacob te defienda Psa 20:5 y alzaremos pendón en el n de, Dios Psa 23:3 me guiará por sendas, por amor de su n Psa 33:21 porque en su santo n hemos confiado Psa 34:3 a Jehová conmigo, y exaltemos a una su n Psa 61:8 así cantaré tu n para siempre, pagando Psa 72:17 será su n para siempre, dure el sol Psa 83:18 conozcan que tu n es Jehová; tú solo Psa 103:1 Jehová, y bendiga todo mi ser su santo n Psa 111:9 su pacto; santo y temible es su n Psa 115:1 no a nosotros, sino a tu n da gloria, por Pro 10:7 bendita; mas el n de los impíos se pudrirá Pro 22:1 de más estima es el buen n, riquezas Isa 42:8 yo Jehová; éste es mi n; y a otro no daré Isa 43:1 yo te redimí; te puse n, mío eres tú Isa 43:7 todos los llamados de mi n; para gloria Isa 48:9 por amor de mi n diferiré mi ira, y para Isa 52:6 mi pueblo sabrá mi n por esta causa en Isa 55:13 será a Jehová por n, por señal eterna Isa 56:5 n mejor que el de, n perpetuo les daré Isa 62:2 te será puesto un n nuevo, que la boca de Jer 10:6 grande eres tú, y grande tu n en poderío Jer 15:16 tu n se invocó sobre mí, oh Jehová Dios Jer 23:27 hacen que mi pueblo se olvide de mi n con Jer 44:26 mi n no será invocado más en, Egipto Eze 20:9 con todo, a causa de mi n, para que no Eze 36:21 al ver mi santo n profanado por la casa Eze 39:25 y me mostraré celoso por mi santo n Hos 12:5 Jehová es Dios de los, Jehová es su n Amo 6:10 no podemos mencionar el n de Jehová Zec 14:9 aquel día Jehová será uno, y uno su n Mal 1:11 es grande mi n entre las naciones; y en Mal 4:2 a vosotros los que teméis mi n, nacerá Mat 1:23 a luz un hijo, y llamarás su n Emanuel Mat 6:9 Padre nuestro que, santificado sea tu n Mat 7:22 dirán, ¿no profetizamos en tu n, y en Mat 10:22; Mat 24:9; Mar 13:13; Luk 21:17 seréis aborrecidos, por causa de mi n Mat 18:5; Mar 9:37 el que reciba en mi n a un niño Mat 18:20 tres congregados en mi n, allí estoy yo Mat 19:29 haya dejado casas, por mi n, recibirá Mat 21:9; 23:39 Nombre (heb. shêm; gr. ónoma). Los hebreos, como otros pueblos antiguos del Cercano Oriente, daban gran importancia a los nombres personales. Tení­an significados literales, y eran sí­mbolos del carácter y la personalidad de la persona; a veces reflejaban el talante o los sentimientos de quien daba el nombre. Los apellidos hereditarios eran prácticamente inexistentes en tiempos bí­blicos. Cuando era necesario distinguir a 2 personas del mismo nombre, a menudo se añadí­a un adjetivo que identificara al individuo, como en los siguientes ejemplos: Saulo de Tarso, José de Arimatea, Jesús de Nazaret, 847 Elí­as tisbita, Jacobo hijo de Alfeo, Judas hermano de Jacobo, etc. Algunos tení­an uno adicional o alternativo, que se menciona en la Biblia como ‘sobrenombre’ (Act 10:5; cf Mar 3:16, 17). Los de Abrahán, Israel y Josué son ejemplos de nombres adicionales o reemplazantes de los anteriores de las personas indicadas. En cuanto a la forma y la estructura, los nombres hebreos bí­blicos seguí­an un esquema que parece extraño para la mente moderna. Con frecuencia, están formados por 2 o más palabras que podí­an expresar una frase abreviada, como en los siguientes ejemplos: Abidán, ‘mi padre es juez’; Icabod, ‘la gloria se ha apartado’. Ocasionalmente consistí­an de una sola palabra, como en el caso de Débora, ‘abeja’; Barac, ‘relámpago’; Caleb, ‘perro’; Jonás, ‘paloma’; etc. A menudo tienen forma verbal: Saúl, ‘pedido (a Dios)’ o ‘prestado (a Dios)’; Natán, ‘El (es decir, Dios) ha dado’; Baruc, ‘bendecido’; etc. Otros nombres bí­blicos sencillamente reflejan diversos términos de afecto, como Noemí­, ‘mi agrado’; Tabita, ‘gacela’; y Sansón, posiblemente ‘pequeño sol’. Tal vez la clase más popular de nombres entre los israelitas era el que contení­a alguna referencia al Dios verdadero y a menudo expresaba piadosas declaraciones de fe (por ejemplo, Elí­as significa ‘Yahweh es mi Dios’); otros reconocí­an alguna bendición especial recibida del Señor, como el nacimiento de un niño (algunos ejemplos son: Natanael, ‘Dios ha dado’; Berequí­as, ‘Yahweh ha bendecido’; Ezequí­as, ‘Yahweh ha fortalecido’; etc.). Los nombres teofóricos, es decir, los que contienen el de Dios, generalmente se pueden reconocer en la Biblia por los prefijos ja-, je-,Jeho- (transliteraciones de formas abreviadas del nombre divino; véase Jehová); por los prefijos El-* o El-i; por el sufijo -el (transliteraciones de la palabra que significa Dios); y por los sufijos -í­a, -í­as (también formas del nombre divino). En el NT, el nombre Jesús recibe constante énfasis. Sus padres recibieron instrucciones acerca de la elección del nombre (Mat 1:21, 23); sus seguidores recibieron la invitación de orar en su nombre (Joh 16:23, 24); por causa de su sacrificio se le dio un nombre que es sobre todo nombre (Phi 2:9, 10); la salvación se obtiene por medio de su nombre (Act 2:21; 4:12); todo lo que sus seguidores hagan debe ser hecho por medio su nombre (Col 3:17); y los primeros cristianos estuvieron dispuestos a sufrir cualquier humillación por causa de ese nombre (cf Act 5:41). ‘Nombre’ en algunos de éstos y de otros pasajes asume un significado más amplio que el de identificar a un individuo; significa ‘persona’, ‘carácter’, ‘autoridad’, ‘reputación’, etc. (Exo 5:23; 34:5, 6; Deu 7:24; Act 1:15, DHH; Rev 3:4; etc.). Nordeste. Véase Euroclidón. Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico el n. de una persona u objeto se vincula a su realidad. Entre los hebreos, al darle n. a una cosa o la pronunciación del n. puede tomarse posesión de la misma. Así­, Adán adquiere potestad sobre animales y plantas a raí­z de haberles puesto n., Gn 2, 19 ss.; igualmente, un monarca tomaba posesión de una ciudad o un territorio dándole su n., 2 S 12, 28; Am 9, 12. Dar un n. era privilegio de el padre, la madre o un ser superior. Reconocer el n. de Dios implica un acto de fe en El; el n. de Dios es Dios mismo, Lv 4, 11-16, e indica su naturaleza y carácter trascendente a todo sitio terrenal, Dt 12, 5; 2 Cr 20,8. El n. de Dios proporciona refugio y protección, Sal 124, 8; Jer 10, 6. Tener varios n. indicaba importancia, Jb 30, 8. En muchos casos, los nombres propios expresan una relación especial con Dios. Los cambios de n. de determinadas personas muchas veces tení­an la función de caracterizar su misión, Gn 32, 28; 2 R 23, 34. Yahvéh da conocer su nombre al hombre en el A.T. Gn 17, 1; Ex 3, 14; 6, 2, y se dirige a él también con su nombre. Dios en el A.T. se le llama de diferentes formas, manifestando que el n. se considera í­ntimamente ligado a su esencia. Jesús manifiesta que el n. se trata de una nueva forma de actuación salví­fica cuando dice expresamente a sus discí­pulos que se dirijan a Dios con el nombre de Padre. Y un preludio en tal sentido lo encontramos en las palabras que el ángel del Señor dirige a José al ordenarle que ponga al hijo de Marí­a el nombre de Jesús, Yahvéh salva, Mt 1, 21-23. Norte, punto cardinal considerado como el lugar de la divinidad, Ez 1, 4. Cuando Lucifer quiso tomar el lugar de Dios se fue hacia el norte, Is 14, 13. Los sacrificios se realizaban en la parte N. del altar, Lv 1, 11; Sal 41, 2. También el N. era fuente de peligro, Is 14, 31; Jl 1, 14; 4, 6, también sí­mbolo de la tribulación, Jer 1, 14; 4, 6. Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003 Fuente: Diccionario Bíblico Digital En tiempos bí­blicos, el concepto del nombre encerraba un significado que no tiene en la actualidad, donde por lo general es un simple rótulo sin mayor significado. Unicamente una persona con autoridad daba un nombre (Gen 2:19; 2Ki 23:34), y ello significaba que a la persona nombrada se le asignaba una determinada posición, función o relación (Gen 35:18; 2Sa 12:25). El nombre dado a menudo estaba determinado por alguna circunstancia al momento del nacimiento (Gen 19:22); algunas veces el nombre expresaba un deseo o una profecí­a (Isa 8:1-4; Hos 1:4). Cuando una persona daba a otra su propio nombre significaba la unión de ambas en una relación muy cercana, como cuando Dios le dio su nombre a Israel (Deu 28:9-10). Ser bautizado en el nombre de alguien, por consiguiente, significaba pasar a pertenecer a un nuevo dueño (Mat 28:19; Act 8:16; 1Co 1:13, 1Co 1:15). En las Escrituras encontramos la relación más cercana posible entre una persona y su nombre, siendo ambas prácticamente lo mismo, de manera tal que quitar el nombre era hacer desaparecer a la persona (Num 27:4; Deu 7:24). Olvidar el nombre de Dios es apartarse de él (Jer 23:27). Más aun, el nombre mostraba la persona tal cual ella se habí­a revelado; por ejemplo, el nombre del SEí‘OR significaba el Señor en los atributos que él habí­a manifestado: santidad, poder, amor, etc. A menudo, en la Biblia, el nombre significa la presencia de la persona en el carácter revelado (1Ki 18:24). El ser enviado o el hablar en el nombre de alguien significaba ser portador de la autoridad de esa persona (Jer 11:21; 2Co 5:20). En el uso judí­o más tardí­o, el nombre Jehovah no se pronunciaba al leer las Escrituras (comparar Wis 14:21); en cambio se reemplazaba por el término Adonai (mi Señor). Orar en el nombre de Jesús es orar como sus representantes sobre la tierra —en su espí­ritu y con su objetivo— e implica la más í­ntima comunión con Cristo. Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano El poner n. a una persona es facultad del que antecede al recién nacido (sus padres), pero es también una señal que indica jerarquí­a y autoridad de parte del que nomina sobre el nominado. Por eso Dios †œtrajo a Adán† todas las bestias de la tierra †œpara que viese cómo las habí­a de llamar† (Gen 2:19). Los n. que los hebreos poní­an a sus hijos tení­an distintas razones. En algunos casos se trataba de una simple preferencia por la belleza de la palabra. Pero la mayorí­a de las veces los n. atendí­an a deseos, circunstancias, propósitos, profecí­as, etcétera, por parte de los que los asignaban. Esto hace que en muchas ocasiones se encuentren n. que tienen particular significación, especialmente para la historia con la cual están relacionados, pero no siempre es así­. De manera que hay que ser cauteloso, para no forzar el texto poniéndolo a decir cosas que no dice. Con esas precauciones, pueden estudiarse los n. de personas que se usan en la Biblia atendiendo a las siguientes razones: a) Por la circunstancia del nacimiento. A veces el n. tiene connotaciones conmemorativas, por relacionarse la llegada de la criatura con algún acontecimiento (†œ el nombre del uno fue Peleg, porque en sus dí­as fue repartida la tierra† (Gen 10:25).) Como una invocación a Dios. Generalmente este tipo de n. se forma combinando una palabra con otra que alude a Dios ( n. teofóricos): †¢Gamaliel (†œDios es mi recompensa†), †¢Jehedí­as (†œQue Dios se regocije†), etcétera. Otros n. se usaban como una afirmación de una verdad que los padres apreciaban, como †¢Eliab (†œDios es padre†), o †¢Eliada (†œDios sabe†).) Por la expresión de algún deseo hacia el recién nacido. éste pudo ser el caso de †¢Jehiel (†œQue viva, oh Dios† ).) Para señalar alguna profecí­a. (†œPonle por n. Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios† ).) Por alguna particularidad observada en el niño ( †¢Libni (†œblanco†), †¢Hacatán (†œpequeño†), †¢Barzilai (†œfuerte como hierro†), etcétera.) Por un cambio en la condición de la persona (†œY no se llamará más tu n. Abram, sino que será tu n. Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes†, †œNo se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido† ). En tiempos del NT era muy común el uso de sobrenombres (†œSimón, llamado Pedro†, †œ serás llamado Cefas†, †œTomás llamado Dí­dimo† ). Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano ver, DIOS (Nombres) vet, (a) Su importancia. En la época bí­blica se atribuí­a al nombre una considerable importancia. Hay una relación directa entre el nombre y la persona o cosa nombrada; el nombre participa de alguna manera en la esencia que tiene por objeto revelar. Expresa la personalidad hasta tal punto que el conocimiento del nombre de alguien implica conocerlo í­ntimamente e, incluso en cierto sentido, tener poder sobre él. Jacob pregunta el nombre al ángel de Jehová: ‘Declárame ahora tu nombre.’ Su respuesta es: ‘¿Por qué me preguntas por mi nombre?’ (Gn.32:29; cfr. Jue.13:17-18). En el momento de llevar a cabo grandes actos redentores, Dios hace comprender a Moisés que se va a revelar no sólo ya como el Todopoderoso, sino ‘en mi nombre JEHOV큒 (Ex.6:3). Así­, el nombre hace también próxima la presencia de la persona: no se puede resistir al ángel de Jehová, pues el nombre de Dios está en él (Ex.23:21). El santuario donde Dios es adorado es sagrado, pues allí­ hace morar Su nombre (Dt.12:11). Jesús dice al Padre que El habí­a ‘manifestado (su) nombre a los hombres’ (Jn.17:6), es decir, toda Su naturaleza divina. Juan nos habla de Cristo, a fin de que al creer tengamos vida en Su nombre (Jn.20:31). El nombre pronunciado actúa con el mismo poder que la persona (Hch.3:16; 4:10, 12, etc.) y el nombre del Salvador está, por definición, por encima de todo otro nombre (Ef.1:21). (Véase DIOS,,) (b) Sentido y elección del nombre. El nombre de las personas humanas se corresponde con la misma concepción. En la Biblia no se da como en la actualidad, casi al azar (en el caso del nombre propio) o por el solo hecho de la filiación (apellido/s). En lo que sea posible, el nombre debe expresar la naturaleza del que lo lleva, y su elección queda influenciada por circunstancias del nacimiento o por un voto de los padres con respecto al hijo. Se dejaban también guiar por la asonancia general o la consonancia de las sí­labas, lo que permite un acercamiento en el sentido, o una etimologí­a popular consustancial al genio hebreo, aunque algunas veces nos sea sorprendente a nosotros. Veamos algunos nombres: Eva (vida, Gn.3:20), Noé (reposo, Gn.5:29), Isaac (risa, Gn.17:19), Esaú (velloso, Gn.25:25), Edom (rojo, Gn.25:30), Jacob (suplantador, Gn.25:26); los nombres de los hijos de Jacob comportan siempre una significación (Gn.30); se puede ver también Fares (brecha, Gn.38:29), Manasés (olvido, Gn.41:51), Efraí­n (fértil, Gn.41:52), etc. El nombre debí­a ser, si era posible, de buen augurio. Raquel, moribunda debido al parto, llama a su último hijo Ben-Oni (hijo de mi dolor), pero de inmediato Jacob se lo cambia, poniéndole Benjamí­n (hijo de mi diestra, Gn.35:18). Frecuentemente, los nombres comportan un significado religioso y una mención del mismo Señor (‘El’ para Dios, o ‘Jah’ para Jehová o Yahveh). De esta manera tenemos una serie de nombres compuestos, e incluso de nombres que son una corta frase: Natanael (Dios ha dado), Jonatán (Jehová ha dado), Elimelec (Dios es mi rey), Ezequiel (Dios es fuerte), Adoní­as (Jehová es señor) y muchos más. Hay otros nombres que son sencillamente sacados de la naturaleza, o inspirados en imágenes de la vida corriente: Labán (blanco), Lea (vaca salvaje), Raquel (oveja), Tamar (palmera), Débora (abeja), Jonás (paloma), Tabita (gacela), Peninna (perla), Susana (lirio). Hay nombres surgidos de circunstancias históricas: Icabod (sin gloria, 1 S.4:21), Zorobabel (nacido en Babilonia). Es a causa de este constante deseo de dar un sentido real y personal a los nombres que se trata de dar, en los artí­culos de este diccionario, una traducción, etimologí­a o explicación de los nombres, debido a que ello tiene una mayor importancia de lo que pueda parecer a simple vista. El nombre parece que era impuesto al recién nacido por lo general en el octavo dí­a de su vida, al ser circuncidado (cfr. Gn.17:12; 21:3-4; Lc.1:59; 2:21). (c) El cambio del nombre. A causa del sentido sumamente personal unido al nombre, se daba en ocasiones un nombre nuevo a alguien con el fin de señalar la transformación de su carácter, cfr.p. ej.: Abram a Abraham, Sarai a Sara (Gn.17:5-15), Jacob a Israel (Gn.32:27, 28), Noemí­ a Mara (Rt.1:20). En ocasiones el segundo nombre es una traducción del primero: Cefas (aram.) Pedro (gr.), Tomás (aram.) Dí­dimo (‘gemelo’ en gr.), Mesí­as (heb,) Cristo (gr.). Un dí­a todos los creyentes recibiremos un nombre nuevo adecuado a los redimidos del Señor (Ap.3:12). (d) Apellidos. Los apellidos no eran usuales entre los hebreos pero se añadí­a una indicación de su origen: Jesús de Nazaret, José de Arimatea, Marí­a de Magdala, Nahum de EIcos. Podí­a ser también un patroní­mico: Simón hijo de Jonás (Bar-Jonás), Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo. También se podí­a hacer referencia a la profesión: Natán el profeta, José el carpintero, Simón el zelota, Mateo el publicano, Dionisio el areopagita. (e) Nombres romanos. Todo romano tení­a tres nombres: (A) El ‘praenomen’ o nombre propio, designación personal; (b) el ‘nomen’, indicación de la lí­nea o casa; (c) el ‘cognomen’, nombre de familia, o apellido, que figuraba en último lugar. Por ejemplo: el procurador Félix (Hch.23:24) se llamaba en realidad: Marcus (nombre propio) Antonius (de la gens Antonia) Félix (de la familia llamada Félix, ‘feliz’). Frecuentemente se omití­a el nombre propio, y se hablaba de Julio César en lugar de Cayo Julio César, etc. Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado Modo o expresión para designar o identificar a personas, animales, lugares, acciones u objetos. Con todo, el sentido común humano e incluso el sentido religioso de la vida, reclaman que el nombre de una persona, por su dignidad singular, sea digno, respetable y agradable, socialmente representativo. El modo de ‘denominar’ a las personas ha variado con el tiempo y está sujeto a las tradiciones y a los modos de cada cultura o forma religiosa de los diversos pueblos. Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006 Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa En el A.T. el nombre designa la realidad profunda de la persona, expresa la esencia del ser que lo lleve: es la persona misma. A los ocho dí­as del nacimiento se imponí­a el nombre (Mt 1,21.23; Lc 1,31.63), pero puede ser cambiado al recibir una alta misión (Gén 17,5; Mt 16,18). conocer el nombre de Dios es conocer su iaturaleza (Ex 3,13; 23,21; Dt 5,11). El sombre de Dios es el supremo nombre entre todos, como El mismo es el supreno, el único (Zac 4,1). El nombre de Dios as santo (Lev 20,3; Sal 103,1), glorioso y excelso, grande y eminente (Neh 9,5; Sal 72,19; Prov 30,4), formidable y terrible (Dt 28,59; Sal 99,3), omnipotente (Dt 18,19; Jer 11,21; Jn 17,11-12). El nombre de Yahvé, inaccesible y trascendente, es como una sustitución de Yahvé, que acompaña al pueblo (Ex 23,19-21; Job 1,21; Ez 20,44; Am 2,7). El nombre de Dios habita en el templo (Dt 12,5.12; 1 Re 3,2) y en el monte Sión (Is 14,7; Jer 7,12-14; 34,15), porque el nombre es como El mismo. Donde está su nombre, allí­ está El presente (Is 30,27). Dios es ‘el Nombre’ (Lev 24,11-16; Dt 12,5; Jn 12,28). El nombre de Dios debe ser siempre alabado y glorificado y nunca profanado (Is 52,9; Rom 2,24; 10,13). Jesús ha venido en el nombre de Dios (Mt 21,9), es el revelador del nombre del Padre y ha revelado que Dios es Padre (Jn 17,6); todo lo que hace, lo hace en el nombre del Padre; El es, en definitiva, la revelación del Padre, el nombre del Padre: cf. Jn 17,6 y 17,17 con Ap 19,11-13, donde se identifican el Logos y el Nombre. Los cristianos deben orar y pedir en su nombre, es decir, apoyados en su infinito poder (Mt 7,22; 18,20; Mc 9,38; Lc 10,17; Jn 14,13-14; 15,16). Los apóstoles realizan milagros en el nombre de Jesucristo (Mt 7,22; Act 3,6.16; 4,7.12.17.18.30). Jesucristo es el Emmanuel, el Señor, el Cristo, el Hijo de Dios; pero, por encima de todos estos tí­tulos, es el Nombre sobre todo nombre (Flp 2,9). En el nombre de Jesucristo se realiza la remisión universal de los pecados (Lc 24,47; 1 Jn 2,12), y no hay otro nombre debajo de los cielos en el que podamos salvarnos (Act 4,12).E.M.N. FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001 Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret (-> Yahvé, Dios). El hombre bí­blico es alguien que tiene un ‘nombre’, es decir, un valor individual, no sólo ante Dios (dador de todo nombre), sino también ante los otros. En esa lí­nea, el judaismo posterior tiende a presentar a Dios como ‘El Nombre’ (Ha-Shem), es decir, como aquel que no siendo nominable (¡Soy el que soy! ¡No tomarás el Nombre de Dios en vano!: Ex 3,14; 20,7), es fuente y sentido de todos los nombres. (1) Sentido del nombre. El hombre bí­blico constituye una realidad relacional: no está en la lí­nea del autopensamiento solitario (¡pienso luego soy!), sino de la vinculación social; cada uno tiene (es) el nombre que le han dado y con el que se relaciona con los otros. Dentro del Nuevo Testamento, el nombre recibe una importancia especial en el Apocalipsis, (a) El nombre es signo de identidad: en el principio está el nombre de Dios, objeto de blasfemia para los perversos (Ap 6; 16,9) y de veneración (herencia suprema) para los fieles de Jesús (3,12; 14,1). (b) Hay un nombre que es signo de división. En este mundo sólo pueden comprar y vender aquellos que llevan el nombre o marca de la Bestia (Ap 13,17; 14,11; 15,2); los que no llevan el nombre de la Bestia son perseguidos, pero recibirán como herencia el Nombre de Jesús (Ap 3,12; 14,1), de manera que su propio nombre (el de los perseguidos) quedará inscrito para siempre en el Libro de la vida (3,5; cf.13,8; 17,8). (c) El nombre de Dios es signo y principio de victoria. Unicamente pueden triunfar en la gran guerra del mundo los portadores del Nombre de Dios (y/o de Cristo, Palabra de Dios y Rey de reyes: Ap 19,13-16), un Nombre que sólo él conoce (Ap 19,12) y ofrece a sus amigos vencedores (cf.2,17). (2) Antiguo Testamento, nombres de Dios. El nombre del Dios de Israel es Yahvé*, que los israelitas tomaron quizá de los madianitas nómadas. Pero la Biblia recuerda, al lado de ése, otros nombres, entre los cuales podemos recordar los que siguen: (a) El, Elohim. Significa ‘lo divino’, sea de forma singular (El) o plural (Elohim). Posiblemente, en su principio, evoca la majestad o grandeza sagrada del mundo, pero en el contexto bí­blico expresa sin más lo divino, tal como es conocido en Israel y en los pueblos del entorno. Esos nombres permiten que los israelitas dialoguen con otras religiones y culturas: lili es Dios para los cananeos, Allah (de Al-Illah) para los árabes, sean o no musulmanes. Dentro de la tradición israelita, este nombre ha recibido matices y concreciones, vinculadas con las tradiciones y santuarios a los que se ha vinculado el culto de El-Elohim: Así­ se puede hablar del ‘Dios de los padres’ o de los antepasados, de Abrahán, Isaac y Jacob (cf. Ex 3,6; cf. Gn 31,53). En este mismo contexto se puede hablar del Fuerte de Jacob (cf. Gn 49,25; Sal 132,2; Is 60,16) o del Terror de Isaac (Gn 31,42). (b) Baal, Señor. Yahvé ha empezado siendo un Baal* de la Montaña sagrada, Señor de las potencias cósmicas y de los procesos de la vida. Pero más tarde, los judí­os reservan ese nombre Baal (Señor) de forma casi exclusiva a las divinidades cananeas de la fertilidad, concebidas de manera masculino-femenina y vinculadas a los ritos de la fecundidad. El recuerdo de los diversos baales nos sitúa en el contexto donde se cruzan y fecundan las diversas concepciones del Dios cananeo y del Dios israelita, de tal forma que muchas veces es difí­cil distinguir si el texto se está refiriendo a un Baal asimilado a Yahvé o a un Baal contrario. Cf. Baal-Berit: Je 8,33; 9,4; Baal-Zebub: 2 Re 1,3-16; Baal-Safón, etc. (c) Adonai, Kyrios, Señor. Al decir ‘Soy-quien-Soy’ y llamarse Yahvé, Dios indica que su Nombre es Sin-Nombre, de forma que nadie puede manejarle. Es Sin-Nombre pero se revela y libera a los oprimidos. Lógicamente, la tradición judí­a ha querido destacar este misterio indecible de Yahvé y ha preferido dejarlo en silencio, renunciando incluso a escribirlo (poniendo, por ejemplo, Y**E o incluso D**S), de manera que los fieles deben buscar otra palabra (Adonai, Kyrios, Dominus, Señor), para evocar, sin pronunciarlo, su misterio. (3) Nombres judí­os de Dios. Los textos judí­os, a partir de la Misná*, siguen apli cando a Dios los mismos nombres antiguos, pero con la peculiaridad de que tienden a sustituir más rigurosamente el nombre de Yahvé, poniendo en su lugar perí­frasis o cualidades, entre las que se encuentran las siguientes: (a) Maqom. Significa en la Biblia hebrea ‘lugar’ y termina refiriéndose por antonomasia al templo o espacio de Sión donde habita Dios. La Misná vincula a Dios con ese Lugar y por eso interpreta la mesa de Yahvé como mesa del Maqom (Abot 3,3) de manera que los israelitas son hijos del Maqom (Abot 3,14), herederos o portadores del valor y santidad de Sión. Ellos mismos, los israelitas que estudian la Torah, constituyen la verdad del templo; son el santuario o Lugar privilegiado de la presencia de Dios, son el Maqom del que se alimentan y nacen, (b) Sliekiná o Presencia viene de sakan, habitar, en palabra que está relacionada con el Dios que habita en el templo o Tabernáculo. El Dios que se hací­a presente en el Maqom o Templo viene a mostrarse ahora como Presencia; ellos mismos, los judí­os, son Presencia de Dios cuando estudian la Torah (Abot 3,6). (c) Qados, el Santo: ¡Santo, Santo, Santo! Así­ cantaban a Dios los serafines de Is 6,3. Pues bien, lo que antes era un adjetivo se vuelve nombre propio de Dios: cuando un hombre se ocupa de la Torah entra en contacto con el Santo: su meditación y estudio de la Ley cobra así­ la misma densidad que tení­a la palabra de los serafines de Isaí­as, (d) Shem, el Nombre. Se ha vuelto la denominación más usada de Dios en el judaismo moderno. Dios se identifica desde tiempo antiguo con el Nombre, como saben ya los relatos de la teofaní­a del Nombre (Ex 3,13.15), lo mismo que los mandamientos (Ex 20,7). Los cristianos, comprometidos a santificar el Nombre divino (cf. Mt 6,9), lo identifican con Jesús (cf. Flp 2,10). (e) Poder, Grandeza El judaismo, lo mismo que el primitivo cristianismo, conoce también otros apelativos de Dios, entre los que podemos citar: el Poder (Mc 14,62), la Majestad (Heb 1,3; 8,1) y, sobre todo, el Cielo, como muestran las referencias al reino de los cielos, que es reino de Dios, sobre todo en el evangelio de Mateo (cf. Mt 3,2; 5,3.10.19.20; etc.). Cf.T.N.D. METTINGER, Buscando a Dios. Significado y mensaje de los nombres divinos en la Biblia, El Almendro, Córdoba 1994; A. JUKES, Nombres de Dios en la Sagrada Escritura, Clie, Terrasa 1988. PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007 Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra Palabra o frase con la que se designa a una persona o cosa (animal, planta, lugar u objeto) para distinguirla de las demás; también puede referirse a la reputación de la persona o a la propia persona. †œToda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre† a Jehová Dios. (Ef 3:14, 15.) El creó la primera familia humana y permitió que Adán y Eva tuvieran hijos; por lo tanto, los linajes terrestres deben su nombre a Jehová. Es asimismo el Padre de su familia celestial, y tal como llama a todas las incontables estrellas por sus nombres (Sl 147:4), sin duda también dio nombres a los ángeles. (Jue 13:18.) Un ejemplo interesante de cómo se dio nombre a algo completamente nuevo es el del maná milagroso. Cuando los israelitas lo vieron por primera vez, exclamaron: †œ¿Qué es?† (¿Man hu´?). (Ex 16:15.) Al parecer, por esta razón lo llamaron †œmanᆝ, que probablemente significa †œ¿Qué es?†. (Ex 16:31.) Respecto al origen de determinados nombres, su raí­z y significado, los especialistas tienen opiniones muy diversas. Por esta razón el significado de los nombres bí­blicos varí­a de una fuente de información a otra. En esta publicación se ha tomado la propia Biblia como autoridad principal para determinar el significado de los nombres. Un ejemplo es el significado del nombre Babel. En Génesis 11:9 Moisés escribió: †œPor eso se le dio el nombre de Babel, porque allí­ habí­a confundido Jehová el lenguaje de toda la tierra†. En este pasaje Moisés relaciona †œBabel† con la raí­z verbal ba·lál (confundir), lo que indica que el nombre significa †œConfusión†. Los nombres bí­blicos consisten en una sola voz, en frases o hasta en oraciones. Los nombres con más de una sí­laba a menudo tienen una forma abreviada. Cuando la Biblia no especifica el origen de un nombre, se ha procurado determinar su raí­z o elementos que lo integran con la ayuda de diccionarios modernos acreditados. Por ejemplo: para determinar las raí­ces de los nombres hebreos y arameos, se han empleado el Lexicon in Veteris Testamenti Libros (de L. Koehler y W. Baumgartner, Leiden, 1958) y la revisión aún incompleta de dicha obra; y para los nombres griegos se ha empleado principalmente la novena edición de A Greek-English Lexicon (de H.G. Liddell y R. Scott, revisión de H.S. Jones, Oxford, 1968). Luego se han dado a esas raí­ces los significados que se hallan en la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras. Por ejemplo: el nombre Elnatán se compone de las raí­ces ´El (Dios) y na·thán (dar), por lo que significa †œDios Ha Dado†. (Compárese con Gé 28:4, donde na·thán se ha traducido †œha dado†.) Nombres de animales y plantas. Jehová Dios concedió a Adán el privilegio de dar nombre a las criaturas inferiores. (Gé 2:19.) Los nombres que Adán puso probablemente eran descriptivos, como puede percibirse en algunos de los nombres hebreos de animales e incluso de plantas. La voz hebrea para †œasno† (jamóhr), debe provenir de una raí­z que significa †œenrojecer†, con la que se hace referencia al color habitual del pelaje de este animal. El nombre hebreo de la tórtola (tohr o tor) debe imitar el arrullo †œtorrr torrr† que emite la citada ave. Al almendro se le llama †œel que despierta†, al parecer por ser uno de los primeros árboles que florecen. Nombres de lugares y accidentes topográficos. Algunas veces los hombres dieron a los lugares sus propios nombres, los de sus hijos o los de sus antepasados. El asesino Caí­n construyó una ciudad y le puso el nombre de su hijo Enoc. (Gé 4:17.) Nóbah empezó a llamar a la ciudad conquistada de Quenat por su propio nombre. (Nú 32:42.) Después de capturar la ciudad de Lésem, los danitas la llamaron Dan, el nombre de su antepasado. (Jos 19:47; véase también Dt 3:14.) A los lugares comúnmente se les llamaba según los acontecimientos ocurridos en sus alrededores, como en el caso de altares (Ex 17:14-16), pozos (Gé 26:19-22) y manantiales (Jue 15:19). Otros ejemplos son: Babel (Gé 11:9), Jehová-yiré (Gé 22:13, 14), Beer-seba (Gé 26:28-33), Betel (Gé 28:10-19), Galeed (Gé 31:44-47), Sucot (Gé 33:17), Abel-mizraim (Gé 50:11), Masah, Meribá (Ex 17:7), Taberá (Nú 11:3), Quibrot-hataavá (Nú 11:34), Hormá (Nú 21:3), Guilgal (Jos 5:9), la llanura baja de Acor (Jos 7:26) y Baal-perazim (2Sa 5:20). En algunas ocasiones se denominaba a los lugares, montañas y rí­os por sus caracterí­sticas fí­sicas. Las ciudades de Gueba y Guibeah (ambas significan †œColina†) probablemente obtuvieron sus nombres debido a que estaban ubicadas en colinas. La cordillera del Lí­bano (que significa †œ Blanca†) puede haber recibido su nombre debido al color claro de sus laderas y cimas de piedra caliza, o porque sus cumbres están cubiertas de nieve durante la mayor parte del año. En otros casos, al nombre de las ciudades y pueblos se les añadí­an los prefijos †œen† (fuente, o manantial), †œbeer† (pozo) y †œabel† (cauce) cuando estaban situados en la proximidad de tales lugares. Otros nombres se derivaban de caracterí­sticas, como el tamaño, la ocupación y los productos agrí­colas. Algunos ejemplos son: Belén (que significa †œCasa de Pan†), Betsaida (Casa del Cazador ), Gat (Lagar) y Bézer (Lugar Inaccesible). También se empleaban los nombres de animales y plantas, muchos en forma compuesta. Entre estos estaban: Ayalón (que significa †œLugar de la Cierva; Lugar del Ciervo†), En-guedí­ (Fuente del Cabrito), En-eglaim (Fuente de Dos Terneros), Aqrabim (Escorpiones), Baal-tamar (Dueño de la Palmera) y En-Tapúah (Fuente de la Manzana ). †œBet† (casa), †œbaal† (dueño; amo) y †œquiryat† (ciudad) frecuentemente constituí­an la parte inicial de los nombres compuestos. Nombres de personas. Al principio de la historia bí­blica se daba nombre a los hijos al tiempo de nacer, pero los niños hebreos recibí­an el nombre cuando se les circuncidaba, al octavo dí­a de su nacimiento. (Lu 1:59; 2:21.) Por lo general, eran el padre o la madre quienes daban nombre al recién nacido. (Gé 4:25; 5:29; 16:15; 19:37, 38; 29:32.) Una excepción notable, sin embargo, fue el hijo que les nació a Boaz y Rut. Las vecinas de Noemí­, la suegra de Rut, le llamaron Obed (que significa †œSiervo; Sirviente†). (Rut 4:13-17.) En algunas ocasiones los padres recibieron dirección divina en cuanto al nombre que debí­an poner a sus hijos. Entre estos estuvieron: Ismael (Dios Oye ) (Gé 16:11), Isaac (Risa) (Gé 17:19), Salomón (de una raí­z que significa †œpaz†) (1Cr 22:9) y Juan (equivalente español de Jehohanán, que significa †œJehová Ha Mostrado Favor; Jehová Ha Sido Benévolo†) (Lu 1:13). En particular los nombres que se pusieron por dirección divina solí­an tener un significado profético. Por ejemplo, el nombre del hijo de Isaí­as, Maher-salal-has-baz (que significa †œÂ¡Apresúrate, oh Despojo! El Se Ha Apresurado al Saqueo†), indicaba que el rey de Asiria someterí­a a Damasco y a Samaria. (Isa 8:3, 4.) El nombre del hijo de Oseas, Jezreel (Dios Sembrará Semilla ), predecí­a que la casa de Jehú tendrí­a que rendir cuentas. (Os 1:4.) Los nombres de los otros dos hijos de Oseas, Lo-ruhamá ( No Se Le Mostró Misericordia) y Lo-ammí­ (No Mi Pueblo), indicaban que Jehová rechazarí­a a Israel. (Os 1:6-10.) En lo que respecta al nombre del Hijo de Dios, Jesús (Jehová Es Salvación), era en sí­ mismo una indicación profética del papel que desempeñarí­a como el Salvador nombrado por Dios, o el medio de alcanzar la salvación. (Mt 1:21; Lu 2:30.) El nombre que se le daba a un niño con frecuencia reflejaba las circunstancias de su nacimiento o los sentimientos del padre o la madre. (Gé 29:32–30:13, 17-20, 22-24; 35:18; 41:51, 52; Ex 2:22; 1Sa 1:20; 4:20-22.) Eva llamó Caí­n (que significa †œAlgo Producido†) a su primogénito, pues dijo: †œHe producido un hombre con la ayuda de Jehovᆝ. (Gé 4:1.) Eva consideró al hijo que le nació después del asesinato de Abel como un sustituto de este último, por lo que le puso por nombre Set (Nombrado; Puesto; Colocado). (Gé 4:25.) Isaac llamó a su hijo gemelo más joven Jacob (Que Ase el Talón; Suplantador), puesto que al nacer estaba asiendo el talón de su hermano Esaú. (Gé 25:26; compárese con el caso de Pérez, en Gé 38:28, 29.) Algunas veces el nombre hací­a referencia al aspecto del niño cuando nací­a. Al hijo primogénito de Isaac se le llamó Esaú (Velludo) debido a su mucho vello, algo infrecuente en un recién nacido. (Gé 25:25.) Los nombres que se daban a los niños a menudo incluí­an la partí­cula †œEl† (que significa †œDios†) o una abreviatura del nombre Jehová. Tales nombres expresaban la esperanza de los padres, reflejaban su aprecio por habérseles bendecido con descendencia o reconocí­an algún aspecto de Dios. He aquí­ algunos ejemplos: Jehdeyá (posiblemente, Que Jehová Se Sienta Contento), Elnatán (Dios Ha Dado), Jeberekí­as (Jehová Bendice), Jonatán (Jehová Ha Dado), Jehozabad (probablemente, Jehová Ha Dotado), Eldad (posiblemente, Dios Ha Amado), Abdiel (Siervo de Dios), Daniel (Mi Juez Es Dios), Jehozadaq (probablemente, Jehová Pronuncia Justo) y Pelatí­as (Jehová Ha Provisto Escape). †œAb† (padre), †œah† (hermano), †œam† (pueblo), †œbat† (hija) y †œben† (hijo) se empleaban en nombres compuestos, como Abidá (Padre Ha Conocido), Abí­as ( Padre Es Jehová), Ahiézer (Mi Hermano Es un Ayudante), Amihud (Mi Pueblo Es Dignidad), Aminadab (Mi Pueblo Está Dispuesto ), Bat-seba (Hija de Abundancia; posiblemente, Hija el Séptimo ) y Ben-hanán (Hijo del Que Muestra Favor; Hijo del Misericordioso). †œMélec† (rey), †œadon† (señor) y †œbaal† (dueño; amo) también se combinaban con otras palabras para formar nombres compuestos, como Abimélec (Mi Padre Es Rey), Adoní­as (Jehová Es Señor) y Baal-tamar (Dueño de la Palmera). Los nombres comunes de animales y plantas también se usaron para dar nombre a las personas. Algunos de estos son Débora (Abeja), Dorcas o Tabita (Gacela), Jonás (Paloma), Raquel (Oveja), Safán (Damán) y Tamar (Palmera). La repetición de ciertos nombres en las listas genealógicas refleja la costumbre de dar a los hijos el nombre de algún pariente. (Véase 1Cr 6:9-14, 34-36.) Debido a esta costumbre, los parientes y conocidos de Elisabet no querí­an que le pusiera a su hijo el nombre de Juan. (Lu 1:57-61; véase GENEALOGíA,) En el siglo I E.C. no era extraño que los judí­os —en especial los que viví­an fuera de Palestina o en ciudades con una población mixta de judí­os y gentiles— tuvieran un nombre hebreo o arameo y otro latino o griego. Esta puede ser la razón por la que Dorcas se llamaba también Tabita y el apóstol Pablo, Saulo. A veces los nombres llegaron a considerarse un reflejo de la personalidad o tendencias caracterí­sticas de sus portadores. Esaú dijo lo siguiente de su hermano: †œ¿No es por eso por lo que se le llama por nombre Jacob, puesto que me suplantarí­a estas dos veces? ¡Mi primogenitura ya la ha tomado, y, mira, en esta ocasión ha tomado mi bendición!†. (Gé 27:36.) Abigail hizo la siguiente observación con respecto a su esposo: †œPorque, como es su nombre, así­ es él. Nabal es su nombre, y la insensatez está con él†. (1 Sam.25:25.) Como Noemí­ pensaba que su nombre ya no era apropiado en vista de las calamidades que le habí­an sobrevenido, dijo: †œNo me llamen Noemí­, Llámenme Mará, porque el Todopoderoso me ha hecho muy amarga la situación†. (Rut 1:20.) Cambios de nombre o nuevos nombres. En algunas ocasiones se cambiaba el nombre de una persona o se le daba otro nuevo con algún propósito especial. Poco antes de morir, Raquel llamó a su hijo recién nacido Ben-oní­ (que significa †œHijo de Mi Duelo†), pero su desconsolado esposo, Jacob, le puso por nombre Benjamí­n (Hijo de la Diestra). (Gé 35:16-18.) Jehová cambió el nombre de Abrán a Abrahán (Padre de una Muchedumbre ) y el de Sarai (posiblemente, Contenciosa), a Sara (Princesa), ambos nombres nuevos con un significado profético. (Gé 17:5, 6, 15, 16.) Debido a su perseverancia en la lucha con un ángel, se le dijo a Jacob: †œYa no serás llamado por nombre Jacob, sino Israel, porque has contendido con Dios y con hombres de modo que por fin prevaleciste†. (Gé 32:28.) Este cambio de nombre fue una muestra de la bendición de Dios y se confirmó con posterioridad. (Gé 35:10.) Por lo tanto, cuando las Escrituras hablan proféticamente de un †œnombre nuevo†, se refieren a un nombre que represente apropiadamente a su portador. (Isa 62:2; 65:15; Rev 3:12.) También se solí­an dar nuevos nombres a quienes ascendí­an a puestos de gobierno elevados o recibí­an privilegios especiales. Puesto que los que otorgaban estos nombres eran superiores, el cambio de nombre podí­a significar también la sumisión del portador del nuevo nombre a quien se lo habí­a dado. Después de llegar a ser el administrador de alimento de Egipto, a José se le llamó Zafenat-panéah. (Gé 41:44, 45.) El faraón Nekoh le cambió el nombre a Eliaquim cuando le hizo rey vasallo de Judá, y le llamó Jehoiaquim. (2Re 23:34.) De igual manera, cuando Nabucodonosor hizo vasallo a Mataní­as, le cambió el nombre por Sedequí­as. (2Re 24:17.) Daniel y sus tres compañeros hebreos, Hananí­as, Misael y Azarí­as, recibieron nombres babilonios cuando se les seleccionó en Babilonia para una preparación especial. (Da 1:3-7.) Un acontecimiento posterior en la vida de una persona podí­a dar razón para que se le cambiase de nombre. Por ejemplo, a Esaú se le cambió el nombre a Edom (que significa †œRojo†) debido al color del guisado de lentejas por el que vendió su derecho a la primogenitura. (Gé 25:30-34.) Nombres de ángeles. La Biblia solo suministra el nombre personal de dos ángeles: Gabriel (que significa †œUno Fí­sicamente Capacitado de Dios) y Miguel (¿Quién Es Como Dios?). Quizás fue con el fin de no recibir honra y veneración indebidas por lo que en ciertas ocasiones los ángeles no revelaron su nombre a las personas a quienes se aparecieron. (Gé 32:29; Jue 13:17, 18.) ¿Qué implica el conocer el nombre de Dios? La creación material da testimonio de la existencia de Dios, pero no revela cuál es su nombre. (Sl 19:1; Ro 1:20.) Conocer el nombre de Dios significa más que un simple conocimiento de la palabra. (2Cr 6:33.) En realidad, significa conocer a la Persona: sus propósitos, actividades y cualidades según se revelan en su Palabra. (Compárese con 1Re 8:41-43; 9:3, 7; Ne 9:10.) Puede ilustrarse con el caso de Moisés, un hombre a quien Jehová †˜conoció por nombre†™, esto es, conoció í­ntimamente. (Ex 33:12.) Moisés tuvo el privilegio de ver una manifestación de la gloria de Jehová y también †˜oí­r declarado el nombre de Jehovᆙ. (Ex 34:5.) Aquella declaración no fue simplemente una repetición del nombre Jehová, sino una exposición de los atributos y actividades de Dios, en la que se decí­a: †œJehová, Jehová, un Dios misericordioso y benévolo, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa y verdad, que conserva bondad amorosa para miles, que perdona error y transgresión y pecado, pero de ninguna manera dará exención de castigo, que hace venir el castigo por el error de padres sobre hijos y sobre nietos, sobre la tercera generación y sobre la cuarta generación†. (Ex 34:6, 7.) De manera similar, la canción de Moisés que incluye las palabras: †œPorque yo declararé el nombre de Jehovᆝ, cuenta los tratos de Dios con Israel y describe su personalidad. (Dt 32:3-44.) Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, †˜puso el nombre de su Padre de manifiesto†™ a sus discí­pulos. (Jn 17:6, 26.) Aunque ya conocí­an el nombre de Dios y estaban familiarizados con sus actividades, registradas en las Escrituras Hebreas, estos discí­pulos llegaron a conocer a Jehová de un modo mejor y mucho más amplio a través de aquel que está †œen la posición del seno para con el Padre†. (Jn 1:18.) Cristo Jesús representó perfectamente a su Padre, pues hizo las obras de El y habló, no de su propia iniciativa, sino las palabras de su Padre. (Jn 10:37, 38; 12:50; 14:10, 11, 24.) Por eso pudo decir: †œEl que me ha visto a mí­ ha visto al Padre también†. (Jn 14:9.) Estos hechos dejan claro que los únicos que de verdad conocen el nombre de Dios son sus siervos obedientes. (Compárese con 1Jn 4:8; 5:2, 3.) De modo que la promesa de Jehová registrada en el Salmo 91:14 aplica a tales personas: †œLo protegeré porque ha llegado a conocer mi nombre†. El nombre en sí­ mismo no tiene poder mágico; sin embargo, Aquel que posee ese nombre puede dar protección a su pueblo dedicado. De modo que el nombre representa a Dios mismo. Por esta razón el proverbio dice: †œEl nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo y se le da protección†. (Pr 18:10.) Esta es la acción que toman las personas que arrojan su carga sobre Jehová. (Sl 55:22.) De igual modo, amar el nombre (Sl 5:11), celebrarlo con melodí­a (Sl 7:17), invocarlo (Gé 12:8), darle gracias (1Cr 16:35), jurar por él (Dt 6:13), recordarlo (Sl 119:55), temerlo (Sl 61:5), buscarlo (Sl 83:16), confiar en él (Sl 33:21), ensalzarlo (Sl 34:3) y esperar en él (Sl 52:9) es hacer estas cosas con referencia a Jehová mismo. Hablar abusivamente del nombre de Dios es blasfemar contra Dios. (Le 24:11, 15, 16.) Jehová tiene celo por su nombre y no tolera rivalidad o infidelidad en cuestiones de adoración. (Ex 34:14; Eze 5:13.) Se mandó a los israelitas que ni siquiera mencionaran los nombres de otros dioses. (Ex 23:13.) En vista de que en las Escrituras aparecen los nombres de dioses falsos, la prohibición de mencionarlos debe entenderse con respecto a la adoración. El fracaso de Israel como pueblo portador del nombre de Dios al no cumplir con Sus rectos mandatos constituyó una profanación del nombre que representaban. (Eze 43:8; Am 2:7.) El hecho de que Dios tuviese que castigar a los israelitas por su infidelidad dio oportunidad a las naciones circundantes para hablar irrespetuosamente del nombre divino. (Compárese con Sl 74:10, 18; Isa 52:5.) Como esas naciones no entendieron que las calamidades que sufrí­a Israel eran un castigo de Jehová, dedujeron equivocadamente que El era incapaz de proteger a su pueblo. Con el fin de limpiar su nombre de ese oprobio, Jehová intervino para liberar y repatriar a un resto de Israel. (Eze 36:22-24.) Al manifestarse en determinadas ocasiones de un modo muy singular, Jehová hizo que su nombre se recordase, y en los lugares donde tuvieron lugar esas manifestaciones se erigieron altares. (Ex 20:24; compárese con 2Sa 24:16-18; véase JEHOVí.) El nombre del Hijo de Dios. Debido a que Jesús permaneció fiel hasta la misma muerte, su Padre le recompensó con una posición superior y con un †œnombre que está por encima de todo otro nombre†. (Flp 2:5-11.) Todos los que desean la vida deben reconocer lo que este nombre representa (Hch 4:12), esto es, la posición de Jesús como Juez (Jn 5:22), Rey (Rev 19:16), Sumo Sacerdote (Heb 6:20), Rescatador (Mt 20:28) y Agente Principal de la salvación. (Heb 2:10; véase JESUCRISTO.) Cristo Jesús, en calidad de †œRey de reyes y Señor de señores†, también tiene que dirigir a los ejércitos celestiales en una guerra justa. Como ejecutor de la venganza de Dios, exhibirá facultades y cualidades completamente desconocidas para aquellos que peleen contra él. Por esta razón se dice que †œtiene un nombre escrito que nadie conoce sino él mismo†. (Rev 19:11-16.) Varios usos de la palabra †œnombre†. Un determinado nombre puede †œllamarse sobre† una persona, ciudad o edificio. Cuando Jacob adoptó a los hijos de José, dijo: †œY sea llamado sobre ellos mi nombre y el nombre de mis padres, Abrahán e Isaac†. (Gé 48:16; véase también Isa 4:1; 44:5.) El que se llamara el nombre de Jehová sobre los israelitas indicaba que eran su pueblo. (Dt 28:10; 2Cr 7:14; Isa 43:7; 63:19; Da 9:19.) Jehová también puso su nombre sobre Jerusalén y el templo, aceptándolos así­ como el centro legí­timo de su adoración. (2Re 21:4, 7.) Joab prefirió no acabar de tomar Rabá para que no se llamara su nombre sobre esa ciudad, es decir, para que no se le atribuyera a él el crédito de la conquista. (2Sa 12:28.) Por otra parte, el nombre de la persona que morí­a sin descendencia masculina era †œquitado†, según la expresión bí­blica. (Nú 27:4; 2Sa 18:18.) Por eso el matrimonio de levirato prescrito en la ley de Moisés sirvió para conservar el nombre del hombre fallecido. (Dt 25:5, 6.) Por otra parte, la aniquilación de una nación, pueblo o familia significaba la desaparición o eliminación de su nombre. (Dt 7:24; 9:14; Jos 7:9; 1Sa 24:21; Sl 9:5.) Hablar o actuar †˜en el nombre de†™ otra persona significaba hacerlo como representante suyo. (Ex 5:23; Dt 10:8; 18:5, 7, 19-22; 1Sa 17:45; Est 3:12; 8:8, 10.) De modo similar, recibir a una persona en el nombre de alguien indica un reconocimiento de ese alguien. Por lo tanto, †˜recibir a un profeta en nombre de profeta†™ significarí­a recibir a un profeta por el hecho de ser profeta. (Mt 10:41, BJ; CEBIHA; Leal; Redin; RH; NM; Val.) Del mismo modo, bautizar en el †œnombre del Padre y del Hijo y del espí­ritu santo† significa un reconocimiento del Padre, del Hijo y del espí­ritu santo. (Mt 28:19.) Reputación o fama. La palabra †œnombre† se emplea con frecuencia en las Escrituras con el sentido de fama o reputación. (1Cr 14:17, nota.) Ocasionar un mal nombre a alguien significaba acusar falsamente a esa persona y así­ manchar su reputación. (Dt 22:19.) El que a alguien se le †˜deseche su nombre como inicuo†™ significa la pérdida de la buena reputación. (Lu 6:22.) Los hombres empezaron a edificar una torre y una ciudad después del Diluvio para hacerse †œun nombre célebre†, en desafí­o a Jehová. (Gé 11:3, 4.) Por otra parte, Jehová prometió hacer grande el nombre de Abrán si dejaba su paí­s y sus parientes y se mudaba a otra tierra. (Gé 12:1, 2.) Como testimonio del cumplimiento de esa promesa está el hecho de que en la actualidad pocos nombres de tiempos antiguos han llegado a ser tan grandes como el de Abrahán, sobre todo como ejemplo de fe sobresaliente. Millones de personas aún afirman que son los herederos de la bendición abrahámica debido a contarse entre sus descendientes. Jehová también hizo grande el nombre de David al bendecirlo y darle victorias sobre los enemigos de Israel. (1Sa 18:30; 2Sa 7:9.) Cuando la persona nace no tiene ninguna reputación, por lo que su nombre es poco más que una etiqueta. Por esta razón Eclesiastés 7:1 dice: †œMejor es un nombre que el buen aceite, y el dí­a de la muerte que el dí­a en que uno nace†. No es cuando una persona nace, sino que es durante toda su vida cuando su †œnombre† cobra un significado real, en el sentido de identificarlo como alguien que practica justicia o iniquidad. (Pr 22:1.) Debido a la fidelidad de Jesús hasta la muerte, su nombre pasó a ser el único nombre †œdado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos†, y †œha heredado un nombre más admirable† que el de los ángeles. (Hch 4:12; Heb 1:3, 4.) En cambio, Salomón, de quien se esperaba que su nombre fuera †œmás espléndido† que el de David, murió con el nombre de un descarriado de la adoración verdadera. (1Re 1:47; 11:6, 9-11.) †œEl mismí­simo nombre de los inicuos se pudrirᆝ, o llegará a ser un hedor odioso. (Pr 10:7.) Por todo lo antedicho, †œha de escogerse un nombre más bien que riquezas abundantes†. (Pr 22:1.) Nombres escritos en el †œlibro de la vida†. Al parecer, en un sentido figurado, Jehová ha estado escribiendo nombres en el libro de la vida desde la †œfundación del mundo†. (Rev 17:8.) Jesucristo relacionó el tiempo de Abel con la †œfundación del mundo†, lo que indica que en este contexto la palabra †œmundo† se refiere al mundo de la humanidad redimible. Este mundo tuvo su origen cuando nacieron los hijos de Adán y Eva. (Lu 11:48-51.) El nombre de Abel debe haber sido el primero que se registró en ese rollo simbólico. Sin embargo, los nombres que aparecen en el rollo de la vida no son los de personas a las que se ha predestinado a ganarse la aprobación de Dios y la vida, puesto que según las Escrituras los nombres pueden †˜borrarse†™ del †œlibro de la vida†. Por lo tanto, parece ser que el nombre de una persona se escribe en el †œlibro de la vida† cuando llega a ser siervo de Jehová, y solo permaneciendo fiel puede conservar su nombre en este libro. (Rev 3:5; 17:8; compárese con Ex 32:32, 33; Lu 10:20; Flp 4:3; véase también VIDA.) Nombres registrados en el rollo del Cordero. De igual manera, los nombres de las personas que adoran a la simbólica bestia salvaje no se registran en el rollo del Cordero. (Rev 13:8.) La bestia salvaje ha recibido su autoridad, poder y trono del dragón, Satanás el Diablo. Los que adoran a la bestia salvaje son, por lo tanto, parte de la †˜descendencia de la serpiente†™. (Rev 13:2; compárese con Jn 8:44; Rev 12:9.) Antes de que les nacieran hijos a Adán y Eva, Jehová Dios anunció que habrí­a enemistad entre la †˜descendencia de la mujer†™ y la †˜descendencia de la serpiente†™. (Gé 3:15.) Así­, ya se determinó desde la fundación del mundo que ningún adorador de la bestia salvaje tendrí­a su nombre escrito en el rollo del Cordero. Solo tendrí­an ese privilegio personas que fueran †˜sagradas†™ desde el punto de vista de Dios. (Rev 21:27.) En vista de que este rollo pertenece al Cordero, es lógico concluir que los nombres registrados en él corresponden a las personas que Dios le ha dado. (Rev 13:8; Jn 17:9, 24.) Por eso es significativo que la siguiente referencia al Cordero en el libro de Revelación lo presente de pie en el monte Sión, con 144.000 personas compradas de entre la humanidad. (Rev 14:1-5.) Fuente: Diccionario de la Biblia shem (µve, 8034), ‘nombre; reputación; memoria; renombre’. Hay cognados de este vocablo en acádico, ugarí­tico, fenicio, arameo y arábigo. El vocablo aparece unas 864 veces a través del Antiguo Testamento hebreo. No siempre es el caso que los ‘nombres’ personales revelaban la esencia de un individuo. Ciertos nombres asimilan palabras de otras lenguas o términos muy antiguos cuyo significado se desconocí­a. Por cierto, nombres como ‘perro’ (Caleb) y ‘abeja’ (Débora) no tení­an nada que ver con la personalidad de sus dueños. Tal vez algunos nombres indicaban alguna caracterí­stica sobresaliente del que lo llevaba. En otros casos, un ‘nombre’ conmemora un hecho o sentimiento que experimentaron los padres en torno al nacimiento del niño o cuando le pusieron el nombre. Otros nombres dicen algo acerca de quien lo recibe que sirve para identificarlo. Este sentido del nombre como identificación aparece en Gen 2:19 (uno de los primeros casos en la Biblia): ‘Todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre’. Por otro lado, los nombres por los que Dios se autorrevela ( Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento El nombre, lejos de ser una designación convencional, expresa para los antiguos el papel de un ser en el universo. Dios da cima a la creación poniendo nombre a todas las criaturas, dí­a, noche, cielo, tierra, mar (Gén 1,3-10), designando a cada uno de los astros por su nombre (Is 40,26) o encargando a Adán dar nombre a cada uno de los animales (Gén 2,20). Los hombres, a su vez, propenderán a dar un nombre significativo a los lugares a que se asocia _ un acontecimiento importante, aunque sea a costa de una etimologí­a extraña, como Babel (Gén 11,9).1. Los nombres de los hombres. El nombre dado en el nacimiento expresa ordinariamente la actividad o el destino del que lo lleva: Jacob es el suplantador (Gén 27,36), Nabal lleva un nombre apropiado, pues es un loco (1Sa 25,25). El nombre puede también evocar las circunstancias del nacimiento o el porvenir entrevisto por los padres: Raquel al morir llama a su hijo ‘hijo de mi dolor’, pero Jacob lo llama Benjamí­n, ‘hijo de mi diestra’ (Gén 35,18). A veces es una especie de oráculo, que desea al niño el apoyo del Dios de Israel: Isaí­as (YeIa`-Yahu), ‘¡Al que Dios salve!’ En todo caso el nombre dice el potencial social de un hombre, hasta el punto de que ‘nombre’ puede significar también ‘renombre’ (Núm 16,2), y estar sin nombre es ser un hombre sin valor (Job 30,8). En cambio, tener varios nombres puede significar la importancia de un hombre que tiene diferentes funciones que desempeñar, como Salomón, llamado también ‘amado de Dios’ (2Sa 12,25). Si el nombre es la persona misma, actuar sobre el nombre es tener influjo en el ser mismo. Así­ un empadronamiento puede parecer significar una esclavización de las personas (cf.2Sa 24). Cambiar a alguien el nombre es imponerle una nueva personalidad, dar a entender que ha quedado convertido en vasallo (2Re 23, 34; 24,17). Así­ Dios cambia el nombre de Abraham (Gén 17,5), de Saray (17,15) o de Jacob (32,29), para indicar que toma posesión de su vida. Igualmente, los nuevos nombres dados por Dios a Jerusalén perdonada, ciudad-justicia, ciudad-fiel (Is 1,26), ciudad-Yahveh (60,14), deseada (62, 12), mi-placer (62,4) expresan la nueva vida de una ciudad, en la que los corazones son regenerados por la nueva alianza.2. Los nombres de Dios. Así­ pues, en todos los pueblos importaba mucho el nombre de la divinidad; y mientras los babilonios llegaban hasta a dar circuenta nombres a Marduk, su dios supremo, para consagrar su victoria en el momento de la creación, los cananeos mantení­an oculto el nombre de sus divinidades bajo el término genérico de Baal, ‘señor, dueño’ (de tal o tal lugar). Entre los israelitas, *Dios mismo se digna nombrarse. Anteriormente el Dios de Moisés era conocido únicamente como el Dios de los mayores, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El ángel que luchó con Jacob, interrogado, se niega a decir su nombre (Gén 32,30); al padre de Sansónsólo se le comunica un epí­teto de este nombre : ‘maravilloso’ (Jue 13.18). Así­ también en los tiempos patriarcales se designó al Dios de Israel con abjetivos como s’adday (el de la montaña) o con expresiones como ‘terror de Isaac’ o ‘fuerte de Jacob’. Pero un dí­a, en el Horeb, reveló Dios mismo su nombre a Moisés. La fórmula empleada se comprende a veces como una negativa análoga a la que dio el ángel a Jacob para no revelársele: ‘Yo soy el que soy’, ‘Yo soy lo que soy’ (Ex 3,13-16; 6,3). Pero el texto sagrado quiso dar a esta fórmula un sentido positivo. En efecto, según el contexto’, este nombre debe acreditar cerca del pueblo la misión de Moisés; ‘Yo-soy me enví­a a vosotros’, dirá Moisés, y el pueblo irá a adorar a ‘El-es’ (o ‘el hace ser’) en la montaña santa. De todos modos, este nombre significa que Dios está *presente en medio de su pueblo: él es Yahveh.3. Invocar el nombre de Dios. Si Dios reveló su nombre, fue para que se le *adorase bajo este verdadero nombre, el único auténtico (cf. Ex 3,15). Será por tanto la divisa de reunión de las tribus durante la conquista y después de ella (Jue 7,20). Es el nombre del único Dios verdadero, dirán más tardes los profetas: ‘Antes de mí­ ningún Dios fue formado, ni lo habrá después de mí­. Yo, yo soy Yahveh’ (Is 43,10s). Es, pues, el único nombre que estará autorizado en los labios de Israel (Ex 23,13), el único invocado en Jerusalén cuando David haya hecho de la ciudad la capital religiosa, pues ‘Yahveh es celoso de su nombre’ (Ex 34,14). ‘Invocar el nombre de Yahveh’ es propiamente dar *culto a Dios, orarle: se grita su nombre (Is 12,4), se le llama (Sal 28,1 ; cf. Is 41,25), se hace llamamiento a él (Sal 99,6). Pero si Dios confió así­ su nombre propio a Israel, éste, en cambio, no debe ‘pronunciar en vano el nombre de Yahveh’ (Ex 20,7; Dt 5,11): en efecto, no está a su disposición, de modo que abuse de él y acabe por *tentar a Dios: esto no serí­a ya servir a Dios, sino servirse de él para sus propios fines.4. El nombre es Dios mismo. Dios se identifica de tal manera con su nombre que hablando de él se designa a sí­ mismo. Este nombre es amado (Sal 5,12), alabado (Sal 7,18), santificado (Is 29,23). Nombre temeroso (Dt 28,58), eterno (Sal 135,13). ‘Por su gran nombre’ (Jos 7,9), a causa de su nombre (Ez 20,9) obra en favor de Israel; esto quiere decir: por su *gloria, para ser reconocido como grande y santo. Para marcar mejor la trascendencia del Dios inaccesible y misterioso, basta el nombre para designar a Dios. Así­ como para evitar una localización indigna de Dios, el *templo es el lugar donde Dios ‘ha hecho habitar su nombre’ (Dt 12,5), allí­ se va a su presencia (Ex 34, 23), a este templo que ‘lleva su nombre’ (Jer 7, 10.14). Es el nombre que, de lejos, va a pasar a las naciones por la criba de la destrucción (Is 30,27s). Finalmente, en un texto tardí­o (Lev 24,11-16), ‘el nombre’ designa a Yahveh sin más precisiones, como lo hará más tarde el lenguaje rabí­nico. En efecto, por un respeto más y más acentuado, el judaí­smo tenderá a no osar ya pronunciar el nombre revelado en el Horeb. En la lectura será reemplazado por Dios (Elohí­m) o más frecuentemente Adonai, ‘mi Se-60r’. Así­, los judí­os que traduzcan los ‘libros sagrados del hebreo al griego no transcribirán nunca el nombre de Yahveh, sino lo expresarán por kyrios, *señor. Al paso que el nombre de Yahveh, bajo la forma de Yau u otras, pasa a un uso mágico o profano, el nombre de Señor recibirí­a su consagración en el NT. NT.1. El nombre del Padre. A la revelación que hizo Dios de su nombre en el AT corresponde en el NT la revelación por la que Jesús da a conocer a sus discí­pulos el nombre de su *Padre (Jn 17,6.26). Por la forma como él mismo se manifiesta como el *Hijo revela que el nombre que expresa más profundamente el ser de *Dios es el de Padre, cuyo Hijo es Jesús (Mt 11,25ss), cuya paternidad también se extiende a todos los que creen en su Hijo (Jn 20,17). Jesús pide al Padre que glorifique su nombre (Jn 12,28) e invita a sus discí­pulos a pedirle que lo *santifique (Mt 6,9 p), cosa que Dios hará manifestando su *gloria y su *poder (Rom 9,17; cf. Le 1,49), y glorificando a su Hijo (Jn 17,1.5.23,$). Los cristianos tienen el deber de *alabar el nombre de Dios (Heb 13,15) y de cuidar que su conducta no lo haga blasfemar (Rom 2,24; 2Tim 6,1).2. El nombre de Jesús. Los discí­pulos, recurriendo al nombre de Jesús, *curan a los enfermos (Act 3,6; 9,34), expulsan a los demonios (Mc 9, 38; 16,17; Lc 10,17; Act 16,18; 19,13), realizando toda clase de *milagros (Mt 7,22; Act 4,30). *Jesús aparece así­ tal como su nombre lo indica: el que salva (Mt 1,21-25) devolviendo la salud a los enfermos (Act 3,16), pero también y sobre todo procurando la salvación eterna a los que creen en él (Act 4,7-12; 5,31; 13,23).3. El nombre del Señor. Dios, resucitando a Jesús y haciéndolo sentar a su *diestra, le dio el nombre que está por encima de todo nombre (Flp 2,9; Ef 1,20s), un nombre nuevo (Ap 3,12), que no es distinto del de Dios (14,1; 22,3s) y participa en su misterio (19,12). Este nombre inefable halla, no obstante, su traducción en la apelación de *Señor, que conviene a Jesús resucitado con el mismo tí­tulo que a Dios (FIp 2, 10s = Is 45,23; Ap 19,13.16 = Dt 10,17), y en la designación de Hijo, que en este sentido no comparte con ninguna criatura (Heb 1,3ss; 5,5; cf. Act 13,33; Rom 1,4, según Sal 2,7). Los primeros cristianos no vacilan en referir a Jesús una, de las apelaciones más caracterí­sticas del judaí­smo para hablar de Dios: se declara a los apóstoles sumamente gozosos de haber sido ‘juzgados dignos de sufrir por el nombre’ (Act 5,41); se cita a misioneros que ‘se pusieron en camino por el nombre’ (3Jn 7). a) La fe cristiana consiste en ‘creer que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos’, en ‘*confesar que Jesús es *Señor’, en ‘invocar el nombre del Señor’ : estas tres expresiones son prácticamente equivalentes (Rom 10,9-13). Los primeros cristianos se designan naturalmente como ‘los que invocan el nombre del Señor’ (Act 9,14.21; ICor 1,2; 2Tim 2,22; cf. Act 2,21 = Jl 3,5), significando así­ que reconocen a Jesús por Señor (Act 2,36). La profesión de fe se impone particularmente en el momento del *bautismo, que se confiere en nombre del Señor Jesús (Act 8, 16; 19,5; ICor 6,11), o también en nombre de Cristo (Gál 3,27), de Cristo Jesús (Rom 6,3). El neófito invoca el nombre del Señor (Act 22,f6), el nombre del Señor se invoca sobre él (Sant 2,7); se halla así­ bajo el poder de aquél cuyo señorí­o reconoce. En Jn, el objeto propio de la fe cristiana no es tanto el nombre del Señor cuanto el del *Hijo: para poseer la vida importa creer en el nombre del Hijo único de Dios (Jn 3, 17s; cf.1,12; 2,23; 20,30s; Un 3, 23; 5,5.10.13), es decir, adherirse a la persona de Jesús reconociendo que es el Hijo de Dios, que ((Hijo de Dios’ es el nombre que expresa su verdadero ser. b) La predicación apostólica tiene por objeto publicar el nombre de Jesucristo (Lc 24,46s; Act 4,17s; 5, 28.40; 8,12; 10,43). Los predicadores tendrán que sufrir por este nombre (Mc 13,13 p), lo cual debe ser para ellos causa de gozo (Mt 5,11 p; Jn 15,21; 1 Pe 4,13-16). El Apocalipsis va dirigido a cristianos que sufren por este nombre (Ap 2,3), pero se adhieren a él firmemente (2,13) y no lo reniegan (3,8). El ministerio del nombre de Jesús incumbe especialmente a Pablo, que lo ha recibido como una carga (Act 9,15) y una causa de sufrimientos (9,16); sin embargo, desempeña su misión con intrepidez y *orgullo (9,20.22.27s), pues ha consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo (15,26) y está pronto a morir por él (21,13). c) La vida cristiana está totalmente impregnada por la fe: los cristianos se reúnen en nombre de Jesús (Mt 18,20), acogen a los que se presentan en su nombre (Mc.9,37 p), aunque guardándose de los impostores (Mc 13,6 p); dan también gracias a Dios en nombre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 5,20; Col 3,17), conduciéndose de tal manera que el nombre de Jesucristo sea glorificado (2 Tes 1,11s). En la oración se dirigen al Padre en nombre de su Hijo (Jn 14,13-16; 15,16; 16,23s, 26s).4. Otros nombres. Cada ser lleva el nombre que corresponde al papel que le ha sida asignado. Cuando su misión es divina, su nombre viene del cielo, como el de *Juan (Lc 1,13.63). Aun dado por los hombres, el nombre es signo de una guí­a por parte de Dios: Zacarí­as (1,5.72: ‘Dios se ha acordado’), Isabel (1,5.73: ‘el juramento que él habí­a jurado’), *Marí­a (1,27.46.52: ‘magnificada, ensalzada’). Al dar Jesús a Simón el nombre de *Pedro, muestra el papel que le confí­a y la nueva personalidad que crea en él (Mt 16,18). El buen *pastor conoce a cada una de sus ovejas por su nombre (Jn 10, 3). Los nombres de los elegidos están inscritos en el cielo (Lc 10,20), en el *libro de la vida (FIp 4,5; Ap 3,5; 13,8; 17,8). Entrando en la gloria recibirán un nombre *nuevo e inefable (Ap 2,17; participando de la existencia de Dios llevarán el nombre del Padre y el de su Hijo (3,12; 14, 1); Dios los llamará sus *hijos (Mt 5,9), pues lo serán en realidad (1Jn 3,1). -> Dios – Gloria – Vocación. LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001 Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas Cuando la Escritura usa el término «nombre» para Dios, generalmente sigue el uso que se hace de la palabra en relación con los hombres. «Dios condesciende con nosotros a fin de que nosotros ascendamos a él» (Agustín). El paralelo no es total, sin embargo, debido a la diferencia que hay entre el hombre pecaminoso e imperfecto y el Dios santo y perfecto (Lc.1:49). Una persona puede, por ejemplo, llamarse «el Sr. Rey Libre» aunque no sea ni rey ni libre, mientras que nuestro Señor es completa y verdaderamente todo lo que su nombre denota, por ejemplo, Jesús, esto es, Salvador. En general, el uso bíblico del nombre para Dios puede dividirse en tres categorías, aun cuando quedan algunos casos que requieren una clasificación más especial. Primero, la palabra nombre se usa para referirse a Dios mismo. De esta forma, «todo aquel que invocare el nombre del Señor» (Hch.2:21) significa invocar a Dios mismo. Lo mismo se puede decir de tales expresiones como «confiar en su nombre» (Mt.12:21); «blasfemar su nombre» (Ap.13:6). Doblar la rodilla «al nombre de Jesús» significa hacerlo frente a Jesús mismo (Fil.2:10). Segundo, el término «nombre» con la preposición en o epi y los dativos significa «en el poder de» o «por la autoridad de». Echar fuera demonios en tō onomati Iēsou significa echar fuera demonios por el poder o la autoridad de Jesús (Mr.9:38). Lo mismo se puede decir de expresiones como: «ser bautizado epi tō onomati Iēsou Christou (Hch.2:38) o recibir a un pequeño epi tō onomati mou (Mt.18:6). Tercero, el término «nombre» con la preposición eis y el acusativo denota «en unión a», así, por ejemplo, uno que es bautizado para unirse («hacia el interior de») al nombre del Dios Trino tiene comunión con él (Mt.28:19; 1 Co.1:13, 15); o bien significa simplemente «en»: «Creer en su nombre» (Jn.1:12). BIBLIOGRAFÍA Arndt; W.L. Walker en ISBE,

See also:  Como Hacer Un Triptico?

Theodore Muller

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia Harrison, E.F., Bromiley, G.W., & Henry, C.F.H. (2006). Diccionario de Teología (424). Grand Rapids, MI: Libros Desafío. Fuente: Diccionario de Teología La Biblia no es extraña a la costumbre, hoy virtualmente normativa, de dar nombres sencillamente porque a los padres les gusta.

¿Qué otro motivo puede haber cuando a una niña se le da el nombre Débora (que significa ‘abeja’, Jue.4.4) o Ester (heb. h a ḏassâ, ‘mirto’)? Aun en casos en que el nombre evoca un sentimiento altisonante, moralista, o religioso, sería ir en contra de las evidencias suponer sin lugar a dudas que el nombre fue puesto teniendo en mente dicho pensamiento, y no el que los padres querían satisfacer una preferencia por el nombre en sí frente a cualquier otro.

Es posible, por ejemplo, tejer una triste fantasía en torno al nombre Ahicam (‘mi hermano se ha levantado’) suponiendo un trágico motivo de aflicción anterior en la familia, que se considera rectificado por el posterior nacimiento de otro hijo, pero Ahicam es un nombre que suena bien y a falta de pruebas en contrario es muy posible que haya sido elegido por esa simple razón.

No obstante, si bien es cierto que podemos ser demasiado imaginativos en nuestro tratamiento de los nombres, y de la costumbre de asignar nombres en la Biblia, no cabe duda de que hay, en general, un fondo conceptual que con frecuencia tenía plena vigencia en el acto de otorgar un nombre y que, aun cuando aparentemente no tuviera parte (o por lo menos no tuviera parte conocida por nosotros) en el acto original de imponerlo, con todo, posteriormente el mismo adquiría validez en la vida de la persona que lo ostentaba.

Así, por ejemplo, mientras que Isaías eligió deliberadamente los nombres de sus dos hijos con el fin de que evidenciaran ciertos aspectos de la palabra de Dios ante su pueblo (Is.7.4; 8.1–4), en el caso de su propio nombre (‘Yahvéh salva’), como tendríamos que decirlo nosotros, ‘por coincidencia’, no se podría haber hecho una mejor elección.

El punto de vista de la Biblia acerca de los nombres, y de la costumbre de conferirlos, resultaría menoscabado si se dijera que se trataba de mera coincidencia o accidente de la elección paterna: la relación que ve entre el nombre y la persona es demasiado íntima y también demasiado dinámica para que así fuese.I.

Asignación significativa de nombres Las evidencias que se encuentran dispersas en toda la Biblia indicarían claramente que no es coincidencia que el gran profeta de la salvación tenga un nombre teofórico relacionado con el tema de la salvación. Verían la providencia directiva de Dios en la determinación por anticipado de todo el curso de la vida; probablemente verían, más típicamente, la incorporación en el nombre de una palabra de parte de Dios que consecuentemente moldearía a su recipiente de modo que su vida expresase lo que la palabra declaraba.

  1. Este es, por lo menos, el punto de vista dinámico en cuanto a los nombres y su aplicación que se detecta en toda la Biblia, y que difiere tan dramáticamente de nuestro punto de vista estático en cuanto al nombre como rótulo diferenciador.
  2. Las siete categorías siguientes cubren la mayoría de las situaciones dinámicas en relación con el acto de asignar nombres: a.

El nombre referido a posición, De la mujer que acababa de serle presentada, el hombre dijo que se la llamaría ‘Varona’ (o ‘mujer’), acordándole así posición coigual con su marido (o mejor, su contraparte): él es ˒ı̂š ; ella ˒iššâ, En general en la Biblia el otorgamiento de un nombre es función del que tiene autoridad: la imposición del nombre ‘Hombre’ (o ‘varón’) a la pareja por su Creador (Gn.5.2, cf.

°bj y °vrv2 ), el acto del hombre de ponerle nombre a los animales en su capacidad de señor de la creación (Gn.2.19s), la asignación de nombres a los hijos por sus padres (por la madre en 28 y por el padre en 18 ocasiones), el acto de cambiarle el nombre a un rey vencido (2 R.23.34), etc. Pero en Gn 2.23 el ‘hombre’ reconoce a su pareja, igual y complementaria, la que, con él, comparte el dominio que Dios les ha dado sobre el mundo (Gn.1.28ss).b.

El nombre referido a la ocasión, El nacimiento de su primogénito es para Eva el momento significativo del cumplimiento de la promesa de la simiente victoriosa; por lo tanto, ‘junto con Yahvéh’, como lo expresó ella (Gn.4.1)—él, cumpliendo su promesa, ella dando a luz un hijo—’obtuvo la posesión’ (verbo qānâ ) de un niño al que por consiguiente llamó ‘Caín’ ( qayin ).c.

El nombre referido el acontecimiento, Algunas veces los nombres se refieren a toda una situación: p. ej. Babel (Gn.11.9) o Peleg (Gn.10.25). Estos dos nombres tienen la misma cualidad, pero en el caso más plenamente documentado de Babel podemos ver mejor lo que el caso comprendía: el nombre era en efecto palabra de Dios.

Los hombres ya habían descubierto en sí mismos una tendencia a separarse o dispersarse (11.4) y se propusieron, con ayuda de sus adelantos tecnológicos (v.3), ser sus propios salvadores en este sentido. El edicto divino se pronuncia contra la confianza que evidencia el hombre en cuanto a su propia capacidad para salvarse, y la palabra que impone judicialmente a la raza humana la incapacidad que ella temía (v.8) se incorpora sucintamente a la trama de las cosas terrenas en el topónimo ‘Babel’ (‘confusión’), que ha de consutuir en adelante el genio malo del relato bíblico hasta el final (cf., p.

Ej., Is.13.1; 21.1–10; 24.10; Ap.18.2; etc.; * Babilonia ).d. El nombre referido a la circunstancia, Isaac recibió su nombre como consecuencia de la risa de sus padres (Gn.17.17; 18.12; 21.3–7); Samuel, como consecuencia de las oraciones de su madre (1 S.1.20); Moisés, como consecuencia del acto de su madre-princesa de sacarlo de las aguas (Ex.2.10); Icabod, como consecuencia de la pérdida del arca, considerada significativa del retiro del favor divino (1 S.4.21); Jacob, como consecuencia de la posición de los mellizos al nacer (Gn.25.26).

En muchos de estos casos la Biblia proporciona los elementos para probar que tales ‘accidentes’ eran realmente simbólicos: la victoria en el mar Rojo convierte a Moisés preeminentemente en el hombre que salió de las aguas; la historia de Samuel es precisamente la historia del hombre que sabía que la oración es contestada, y así.

  • En otras palabras, hay un vínculo sostenido entre la idea de otorgar un nombre y el dinamismo de la todopoderosa palabra de Dios para realizar aquello que el nombre declara.e.
  • El nombre referido a la transformación o modificación,
  • Algunos nombres se otorgaban para demostrar que algo nuevo había ocurrido en la vida de la persona, que se había completado un capítulo y comenzaba uno nuevo.

Si bien este acto de dar un nombre nuevo generalmente tiene carácter positivo y promisorio, esta categoría se inicia con la triste acción de cambiarle el nombre a ˒iššâ (Gn.2.23) por el de Eva (Gn.3.20), por lo que el nombre que expresaba coigualdad de posición y complementariedad de relación se convirtió en nombre de función; el primer nombre expresaba lo que el marido veía en su mujer (y lo alegraba), el segundo expresaba el destino a que él la sometería, imponiéndole dominación a cambio de sus deseos (Gn.3.16).

Pero a la misma categoría corresponde el cambio de Abram por Abraham, lo cual evidencia el comienzo del nuevo hombre con nuevos poderes: el Abram sin hijos (cuyo nombre ‘padre elevado’ no era más que una broma pesada) se convierte en Abraham, el que, si bien no significa gramaticalmente ‘padre de muchas naciones’ tiene suficiente asonancia con las palabras que (más extensamente) expresan dicha idea.

Muchos nombres con significado funcionan sobre una base similar de asonancia. Así, también, en un mismo día Benoni se convirtió en Benjamín (Gn.35.18), el nombre referido a circunstancias de dolor y pérdida, convirtiéndose así en nombre referido a posición, ‘hijo de la mano derecha’.

  • El otorgamiento dominical del nombre Pedro (Jn.1.42) tiene el mismo significado, cf.
  • Mt.16.18; como es también el caso del cambio, (presumiblemente) elegido por él mismo, de Saulo a Pablo (Hch.13.9).f.
  • El nombre referido a lo predictivo/admonitorio,
  • Los dos hijos de Isaac ocupan lugar preeminente en esta categoría.

Es significativo de la seguridad del profeta acerca de la palabra de Dios expresada por medio de él el que estuviese dispuesto a incorporarla en sus hijos, que de este modo se constituyeron, en su propia época, en ‘el verbo hecho carne’, el más grande de los oráculos actuados (* Profecía ) del AT.

Cf. Is.7.3; 8.1–4, 18. Véase tamb.2 R.24.17, donde el nombre Sedequías incorpora el elemento de la justicia ( ṣedeq, ‘justicia’) que de este modo el faraón aconseja al nuevo rey que practique. La acción del Señor de llamar a Jacobo y a Juan ‘Boanerges’ constituía igualmente una advertencia contra el elemento indeseable de la fogosidad en su celo (Mr.3.17; cf.

Cuál es el significado del nombre BENICIO

Lc.9.54), y aquí también el nombre resultó ser palabra efectiva de parte de Dios.g. El nombre precatorio y teofórico, Nombres tales como Nabal ( nāḇl, ‘insensato’) (1 S.25.25) sólo pueden haber sido dados sobre la base de la oración de una madre—’No permitas que se vuelva insensato’—, oración para la que podría proporcionarse un fondo convincente sin esforzar demasiado la imaginación.

  • Es posible que muchos nombres teofóricos tuvieran este mismo elemento de oración, o, cuando menos, la mayoría de los que se basan en un tiempo imperfecto del verbo: así Ezequiel (‘¡Que Dios fortalezca!’); Isaías (‘¡Que Yah salve!’).
  • Incluso aquellos que en traducción directa hacen una afirmación (p. ej.

Joacaz, ‘Yahvéh ha asido’) son probablemente producto de la aspiración paterna piadosa (que no siempre se realiza), como posiblemente lo evidencia el triste caso de Nabal (1 S.25), o el caso del rey Acaz, cuyo nombre probablemente sea abreviatura de ‘Joacaz’: está plenamente de acuerdo con la historia de ese rey políticamente astuto, pero espiritualmente inepto, el criterio de que eliminó deliberadamente el elemento teofórico de su nombre.

  1. La asignación del nombre del Señor Jesucristo no se ajusta a ninguna de las categorías anteriores.
  2. En su relación con las profecías veterotestamentarias (Mt.1.23 con Is.7.14; Lc.1.31–33 con Is.9.6s) Jesús es un nombre referido a posición, que declara que el recipiente es Dios, nacido de una virgen, y el rey prometido del linaje de David.

Es significativo que la primera persona que se nombra en el NT recibe (no un nombre de predicción sino) un nombre de cumplimiento: los propósitos de Dios están evolucionando hacia su cumplimiento total. El propio nombre de Jesús es un nombre predictivo que apun ta hacia lo que él mismo ha de hacer, y esto mismo resulta significativo por cuanto los nombres predictivos del AT apuntaban hacia lo que Yahvéh había de hacer y se ubicaban, en relación con dicho acto, como heraldos o indicadores externos.

Pero Jesús es él mismo el cumplimiento de lo que su nombre declara. II. El nombre de Dios Todas las pruebas que contribuyen a demostrar que en el nivel humano un nombre es algo significativo y, más aun, potente, que no sólo rotula sino que moldea a su receptor, encuentra su punto focal en el concepto del ‘nombre de Dios’ (* Dios, Nombres de ) que yace en el centro de la Biblia.

Un ‘nombre divino’ no es, desde luego, una noción distintivamente bíblica. Entre los griegos de la antigüedad, por ejemplo, Hesíodo trató de llegar a un conocimiento más profundo de los dioses por medio del estudio de sus nombres, ejercicio que, mutatis mutandis, bien podría considerarse central para la teología bíblica.

Hay un sentido real en el que la Biblia se apoya en la revelación del nombre divino. En el AT los patriarcas conocían a su Dios por sus títulos (p. ej. Gn.14.22; 16.13; 17.1), entre los que se encontraba el hasta ese momento no explicado ‘Yahvéh’. La significación de Moisés y el éxodo está en que, en ese momento, lo que hasta entonces no había sido más que un rótulo, se revela no como título, por exaltado que fuese, sino como nombre personal.

La revelación encerrada en el nombre se dio a conocer y se confirmó en los acontecimientos del éxodo, la redención del pueblo de Dios, la pascua, y el mar Rojo. En el NT el acontecimiento equilibrador fue el ministerio y la obra redentora de Jesús: el ‘nombre’ definitivo de Dios como santa Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, que coincidía con el inicio del ministerio público de Jesús, cuando en su bautismo comenzó deliberadamente a ser contado con los transgresores (cf.

Mr.1.9–11). Juan ve la significación de esto en su deliberada asociación de Jesús con el Cordero de Dios en ocasión de su bautismo (Jn.1.29ss). Esta comparación debiera advertir contra la identificación del Dios del AT (‘Yahvéh’) con la revelación neotestamentaria de Dios Padre. Yahvéh es más bien la santa Trinidad de incógnito.

En su forma el nombre divino Yahvéh es, o bien un simple indicativo, o un indicativo causativo del verbo ‘ser/estar’, con el significado de ‘él está (vivo, presente, activo)’ o ‘hace existir’, y la fórmula en que se da a conocer el nombre (Ex.3.14, Yo soy el que soy ) significa ya sea ‘yo revelo mi presencia activa como y cuando quiero’, o ‘hago acontecer lo que elijo que acontezca’.

En el marco de Ex.3–20 esto se refiere tanto a los acontecimientos del éxodo como aquellos en los que Yahvéh está presente activamente (y que deliberadamente ha hecho que acontezcan), como también a la interpretación teológica que precede (Ex.3.1–4.17; 5.22–6.8) de aquellos acontecimientos garantizados a Moisés.

Yahvéh es, así, el Dios de la revelación y de la historia y en particular se revela como el Dios que salva a su pueblo (de conformidad con la promesa del pacto) y que derriba a los que se oponen a su palabra. Por abundante que sea este conocimiento revelado de Dios, con todo, en el nombre divino hay un claro elemento de reserva.

La fórmula Yo soy el que soy en sí misma no expresa más que el hecho de que Dios conoce su propia naturaleza: es una fórmula que habla de la soberanía de Dios en la revelación de sí mismo. Si hay algo que deba darse a conocer, es él quien tiene que hacerlo; Dios dará a conocer únicamente aquello que le plazca dar a conocer.

Cf. Gn.32.29; Jue.13.17. Esto no debe relacionarse de ningún modo con los conceptos de la magia. En el mundo pagano circundante se suponía que el conocimiento del nombre de un Dios confería algún poder sobre dicho dios: extensión lógica (como que buena parte de la religión falsa consiste en una elaboración retórica lógica en torno a una verdad) de la idea de que la asignación de nombre es la acción de un ser superior.

  1. Yahvéh no ocultó la revelación de sí mismo por temor a que el hombre adquiriese poder sobre él.
  2. Más bien la revelación de sí mismo pertenece a un programa de privilegio que ha ideado para su pueblo, por el que la relación un tanto ‘externa’ expresada en los títulos se convierte en una relación altamente personal con un Dios que le ha dado a su pueblo la libertad de llamarlo por su nombre, y lo que en ese momento se mantiene oculto se debe solamente al hecho de que el momento de la revelación suprema está todavía por delante.

Sin embargo, lo que ya se conoce no es una falsedad que luego habrá que dejar a un lado, ni una verdad parcial (por cuanto este es mi nombre para siempre, Ex.3.15) que espera ser completada, sino un modo de expresar la verdad total que todavía habrá de lograr expresión mayor y más plena.

  • El ‘nombre’ de Dios está en la base de la revelación progresiva.
  • Pero si bien el nombre no confiere ‘poder’ en ningún sentido mágico (cf.
  • Hch.19.13ss), el conocimiento del nombre coloca a las personas en una relación enteramente nueva con Dios.
  • Ingresan en una relación de intimidad o proximidad, porque ese es el significado de la frase ‘conocer por el nombre’ (cf.

Ex.33.12, 18–19; Jn.17.6). La iniciación de la relación así descrita corresponde al lado divino: colectiva e individualmente sobre el pueblo de Dios se ‘invoca’ su nombre (cf.2 Cr.7.14; Is.43.7; Jer.14.9; 15.16; Am.9.12). Más todavía, el motivo que está por detrás de la iniciativa divina se describe con frecuencia diciendo que el Señor actúa ‘por amor (o ‘a causa’) de su nombre’ (cf.

  1. Esp. Ez.20.9, 14, 22, 44) por medio de obras con las cuales ‘(se hizo) nombre grande’ (p.
  2. Ej.2 S.7.23; Neh.9.10).
  3. El nombre resulta ser de esta manera un modo sumario de declarar lo que Dios es para otros, permitiéndoles conocer su nombre (dándoles acceso a su comunión).
  4. Hay cinco aspectos de esta situación básica lo suficientemente autenticados en las Escrituras como para justificar una breve relación sobre cada uno de ellos, aun cuando no todos se encuentran igualmente diseminados por la Biblia.a,

El expresar el lado humano de la experiencia de Dios como la de ‘creer en el nombre’ (p. ej. Jn.3.18; 1 Jn.3.23), e.d. entregarse personalmente al Señor Jesús revelado como tal en la esencia de su Palabra y obra, es algo que los escritos joaninos se ocupan de destacar particularmente.b,

  1. Los que constituyen el pueblo de Dios son ‘guardados’ en su nombre (p. ej.
  2. Jn.17.11), retomándose en este caso la figura veterotestamentaria distintiva que destaca el nombre como una torre fuerte (p. ej.
  3. Pr.18.10), a la que pueden acudir en busca de seguridad, y también el nombre dado como el nombre del marido a su mujer, con el que se le garantiza provisión y protección (cf.

la idea de ‘invocar’ el nombre sobre la persona, mencionada más arriba). Cuando se dice que los cristianos son ‘justificados en el nombre’ (1 Co.6.11) la inferencia es la misma: el nombre, representativo de la naturaleza inmutable de Jesús y como síntesis de todo lo que él es y ha hecho, constituye la base de la posesión segura de todas las bendiciones que el mismo encierra.c,

  1. La presencia de Dios en medio de su pueblo está asegurada mediante el recurso de ‘poner su nombre para su habitación’ entre ellos. Cf.
  2. Dt.12.5, 11, 21; 14.23s; 16.2, 6; 2 S.7.13; etc.
  3. A veces se ha insistido insensatamente en que hay una distinción, si no una brecha, entre una ‘teología del nombre’ y una ‘teología de la gloria’ en el AT, pero se trata de dos modos de expresar la misma cosa: p.

ej. cuando Moisés quiso ver la gloria de Yahvéh, encontró que la gloria tenía que ser verbalizada por medio del nombre (Ex.33.18–34.8). No hay ningún sentido en que se pueda decir que el Deuteronomista remplaza una tosca noción de la gloria residente por una refinada noción del nombre residente: más bien se trata de que la ‘gloria’ tiende a expresar el ‘sentido’ de la presencia real de Dios, incluyendo muchos elementos que son justamente inefables e inaccesibles; el ‘nombre’ expresa por qué esto es así, verbaliza lo numinoso, por cuanto en ninguna parte el Dios de la Biblia se vale de sacramentos mudos, sino siempre de declaraciones inteligibles.d,

  • El nombre de Dios se describe como su ‘nombre santo’ con más frecuencia que todas las otras adjetivaciones tomadas juntas.
  • Fue este sentido de lo sagrado del nombre lo que finalmente condujo a la obtusa negativa a usar ‘Yahvéh’, lo cual ha llevado a una gran pérdida del sentido del nombre divino en algunas traducciones de la Biblia (p.

ej. °vp, °nbe ). La ‘santidad’ del nombre, empero, no impide su uso sino su abuso: esta es la razón por la cual la revelación del nombre divino no debe confundirse nunca con pensamiento alguno de un ‘poder frente a lo divino’ de carácter mágico. Lejos de poder usar el nombre para controlar a Dios, es el nombre el que controla al hombre, tanto en el culto hacia Dios (p.

  • Ej. Lv.18.21), como en el servicio para con los hombres (p. ej. Ro.1.5).
  • El ‘nombre’ es, por lo tanto, el motivo del servicio; es también el mensaje (p. ej.
  • Hch.9.15) y el medio de poder (p. ej.
  • Hch.3.16; 4.12).e,
  • En toda la Biblia el nombre de Dios constituye el fundamento de la oración: p. ej.
  • Sal.25.11; Jn.16.23–24.

En forma característica el NT asocia el bautismo con el nombre, ya sea de la santa Trinidad (Mt.28.19) o del Señor Jesús (p. ej. Hch.2.38): la distinción está en que el primero recalca la realidad total de la naturaleza y los propósitos divinos, y la totalidad de la bendición destinada al recipiente, mientras que el segundo destaca el medio efectivo de llegar a disfrutar de dichos bienes por la sola mediación de Jesús.

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